Rey Felipe VI

Rey, Constitución y el valor de la lealtad

Las voces políticas antisistema que respondieron a Don Felipe validaron que invocar a las virtudes de lealtad, integridad y moralidad era un deber que puso a cada uno en su sitio

Hay dos premisas que se reproducen en bucle de forma contumaz con cada mensaje navideño del Rey. Una, las razonables y medidas palabras de Don Felipe, siempre en su lugar moderador y ejemplar, convertido en un referente imprescindible para los españoles ante toda turbación, haciendo honor a su papel en la cúspide del estado constitucional y de derecho. Otra, la de los enemigos de la España de las libertades, la de la democracia plural, que minutos después de la intervención real de Nochebuena salen en tromba a atacar con saña e inquina todas las reflexiones reales. Es una norma sin excepción que provoca tedio y melancolía ante la incapacidad de esa parte de clase política extremista, que se integra hoy en el gobierno del Reino o que es aliada estratégica del mismo, de no meditar más allá de sus propios intereses corrosivos en los que el bien general se sitúa en un plano superfluo y no digamos ya la consideración hacia las instituciones. Obviamente, este 2021 no fue una excepción. Comunistas, separatistas y soberanistas se lanzaron contra el Rey por lo que dijo, o no dijo, o ellos vendieron que había comentado. La verdad nunca es una barrera infranqueable ni política ni ética para los maestros de la manipulación artera y del maniqueísmo burdo. Muy a su pesar, fue la del Rey una intervención de esperanza en el potencial de la nación y de sus gentes, de confianza en el futuro, pero también de exigencia, de verdad y de sacrificio sobre lo que nos aguarda en este escenario alterado por la pandemia y la crisis, con tantos retos como oportunidades que no podemos desaprovechar si no queremos perder el tren de las locomotoras de nuestro entorno. Hay que tener fe y compromiso en la tarea, saber que nadie nos regalará nada, y que las dificultades son enormes. El repaso de Don Felipe al panorama económico retrató la angustia, incluso la asfixia de las familias, presionadas por los altos precios y el paro. Fue un testimonio de empatía y cercanía con los españoles que atraviesan severas complicaciones y una ardua cotidianidad por el virus o por el volcán de La Palma que resultó, como siempre, balsámico. Don Felipe apremió a los españoles a estar «alerta en un escenario lleno de incertidumbres y contrastes» y aprovechar las ocasiones que seguro se brindarán para mejorar sin merma de los principios. Las valoraciones de ayer de Unidas Podemos, ERC, Junts, EH Bildu, más allá de las positivas reacciones de los grupos constitucionalistas, refrendaron que en efecto España no solo atraviesa una encrucijada con origen detonante y acelerante en la pandemia, también transita por una insólita anomalía política como es la de un gobierno socialista comunista y un Parlamento con socios de una mayoría enemigos de la Constitución y abiertamente beligerantes con la España del 78 que encarna la Corona. En las palabras del Rey se dieron la mano dos ideas que entendemos tan claves como certeras como fueron, de un lado, la defensa de la Carta Magna como «viga maestra» del progreso nacional y de la convivencia democrática frente a toda suerte de crisis y de movimientos hostiles en nuestra historia más reciente. La de una obra colectiva, la norma suprema y la Transición, que nos ha convocado contra la división, el enfrentamiento, el rencor y la exclusión, y para la que solicitó «respeto, reconocimiento y lealtad». De otro lado, y en paralelo, Don Felipe apeló a la responsabilidad de las instituciones, a que ocupen su lugar constitucional: «respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral». Estar a la altura y ser un referente para esos ciudadanos hartos ante actos de desobediencia, ataques a la Justicia o inquisitoriales acometidas contra otros pilares de nuestro Estado, como su Jefatura y la Constitución, desde despachos oficiales y jaleados en ministerios del Reino. Las voces políticas antisistema que respondieron a Don Felipe validaron que invocar a las virtudes de lealtad, integridad y moralidad era un deber que puso a cada uno en su sitio.