Editorial
Una Superliga que llama a la excelencia
La idea puede no gustar a la UEFA y a otras burocracias, pero es buena para el Fútbol
El proyecto de la Superliga europea tal vez no sea bueno para la UEFA, pero, con toda seguridad, sí lo es para el Fútbol, entendido no sólo como deporte, sino como una potente industria cultural, cuyo futuro debe estar en manos de quienes, desde los clubes, han sabido proyectarla a escala mundial y hacer de ella espejo de valores sociales.
Desde cualquier punto de vista, la propuesta de una competición que reúna a los mejores equipos del panorama futbolístico europeo merece el apoyo de los poderes públicos, aunque sólo sea porque es el resultado natural del proceso de integración continental, la Europa Unida, que aspira a ser mucho más que un espacio de intercambio comercial.
El hecho de que en el proyecto inicial se cuente con equipos de Reino Unido, hace más por sanar las heridas del Brexit que un millar de buenistas declaraciones institucionales.
Pero es que, además, esa Superliga no afecta en absoluto a las distintas competiciones nacionales, que seguirán disputándose, por más que haya gobiernos dispuestos a ceder a las presiones localistas, como el de Francia, sin atender a la oportunidad que supone el estímulo inversor inherente al proyecto para sus propios intereses deportivos.
No sólo se potencia el fútbol de calidad, de élite, sino que el éxito repercutirá en el conjunto de este deporte, que tendrá mayores retornos, como ha demostrado hasta la saciedad la política de excelencia en los fichajes, con su repercusión a nivel mundial. En este sentido, es evidente que la actual fórmula de competición europea, que es la que defiende la UEFA, ha quedado superada por la propia evolución de los acontecimientos.
Es una realidad que no ha dejado de ensancharse la brecha de calidad entre las distintas ligas nacionales, devaluando una Champions League cuyas primeras fases clasificatorias carecen del menor interés y saturan a los grandes equipos con partidos que nada aportan, ni al espectador ni a los propios jugadores. Pretender, como quiere su presidente, Aleksander Ceferin, que la solución está en más de lo mismo, con una ampliación a 24 equipos, es, simplemente, insistir en el error.
Como lo es, intolerable, que la UEFA amenace indignamente a los jugadores con impedirles formar parte de sus selecciones nacionales. Porque, todo hay que decirlo, son los clubes quienes cargan con todas las inversiones, quienes se arriesgan económicamente en cada decisión, quienes cuidan de verdad del Fútbol base y quienes, al fin y al cabo, han llevado este deporte a cotas de excelencia que eran impensables. Por ello, les asiste el derecho a reconducir lo que la burocracia de la UEFA, que se cobra la parte del león, no ha sido capaz de hacer: un marco deportivo en el que compitan los mejores.
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