Editorial

Asomados al precipicio futuro de la recesión

La ironía de este presente descorazonador es que los españoles son cada día más pobres mientras el Gobierno se hace más rico, con una recaudación extra de más de 30.000 millones

El Gobierno ha celebrado los datos de la Contabilidad Nacional del tercer trimestre del año publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Otro hito de los innumerables acumulados en una gestión de la crisis que vende como ejemplar, admirada y referente para nuestros socios europeos. Los ha interpretado como el refrendo de que el crecimiento del PIB en 2022 superará sus previsiones y las del resto de analistas. Por supuesto, estamos ante una lectura de parte no solo incompatible con la realidad, sino también, y sobre todo, con el consenso de los expertos y de las principales instituciones nacionales e internacionales. El Ejecutivo ha ponderado exclusivamente la evolución positiva en tasa interanual de hasta el 4,4% del PIB, meta oficial estimada para el conjunto del año, y ha desdeñado el resto de parámetros y constantes que calibran la situación. O lo que es igual, ha tomado la parte, una muy específica, por el todo, para cuadrar el discurso con que sostener el embeleco ante la opinión pública. Al contrario, el plano secuencia de la actividad entre julio y septiembre que ha ofrecido el INE ha confirmado lo que habían concluido las estimaciones elaboradas fuera del espacio gubernamental, como es que la economía española apenas tiene pulso. Se ha desacelerado su empuje trimestral casi dos puntos en los meses de verano, hasta situarlo en el 0,1% – una décima inferior al avanzado el pasado 28 de octubre–, frente al 2% del trimestre anterior, con el riesgo cierto de registrar en tasas negativas en un escenario de consecuencias imprevisibles. El frenazo de la inversión y la moderación del consumo de los hogares han sido variables decisivas en el periodo, no lo olvidemos, del turismo, del gasto y la demanda, lo que debe agudizar el escepticismo. Ni siquiera la evolución internanual, de la que se ha jactado el Ministerio de Economía, ha cosechado un balance que matice los efectos del parón. Ese 4,4% ha contrastado con el 7,6% del segundo trimestre. La dinámica declinante parece rotunda y debería conducir a cualquier responsable riguroso no solo a moderar la retórica, sino a replantearse las líneas maestras de la política económica que nos ha empujado a tanta fragilidad e inseguridad. La hipérbole impostada de Moncloa sobre su virtuosa estrategia resulta irresponsable y hasta dolosa. Atribuirse un liderazgo europeo para el único país que no ha recuperado la riqueza previa a la pandemia, y que no lo hará, con suerte, hasta 2024 sería aún más grotesco si no fuera porque los españoles sufren en exceso. Apelar hoy a un giro de 180 grados en la dirección económica es inútil, pero es un deber al que la oposición debe comprometerse. La ironía de este presente descorazonador es que los españoles son cada día más pobres mientras el Gobierno se hace más rico, con una recaudación extra de más de 30.000 millones y los principales impuestos disparados. La sombría ecuación es que se crece menos, casi nada, y nos endeudamos más bajo la amenaza cierta de una recesión con Sánchez dispuesto a todo menos a rectificar.