Política
10-N: Nada que ganar
Casado no quiere arriesgar su victoria sobre Rivera de los pactos autonómicos aunque tengan blindado el control del partido. PP y Ciudadanos creen que «gobernar ahora desgastará a Sánchez»
Los partidos del centro derecha se mueven a ciegas mientras preparan unas nuevas elecciones bajo el mantra del «por si acaso»
Los partidos del centro derecha se mueven a ciegas mientras preparan unas nuevas elecciones bajo el mantra del «por si acaso». Está claro que no fructificará la marca España Suma, y tienen también claro que la participación fue decisiva en el resultado de las elecciones de abril y lo será en noviembre si se abren de nuevo las urnas. Pero están atados de manos, o atados, más bien, a cómo se resuelva el pulso entre el PSOE y Unidas Podemos. Sobre quién parte en mejor posición, en teoría es el PP, pero, aun así, en el principal partido de la oposición prefieren, en su mayoría, que no haya elecciones.
El rechazo a las urnas no es por miedo a una crisis interna. Pablo Casado tiene el control del partido, si no total, sí en lo determinante para anular cualquier riesgo de revuelta por mal que le fueran los resultados de unas nuevas elecciones generales, que tampoco parece que fuera a ser así. Los suyos han tomado el mando de los principales «fuertes» desde los que mantener seguro a su «número uno», y esto anula la sombra de la revuelta. Han tomado el poder en clave nacional, y también territorial. Pero en Génova echan cuentas, y lo que les sale es que pueden no perder apoyos en otras elecciones, pero realmente tampoco tienen nada que ganar ni siquiera en el mejor de los casos, que mejoren en escaños porque se corrija la fragmentación del voto en su espectro electoral. Es un hecho que no se dan las circunstancias como para que entre en juego la variable de que lleguen a disputarle el triunfo al PSOE. Ni tampoco para que la suma del centro derecha, dividido en las urnas, pueda aspirar a recuperar el control de La Moncloa.
Unos nuevos comicios sí serían un nuevo pulso a muerte entre el PP y Ciudadanos (Cs). Populares y naranjas dejan fuera de la batalla a Vox. Parece que ha desaparecido por completo para ellos la preocupación por la parte del pastel electoral que pueda arrebatarles la formación de Santiago Abascal. Coinciden en dar por amortizado el peligro. Coinciden también en sostener que los de Vox han tocado su techo, y que si hay elecciones éstas confirmarán que a la primera de cambio «se han disuelto como un azucarillo en un vaso de agua». Suena a intuición, si bien en los cuarteles generales del PP y de Cs sostienen que los datos así lo confirman. Pero también es verdad que todos los datos electorales de estos momentos tienen un valor muy relativo. En cualquier caso, el hundimiento de Vox es una hipótesis de trabajo compartida por PP y Cs, de la misma manera que los dos partidos saben que unas nuevas elecciones serán otra cruenta lucha por el liderazgo del centro derecha. Contra el PP, que vuelva a hablarse de corrupción; contra Cs, que a ver cómo se distancia del partido al que sostiene en gobiernos autonómicos y municipales.
Y en esta guerra el análisis interno del PP explica que puedan ganar terreno a Cs, pero que no les compensa el riesgo. La explicación está en el resultado de las autonómicas y municipales en comparación con el de las generales, que fue desastroso para los de Casado. El resultado final de los comicios autonómicos y municipales confirmó la victoria de la estructura territorial del PP sobre la de Cs. Casado se ha hecho fuerte sobre la base del 26-M por el poder que ha amarrado de la negociación posterior. De ahí el PP ha salido reforzado como partido de gobierno, por paradójico que resulte respecto a las generales, y esa aureola de partido de gobierno es un impulso para manejar en el Congreso los 66 diputados a los que quedó reducida la bancada popular en las últimas elecciones generales.
En los cálculos del PP y de Ciudadanos entra también la idea de que, si ahora se forma un nuevo Gobierno socialista, será un Gabinete muy precario, inviable como gestor, y Pedro Sánchez sufrirá el desgaste de tener que remar con esos bueyes. Mejor, por tanto, este escenario –confiesan–, que arriesgar nada en unos comicios.
El resultado de unas nuevas elecciones generales dependerá como primer factor de quién cargue ante la opinión pública con la responsabilidad de forzar esa cita con las urnas. Esta premisa la valoran en la izquierda y en la derecha, además con la previsión de que quién asuma esa cupa, sea el PSOE o Unidas Podemos, afectará no sólo a la batalla electoral entre estas dos fuerzas, sino también al pulso en el bloque del centro derecha. Donde PP y Ciudadanos se sienten liberados de la presión inicial para facilitar la gobernabilidad, sobre todo por el punto de inflexión que en su relato marcó la decisión del Partido Socialista en Navarra de desplazar del Gobierno foral a Navarra Suma, alianza del centro derecha, a costa de que el voto de Bildu fuera decisivo en la ecuación de los apoyos que auparon a la Presidencia a la socialista María Chivite.
La suma de los resultados de las generales de abril da esta vez, y hay posibilidad real de gobierno, lo que agrava el coste para los partidos de no ser capaces de traducir en una alternativa el mandato de los españoles. El «está por ver qué pasa» va ligado en esta recta final antes de que se disuelvan de nuevo las Cámaras al hecho de que, hasta entrado octubre, en el caso de que haya urnas, el escenario político está demasiado borroso como para poder sacar conjeturas sobre estrategias o incluso sobre qué partido afronta esa cita electoral en mejores condiciones. «Pueden pasar muchas cosas como para que a día de hoy algún partido tenga la seguridad de que será el beneficiado», confirman en el ámbito demoscópico.
A priori, el clima apunta al PSOE como principal ganador, pero los que saben de controlar campañas electorales ni siquiera asumen como bueno este mantra pese a que esté perfectamente elaborado por Moncloa. Tanto que hasta en la derecha lo han asumido como bueno: «En una campaña el PSOE saldrá a matar a Podemos, con todo el aparato del gobierno a su servicio, y esto es bastante difícil de anular».
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