«El vendedor»: Juego sucio

«El vendedor» parece diseñada en un taller avanzado de técnicas de guión, asignatura «Construcción de personajes». Todo (gestos repetidos, silencios, paisaje desolado, vestuario, «acting») viene a reforzar el retrato de un hombre que ha envejecido en un mundo pequeño (un pueblo remoto de la región del Québec), que ha aprendido a relacionarse con él a partir de la verborrea hipercodificada de las técnicas de venta de automóviles, y cuyo solipsismo, únicamente roto por la entrañable relación que mantiene con su hija y su nieto, le hace pasar por alto la tragedia de los obreros en paro de una fábrica de papel cercana. Se trataría de un ejercicio escolar impecable, apoyado en una excelente interpretación de Gilbert Sicotte, sino fuera porque Sebastien Pilote se empeña en castigar a tan entrañable personaje, preparando el terreno a base de una previsible estratagema trágica, para que veamos, por un lado, cómo reacciona cuando los esquemas de su programada vida se rompen y, por otro, para demostrar que la insolidaridad se paga cara. Pilote juega sucio con su propia creación, y obliga al espectador a juzgar la dignidad de este hombre sin atributos, traicionando por completo el supuesto humanismo de su propuesta.