Coronavirus
Muerte de los ancianos
Esta plaga –¿bíblica?– que padecemos en forma de pandemia coronavírica posibilita que, con ocasión del generalizado confinamiento a que nos tiene sometidos, accedamos a prolija información sobre su etiología y sus letales efectos en una parte vulnerable de la población. Es sabido que los más expuestos son los mayores, los ancianos que además tengan alguna otra patología subyacente, que suele ser frecuente a esas edades: El rango de edad más afectado es el de mayores de 70 años, que concentra el 90% del total de los fallecidos. Por ello, es especialmente doloroso comprobar como, siendo las residencias de ancianos focos de elevado riesgo mortal –Madrid, Barcelona, Tomelloso, Vitoria, Soria, Valencia…– no se han adoptado las adecuadas medidas extraordinarias de prevención y asistencia.
Sánchez afirmó el miércoles en el Congreso que «las prioridades políticas han cambiado, no pueden ser las mismas». No hay mal que por bien no venga, y le tomamos la palabra: sea consecuente y, por respeto a la memoria de tantos ancianos muertos en residencias y tantos otros lugares, retire del Congreso la regulación de la eutanasia. Defender que a los mayores enfermos hay que ayudarles a suicidarse es un escarnio inmoral e inaceptable. Lo será siempre y más ahora, si cabe. ¿Alguien se atreve decir en este momento en el que todos luchamos por sobrevivir, que hay una gran «demanda social» para facilitar la muerte? Le tomamos la palabra: rectificar es de sabios.
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