Editorial

Garzón sólo es un síntoma del desgaste

E l Gobierno de coalición cumple dos años en medio de una trifulca interna que, en realidad, sólo es un síntoma más del desgaste de una fórmula de cohabitación que nunca le ha funcionado a las izquierdas. En respaldo de esta afirmación, no hay más que escuchar a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, explicando las razones de su apoyo cerrado al ministro de Consumo, Alberto Garzón, en los compromisos medio ambientales adquiridos por el jefe del Ejecutivo con sus socios de Gabinete.

Que estos partan del maximalismo «verde», que es la última enseña enarbolada desde los viejos ámbitos comunistas, en contra de las más ponderadas posiciones de una socialdemocracia con mayor peso específico en el marco rural, explica la imposibilidad de llegar a un acuerdo, más, si la disputa se produce a las puertas de unas citas electorales en dos comunidades con fuertes sectores agropecuarios, como son Andalucía y Castilla y León. En el fondo, Garzón representa a una izquierda mayoritariamente urbana, cada vez más ajena a los problemas cotidianos del agro español, y más preocupada por promover los dogmas de ese acientifismo ecologista de nuevo cuño –desde los azúcares de las bebidas refrescantes a la dietas bajas en proteínas animales, pasando por un modelo de agricultura «sostenible» de baja productividad– que, directamente, aboca a la desaparición de una parte del tejido agrícola español.

Sabe el PSOE que ese discurso, en el fondo elitista, cuesta votos en los campos, como demuestra que, incluso, sindicatos y agrupaciones agrarias de la órbita socialista se hayan revuelto contra el titular de Consumo, exigiendo una destitución que, sin embargo, no está en manos del presidente del Gobierno. Es una cuestión de fondo, porque, aunque se pretenda ir a un mensaje gubernamental único, los destinatarios no responden electoralmente igual, porque no son ideológicamente equiparables. Existen otros muchos ámbitos –como el de la autodeterminación del género y sus derivadas en las políticas feministas, el modelo territorial o las restricciones a la propiedad privada y a la libertad de empresa–, que, también, suponen líneas infranqueables para un sector de la izquierda moderada, que se sentía reconocida bajo la insignia socialdemócrata y que no comparte la deriva radical del Gobierno.

De ahí que sea inevitable, como pronostican los estudios demoscópicos, la pérdida de apoyo electoral de ambos miembros de la coalición. Con un factor muy significativo, pues aunque ambos pierden en intención de voto – el PSOE cae, según las últimas encuestas, hasta el 25,2 por ciento de los sufragios y Unidas Podemos se queda en el 9,8 por ciento– es residual el trasvase de electores entre ambas formaciones. Son más los socialistas que migrarían hacia el centro derecha que los recalarían en el partido morado.