Editorial

Marruecos, Argelia y la impericia exterior

La concesión a Rabat se encuentra en línea con las decisiones de notables cancillerías que entienden que la autonomía es la única salida realista para el Sáhara

Marruecos no es un vecino más y esa premisa que ha marcado la acción exterior de los gobiernos españoles no puede relativizarse. Los esfuerzos para estabilizar una relación normalizada entre dos naciones con lazos innegables e intereses comunes igualmente incuestionables constituyen un deber para nuestra diplomacia, como debería serlo para la de Rabat. El presidente del Gobierno se citó el jueves con Mohamed VI para abrir una nueva etapa de colaboración y entendimiento, que Pedro Sánchez ha calificado de «hito diplomático». Más allá de la sobreactuación habitual de Moncloa, ese nuevo escenario ha sido el fruto de un cúmulo de actuaciones anómalas, imprudentes y discutibles como han resultado el volantazo en la posición histórica sobre el Sáhara, que es también la de la Naciones Unidas, la adhesión a las demandas de Marruecos y que el presidente haya actuado en solitario en un asunto de Estado, de espaldas a su gobierno, a la sede de la soberanía nacional, al primer partido de la oposición y a la Jefatura del Estado. Los próximos meses desvelarán si Sánchez ha podido crear un problema de mayor o similar gravedad del que ya provocó con el caso Ghali, origen de este contencioso diplomático mayúsculo. Primero, con Marruecos, y ahora con Argelia, en pleno estallido de una crisis energética y económica de alcance desconocido, que, de momento, se ha concretado en un considerable recorte de los envíos de gas y en un alza de los precios, además de la retirada del embajador argelino. Así que entendemos que sería juicioso que el presidente se midiera en esa euforia extemporánea y teatral con que aspira a dimensionar el impacto de sus conversaciones y sus compromisos con el comendador de los creyentes, de los que, por otra parte, como es habitual con Marruecos, sería prudente ponerlos en cuarentena, aunque solo fuera por la opacidad de la que están rodeados. Que sepamos la reapertura de fronteras, la libre circulación de personas y mercancías y el retorno de la operación Paso del Estrecho han sido los frutos de esta singular sintonía con Rabat, como ha quedado plasmado en el comunicado conjunto tras el encuentro con Mohamed VI. En esta nueva normalidad diplomática no se han mencionado plazos sobre la reapertura de la aduana de Melilla y la instalación de otra aduana en Ceuta, ni la integridad territorial de ambas ciudades autónomas, ni la de las aguas territoriales alrededor de las Islas Canarias ni tampoco se ha dado cuenta de cuál va a ser la cooperación migratoria. Existe un desequilibrio en la balanza diplomática que es obligatorio recomponer. El objetivo de regularizar el vínculo con Marruecos era responsable y necesario y la concesión a Rabat se encuentra en línea con las decisiones de notables cancillerías que entienden que la autonomía es la única salida realista para el Sáhara. Pero se han cometido errores fruto de una gestión deficiente. Sin contraprestaciones de calado de Rabat, la posición española se encuentra quebrantada en un flanco estratégico, con un horizonte cubierto de incertidumbres para el que se necesitan más destreza y agudeza.