Política

Tras Lastra, Sánchez y sus políticas siguen ahí

La clave es que los españoles viven cada día peor, y que la ejecutoria de socialistas y comunistas ha empobrecido el país y la democracia con una pertinaz dedicación

Se había especulado con una secuencia de decisiones y cambios orgánicos en el PSOE tras la debacle andaluza y la muy negativa evolución en las encuestas. Pedro Sánchez había decidido proceder con una suerte de catarsis nominal en Ferraz para tomar impulso ante el ciclo electoral próximo, que será decisivo. Dada la personalidad y los precedentes, nadie del círculo de confianza del presidente podía sentirse a salvo porque todos, salvo él, son sujetos de paso. Adriana Lastra se ha sumado a una lista de íntimos colaboradores de Sánchez defenestrados que ya nutrieron Redondo, Ábalos y Carmen Calvo, entre otros. La ya exvicesecretaria general del PSOE, y por tanto número dos en el escalafón socialista, ha aducido motivos personales, que es el manido discurso y el eufemismo a mano cuando las disputas internas eran insoportables y la toxicidad del medio lo convirtió en irrespirable, que es lo que ha ocurrido en el partido con la hostil relación de Lastra con Santos Cerdán, secretario de organización, número tres del partido y personaje de confianza de Sánchez. Un embarazo de riesgo ha creado la oportunidad para elaborar el relato y la escena que, por otra parte, parecen ridículos y fallidos pues la guerra intestina en Ferraz era un secreto a voces. El líder del PSOE había colegido que el partido se había convertido en un lastre para el Gobierno y no en un elemento dinamizador y acelerador de los hitos del Ejecutivo. O lo que es igual que la derrota a manos de Juanma Moreno y la espiral depresiva de las expectativas electorales respondían a los errores estratégicos, de confección de campaña y de comunicación de Ferraz, además del desgaste de las relaciones por las ambiciones personales, y nunca a la gestión de Moncloa. Sánchez ha buscado culpables y cabezas que cortar para saciar la desafección del votante con el Gobierno y cortar la hemorragia que nutre al PP. Algo así como que la caída de Lastra es un «he entendido el mensaje» de Sánchez al electorado. Resulta más que factible que la purga no se quedé aquí y que después del verano las salidas y las entradas en el PSOE y en el gabinete se produzcan en busca de resuello, de un nuevo aire, para el presidente, y que la ola por la cumbre de la OTAN y el debate sobre el estado de la nación no decline y se enderecen las opciones de la izquierda en las cruciales autonómicas y municipales. Los planes, sin embargo, suelen funcionar como un reloj suizo sobre el papel, pero en la práctica, en el día a día de España y los españoles, se encuentran afectados por imponderables y por el propio devenir de una acción de gobierno decadente. No es una cuestión que se solvente con un cambio de cromos, sino de políticas, decisiones y balances entre aciertos y errores. Y aquí no hay cosmética ni trucos de tahúr que valgan fabricados en los despachos monclovitas. La clave es que los españoles viven cada día peor, y que la ejecutoria de socialistas y comunistas ha empobrecido el país y la democracia con una pertinaz dedicación. Sánchez inmola a los suyos para salvarse él, pero no funcionará.