Editoriales

La Superliga sí es de interés general

El proyecto sólo puede suponer beneficios para el fútbol europeo, hoy en crisis

La Superliga sí es de interés general
La Superliga sí es de interés generalPaul WhiteAP

Asistimos a un exceso de visceralidad, no exenta de ese punto de demagogia que caracteriza el argumentario de la izquierda radical, en muchas de las reacciones contrarias al proyecto de la Superliga que impulsan algunos de los mejores equipos de Europa, los que más han hecho en las últimas décadas por convertir el fútbol es una industria cultural de masas de alcance mundial, como si su pretensión última fuera, en una paradoja imposible, acabar con el llamado deporte rey.

Tal absurdo, esgrimido como argumento de autoridad por algunos representantes políticos, no resiste el menor análisis, especialmente, si nos atenemos a la realidad de un deporte que atraviesa una grave crisis, con muchos clubes europeos en riesgo de desaparición o, los que tienen mayor solera y prestigio, abocados a caer en manos de inversores asiáticos y del Medio Oriente, mucho más interesados en la rentabilidad económica y publicitaria, incluso, política del espectáculo que en la protección de sus valores deportivos. No parece acertada, además, la caricatura de una operación de ricos, que abandonan a los más desfavorecidos, cuando los protagonistas del proyecto son, precisamente, quienes con sus inversiones millonarias, perfectamente tasadas por Hacienda, todo hay que decirlo, ejercen el papel de locomotoras de las ligas nacionales y generan unos retornos económicos que suponen la supervivencia de los clubes más modestos.

En este sentido, llama la atención que muchos de los críticos nada tienen que decir ante los millonarios presupuestos que manejan los burócratas de la UEFA o de la FIFA, con emolumentos para sus directivos que superan el millón de euros anuales, que ellos no generan, precisamente, y el escaso retorno que llega al fútbol base. De hecho, en el proyecto de la Superliga se contempla triplicar el fondo de solidaridad de la Champions, desde los actuales 130 millones de euros a los 400 millones, en la línea, por otra parte, de lo que ya venía siendo la política de los grandes clubes de fomentar el deporte desde los escalones más tempranos. No hay, pues, razones de peso para que los distintos gobiernos, entre ellos, por supuesto, el español, pongan trabas a una idea que surge desde la elite del fútbol europeo, que no supone daño alguno para las distintas ligas nacionales y que es una oportunidad para superar la profunda crisis que ha dejado en el sector la pandemia del coronavirus.

Funcionó con el baloncesto y es el camino para otras modalidades deportivas, obligadas a crecer para evitar su desaparición. Desde cualquier punto de vista, el éxito de una Superliga europea fuerte sólo puede suponer beneficios para el fútbol continental, que redundarán en las economías nacionales y que hacen del proyecto una cuestión de interés general.