Editorial

Sánchez y los límites del «temario catalán»

Hay muchos asuntos que tratar con Cataluña, como con las demás regiones

El hecho de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, parezca dispuesto a tomar personalmente las riendas del diálogo con la Generalitat de Cataluña puede servir para desatascar una negociación demasiado condicionada por las crisis sucesivas del nacionalismo catalán, pero, con toda seguridad, no va a suponer cambio alguno en la agenda gubernamental, por más que desde algunos sectores políticos se insista, desde la esperanza o el temor, en discusiones que, por sí mismas, están fuera del orden constitucional.

Esto no significa que demos por inutilizada de antemano la llamada «mesa de diálogo», término que lleva intencionadamente a equívocos, puesto que hay muchas cuestiones que discutir y resolver con Cataluña, como con el resto de la comunidades autónomas, algunas de la mayor urgencia para los intereses generales de los ciudadanos catalanes. Plantear cualquier otra falsa expectativa no sólo llevará a la frustración y a la ruptura, sino que deberá apuntarse en el debe de las formaciones soberanistas que conforman el Ejecutivo catalán, que saben sobradamente cuáles son las líneas rojas que el Ejecutivo de la nación, éste o cualquier otro, no puede traspasar ni, mucho menos, está dispuesto a hacerlo. En este sentido, se equivocan quienes pretendan ver en la profunda remodelación del Gabinete, en la que han caído algunos de los ministros más directamente implicados en las conversaciones con la Generalitat, un cambio de estrategia más «españolista», pues, en nuestra opinión, no hay ningún hecho objetivo, más allá de la interpretación que se quiera dar a los indultos, que permita afirmar que había una estrategia anterior, que, además, sería presuntamente entreguista.

Por supuesto, comprendemos los problemas de las formaciones nacionalistas, especialmente de ERC, frente a su propio electorado, mucho más avisado, sin embargo, de la realidad que algunos de sus dirigentes, pero ello no es óbice para un deseable abandono del voluntarismo, que en política nunca conduce a nada. Cataluña, por otra parte, necesita afrontar la salida de la crisis, que pasa, en efecto, por revisar la financiación y asegurar el buen uso de los fondos europeos, como, insistimos, ocurre con el resto de las comunidades. Pero esa negociación, imprescindible, tiene que estar condicionada a la igualdad de trato y a un ejercicio de transparencia que evite las habituales susceptibilidades hacia Cataluña, que , en demasiadas ocasiones, se antojan injustas.