Editoriales
Tampoco el empleo avala al Gobierno
No es posible negar que los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA), referidos al tercer trimestre de 2022, mueven a la preocupación, aunque sólo sea, porque reeditan el periodo previo a la pandemia, cuando ya la economía española daba sus primeros síntomas de enfriamiento. Tampoco es motivo de satisfacción que de todos los nuevos empleos creados en el trimestre dos terceras partes fueran en el sector público ni que, una vez más, el azote del paro se esté cebando con los jóvenes y las mujeres, repitiendo unas pautas bien conocidas cuando las cosas van mal en el mercado de trabajo. Así, los datos objetivos nos dicen que la tasa de desempleo en España vuelve a superar el 12,6 por ciento, próxima a los tres millones de parados, y que este tercer trimestre arroja cifras de creación de puestos de trabajo tan malas como en lo peor de la pandemia.
Así las cosas, no es de extrañar que entre la opinión pública se extienda un cierto pesimismo sobre el futuro, sensación que contrasta vivamente con los aires triunfalistas de un gobierno sobre el que caen, como lluvia fina, las malas noticias, sin que mueva una coma del discurso. Al contrario, nuestro Ejecutivo presume de unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) edificados sobre cimientos de barro y tan condicionados por su minoría parlamentaria que los convierten en una herramienta inútil para la gestión de la economía nacional.
En este sentido, no deja de ser una paradoja que lo que se presume como una de las labores más comprometidas y, por lo tanto, sólidas en el ejercicio del gobierno, se traten a modo de patio de Monipodio, al mejor interés de los partidos nacionalistas que apoyan al Ejecutivo y, por supuesto, como enganche electoral de las formaciones que conforman el gobierno. O, dicho de otra forma y sin ánimo de hipócritas desgarros de vestiduras, nos hallamos ante un instrumento de gestión pública construido a espaldas de cualquier realidad que no sea la que cuadra a sus ejecutores.
Otra cuestión es que los hechos no acaben por imponerse. Ahí están los indicadores, como esta última EPA, pero, también, los cambios en las reglas de juego, como las anunciadas subidas de los tipos por parte del Banco Central Europeo, que deberían llevar a nuestros gobernantes a tomar las mínimas medias de prevención, porque anuncian tiempos de estancamiento económico, cuando no de recesión. Pero nada cabe esperar de este Gabinete, que presume de unas cuentas públicas expansivas y sociales, sólo criticadas en el relato gubernamental por una oposición que busca dañar la democracia, precisamente, cuando en el horizonte europeo se avizora el fin de la máquina de imprimir dinero –una de las causas principales del brote inflacionista– y el retorno a las políticas de austeridad presupuestaria. A la normalidad, en suma.
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