Editorial

1-O: cinco años del viaje a ninguna parte

Contra la costumbre, el presidente del gobierno catalán, Pere Aragonés, volvió a tomar la palabra en la última sesión del debate de política general, celebrado en el Parlament, y lo hizo para lamentar que el ruido partidista, en clara referencia a sus socios de Junts, hubiera preterido aquellas cuestiones que más importan a la ciudadanía, como son las urgencias económicas, sociales y energéticas que debe afrontar Cataluña, que son, añadimos nosotros, las mismas que afectan al resto de España.

No fue un discurso menor, no sólo porque fuera pronunciado en la víspera del quinto aniversario del 1-O, sino porque se alejaba de esa huida hacia delante de un separatismo que no acaba de entender que sigue en el mismo viaje a ninguna parte. Por supuesto, con ello no queremos dar a entender que ERC haya abandonada la causa independentista, porque no sería cierto, pero sí que, al contrario de los post convergentes, ha asimilado la mínima dosis de realidad que supuso el fracaso de la intentona golpista en Cataluña.

Y con una ventaja que juega a favor de Pere Aragonés, que su jefe de filas, Oriol Junqueras, con el horizonte penal ya despejado por los indultos, no vive en la provisionalidad y la urgencia de un Carles Puigdemont, cuya ominosa sombra sobre una parte del nacionalismo catalán se desvanece poco a poco. Es cierto que la política más pragmática de ERC, con unos acuerdos que ayudan a sostener parlamentariamente al Gobierno central y alejada de imposibles vías unilaterales soberanistas, supone un coste en sus expectativas electorales, pero todo indica que quedará ampliamente compensado por las ventajas inherentes a cualquier alianza con los partidos en el poder, sin excluir, por supuesto, la mejor financiación autonómica.

Es reflejo, además, y es lo que más nos importa, del cansancio social en Cataluña que produce esa estrategia del continuo enfrentamiento con las instituciones del Estado, que cada vez se percibe más como estéril y carente de contenido real. Porque si algo aprendimos de la conmoción de hace cinco años, es que el orden constitucional, en un estado democrático, dispone de los instrumentos precisos para su defensa. Ahora, toca que el gobierno de la Generalitat cierre su actual crisis, probablemente, mediante la ruptura con unos socios instalados en la dinámica de jugar a dos papeles, y que, por fin, se aborden las prioridades que marca la realidad. Esas urgencias económicas, sociales y energéticas que señaló Pere Aragonés y que afectan a todos los ciudadanos catalanes, no solo los nacionalistas.

Comprendemos el vértigo de gobernar en minoría, pero todos los actores políticos sabían que las bases del acuerdo con Junts no podían cumplirse. Cataluña tiene, cinco años después, una oportunidad para recuperar tanto tiempo perdido en una entelequia sin más salida que la frustración.