Editorial

El Gobierno que sigue a ciegas con el virus

Cabe preguntarse por qué el Gobierno decidió hace poco menos de un mes que era conveniente que la población usara las mascarillas en el exterior, cuando la incidencia de la infección era de 911 casos por cien mil habitantes, y por qué, ayer, con una incidencia de más del doble, 1.987 casos por cien mil habitantes, ese mismo Gobierno decreta la «libertad de las sonrisas», por utilizar uno de esos términos cursis, tan asociados a la propaganda gubernamental.

La cuestión no es baladí porque desde que comenzó la sexta ola de la pandemia, hacia finales del mes de octubre, el coronavirus se ha llevado la vida de 7.384 personas más, según los datos que facilita el Ministerio de Sanidad, es decir, a un ritmo trágico de 77 muertes diarias. Y ello, a pesar de las altas tasas de inmunización que registra España, que han conseguido contener el tremendo embate de la variante ómicron. Todo indica que, una vez más, nuestras autoridades sanitarias han ido a remolque de la pandemia, repitiendo, pese a la larga experiencia acumulada, los mismos errores, con el poco edificante espectáculo de las distintas comunidades autónomas, dejadas una vez más a su suerte, imponiendo restricciones a la libertad de movimiento y de reunión de los ciudadanos que, como demuestran implacablemente las estadísticas, no han tenido la menor virtualidad en la reducción de la intensidad de los contagios.

Al final, a la población española, sobresaturada de mensajes contradictorios, pues no hace tanto tiempo que el Gobierno de Pedro Sánchez rechazaba la distribución de tests de antígenos en las farmacias, ha encajado el nuevo envite de la infección con ecléctico fatalismo, consciente de que frente a esta nueva cepa del coronavirus, altamente infectiva, la única protección real descansaba sobre las vacunas. Porque, como hemos apuntado antes, en España se han registrado el doble contagios por coronavirus y 5.500 muertes más durante el tiempo en que las mascarillas han sido obligatorias.

Pero mientras nuestros gobernantes porfiaban en torno al uso de las mascarillas, una vez que parecen olvidados los geles de manos, y en otros países de nuestro ámbito se incidía en el aprovisionamiento de los nuevos medicamentos antivirales –un instrumento que resulta clave para evitar el colapso del sistema hospitalario–, el Ejecutivo español, que había anunciado a bombo y platillo la compra de cientos de miles de dosis, rompía las negociaciones de los contratos con los laboratorios, buscando un ahorro de precios, a la postre, ilusorio, si tenemos en cuenta los costes añadidos al tratamiento hospitalario de los enfermos más graves. Con todo, lo peor es la sensación extendida entre la opinión pública de que una vez vencida esta sexta oleada de la pandemia, que ya está llegando a su pico, el Gobierno, por las trazas, no habrá aprendido nada.