Elecciones 24-M
Hagan juego señores
La capacidad de los partidos para aglutinar en su seno a diferentes sensibilidades, eso que ahora se llama transversalidad, es uno de los ejes que, desde el punto de vista de la ciencia política, explica el éxito de unos partidos y el fracaso de otros. El modelo de partido atrapalotodo (catch-all-party) se impuso en el mundo occidental desde mediados del siglo XX y fue garantizando así la existencia de partidos que permitirán gobiernos estables con un número reducido de actores políticos en la escena pública.
En España, tras la sustitución de la UCD por AP a principios de los años ochenta del pasado siglo, el sistema político se estabilizó, de acuerdo con la voluntad de los ciudadanos, en torno a dos grandes partidos, sin rivales de entidad por sus extremos. Así, mientras que el PSOE ocupaba gran parte del espacio del centro hacia la izquierda, el PP ocupaba el espacio simétrico pero hacia la derecha. Por ello, y durante mucho tiempo, sólo hubo otra formación con implantación en todo el territorio nacional, Izquierda Unida, si bien su fuerza era escasa y nunca fue una alternativa real al PSOE por el voto desde el centro hacia la izquierda. El resto de formaciones con peso estaban circunscritas a territorios muy concretos y se articulaban en torno a la ruptura centro/periferia, representando por ello identidades alternativas a la española y, por lo tanto, sin intentar competir en toda España por el espacio político. Esta situación se mantuvo así durante más de veinte años, momento en el que aparece UPyD, un partido con aspiraciones nacionales pero que tampoco se ha configurado como una alternativa a ninguno de los dos grandes partidos. Por lo tanto, y hasta la llegada de la crisis económica de finales de la primera década del siglo, teníamos un escenario de dos grandes partidos de ámbito nacional, y a sus flancos dos formaciones minoritarias que, daba la sensación, no eran capaces de superarlas, articulando así un juego de dos grandes más dos bisagras con el que articular la vida política española.
Las cosas empezaron a cambiar de manera lenta, pero inexorable, con la crisis económica. Este factor, sumado a la progresiva desconfianza que se ha instalado en la sociedad española y otros factores que serían largos de citar aquí, han ido minando la capacidad de estos partidos para atraer a amplios espectros del electorado y ese es el escenario que parece que estamos viviendo en España desde el año pasado. En este sentido, nuestro país no es una excepción y, al igual que ha ocurrido en muchos otros países, los años de crisis han traído la emergencia de nuevos partidos que, con más o menos éxito, pugnan por hacerse un hueco en el escenario electoral. Así, la irrupción de Podemos, ha sido seguida por la eclosión a nivel nacional desde el mes de diciembre de Ciudadanos, un partido de ámbito catalán hasta hace poco tiempo y que aparece ahora en un proceso rápida expansión por todo el país. De esta manera, la situación que dibujan las encuestas muestra que, por primera vez en la historia de la democracia española, cuatro fuerzas políticas superan el 15% de intención de voto a nivel nacional, y ninguna de ellas está por encima del 30%, lo que configura un escenario muy complejo en el que no es fácil prever lo que puede pasar. Estos cuatro partidos, además, compiten por pares en el mismo escenario electoral y si Ciudadanos y el PP compiten por el electorado que está ubicado entre el centro y la derecha, el PSOE y Podemos compiten por ese especio que está entre el centro y la izquierda.
De este escenario parecen derivarse una consecuencia y una incertidumbre. La consecuencia es que con cuatro fuerzas con tanto peso, el hueco de IU por un lado y de UPyD por el otro queda reducido hasta la marginalidad. Es decir, en términos estrictamente políticos, los grandes perjudicados por la irrupción de lo que se ha dado en llamar partidos emergentes no son tanto el PSOE y el PP, que están en condiciones de competir con ellos, sino sobre todo UPyD e Izquierda Unida, que no sólo han perdido toda oportunidad de crecer sino, que a mayores, es muy posible que sean fagocitados por las otras dos fuerzas y acaben condenados a la irrelevancia, a medio plazo, en la vida política española.
Pero decíamos que del escenario, además de una consecuencia, se puede derivar también una incertidumbre. Y la incertidumbre es que no sabemos que pasará a medio plazo con el escenario político español. Es posible que los dos partidos emergentes acaben consolidándose como fuerzas de implantación nacional y que convivamos, por lo tanto, durante algún tiempo, con cuatro partidos con posibilidades reales de obtener triunfos electorales en diferentes partes del territorio nacional. Sin embargo, el modelo español de asignación de escaños a nivel nacional, tanto en el Congreso como en Senado, lleva a pensar que, a medio plazo y con la provincia como –pequeña– circunscripción, lo más probable es que el sistema volverá a girar en torno a dos partidos con más de un 25% de intención de voto y pequeñas formaciones gravitando alrededor de ellos. Lo que no tenemos claro, nadie, a estas alturas, es si esos dos partidos seguirán siendo el PSOE y el PP o si, por el contrario, alguno de los dos emergentes será capaz de dar el sorpasso y sustituir a su par en la centralidad del tablero político. Las espadas están en todo lo alto y las apuestas están abiertas, así que ¡hagan juego señores!
*Politólogo-Director de Operaciones de SIGMA DOS
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