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Desazón en el Ejecutivo: “Illa no salva ni su silla”

Los socialistas catalanes creen que les pasará una factura negativa que aprovechará el independentismo

El primer secretario del PSC, Miquel Iceta (I), su presidente, Angel Ros (d), y el secretario de organización, Salvador Illa (d) en una imagen del pasado año
El primer secretario del PSC, Miquel Iceta (I), su presidente, Angel Ros (d), y el secretario de organización, Salvador Illa (d) en una imagen del pasado añolarazon

Sobrepasado. Completamente desbordado y sin capacidad de discernir los informes técnicos, a veces muy heterogéneos, que llegan a la mesa del Comité de Crisis en La Moncloa. Esta es la opinión mayoritaria entre los ministros del Gobierno ante la tremenda posición del titular de Sanidad, Salvador Illa Roca. Un hombre que vino a Madrid impuesto por el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, para liderar el puente aéreo Madrid-Cataluña en el famoso foro de diálogo negociador y que ha acabado más que abrasado por las circunstancias de la pandemia.

Avalado por Iceta y, sobre todo, por su estrecha amistad con el ministro de Transportes y números dos del PSOE, José Luis Ábalos, este filósofo de mirada desviada y postura de profesor anglosajón estaba destinado a misiones políticas mucho más ambiciosas. Pedro Sánchez y Miquel Iceta pactaron para él una cartera de escasas competencias, la de Sanidad, que le permitiera volcarse en el conflicto catalán. El resultado no puede ser más penoso y, en una frase muy gráfica de algunos miembros del Ejecutivo: «Illa no salva ni su silla».

Aunque nadie quiere públicamente criticarle, la desazón impera ente ministros del Gobierno y altos dirigentes del PSC. Fuentes de Moncloa y de los socialistas catalanes admiten el enorme fracaso de gestión de Salvador Illa: «Le ha caído la gorda», dicen varios ministros con peso político. Admiten que es un hombre tranquilo, «muy contenido», que llega a las reuniones con serenidad pero que demuestra no saber dilucidar las decisiones finales del comité científico, en ocasiones muy dividido. «No se puede hacer peor, falla la comunicación, la difusión y la decisión», reconocen en privado algunos miembros del Gabinete, que critican con dureza la estrategia del poderoso jefe presidencial, Iván Redondo, máximo controlador de la comunicación, a su juicio, claramente perdedora a favor del vicepresidente Pablo Iglesias. «Este se lleva el gato al agua», advierten las mismas fuentes. Opinión compartida por muchos «barones» regionales del Partido Socialista. «Iglesias está secuestrando al PSOE sin que Pedro se de cuenta».

La opinión de varios ministros y dirigentes del PSC es que Salvador Illa es «una buena persona», pero con esto no se afronta una crisis de tal calibre. «Hasta Leire Pajín fue mejor ministra de Sanidad», dice un veterano diputado socialista sobre la titular de esta cartera en época de José Luis Rodríguez Zapatero que, sin ninguna experiencia en el sector, se rodeó de un buen equipo de expertos liderados por su entonces secretario de Estado, el médico José Martínez Olmos. O Trinidad Jiménez, que supo lidiar con la gripe aviar y mereció hasta el apoyo de la portavoz sanitaria del Partido Popular y su antecesora en el ministerio, Ana Pastor. «Illa llega a las reuniones desbordado y transmite una sensación de improvisación enorme», se lamentan algunas fuentes de Moncloa que, sin embargo, lanzan una advertencia: «Tiene y sigue teniendo toda la confianza del presidente». Critican también que no se haya rodeado de una buena élite de expertos y que por los pasillos del Ministerio de Sanidad, en el madrileño Paseo del Prado, manden cada vez más las huestes de los ministros de Podemos.

En la cúpula del PSC la desazón es grande. Aunque cierran filas en público, nadie niega que la gestión de Salvador Illa en Madrid les pasará una negativa factura y será utilizada por Quím Torra y el independentismo. Así se ha visto en el último pleno del Congreso de los Diputados con las intervenciones de la portavoz de JuntsxCat, Laura Borrás, el de ERC, Gabriel Rufián, y en todos los discursos del presidente de la Generalitat.

Illa era una especie de esperanza blanca de los socialistas catalanes para encauzar la Mesa de Diálogo con Cataluña. «Ahora esto es un fiasco y nos ganan la partida», admiten dirigentes del PSC. Salvador Illa Roca, un hombre nacido en el seno de una familia del sector textil en la Roca del Vallés, dónde fue concejal de Cultura y alcalde, educado en la Escuela Pía de Granollers, católico practicante y Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, ha dado al traste con toda una estrategia política bien calculada pero desecha por la brutal pandemia.

Es un hombre extremadamente reservado, con una vida privada muy discreta. En su entorno, muy cerrado, admiten que tuvo dos parejas sentimentales y es padre de una niña. Cuando fue nombrado ministro de Sanidad se trajo a Madrid a una secretaria de toda su confianza y se alojó en un hotel próximo al Congreso. Ahora, habita en un apartamento dentro del propio Complejo de La Moncloa, que se ha convertido en su casa. Dicen en su entorno que apenas come y duerme, pero sus largas horas de trabajo le están dando escaso rédito. Le gustaba pasear por las playas de la Costa Brava, degustar una buena «escalibada» y añora a sus dos hermanos menores, con quien mantiene muy buena relación. Hermético, tímido y golpeado por el letal coronavirus, le queda el lema de su educación en las Escuelas Pías Calasanzias: «Piedad y Letras». Nunca mejor dicho.

Afiliado muy joven al Partido de los socialistas de Cataluña, creado en el año 1978 mediante la fusión de las tres formaciones socialistas existentes al inicio de la transición, siempre tuvo dos almas a caballo entre el catalanismo y el socialismo. Sus históricos líderes, unos partidarios de la identidad singular para Cataluña con tentaciones soberanistas, y otros, de ideología socialdemócrata, corresponden también a este perfil entre los llamados «patricios» y los «obreristas. Los primeros, como Joan Raventós, Pascual Maragall, Narcís Serra o Raimón Obiols, de auténtico «pedigrí» y linaje familiar catalán, frente a los «charnegos», con antepasados inmigrantes procedentes de una región de habla no catalana, tales como José Montilla, Celestino Corbacho, Pere Navarro o la fallecida Carme Chacón.

Un partido asociado al Partido Socialista, pero con autonomía propia, que Alfonso Guerra definió un día como «un eterno dolor de cabeza». Salvador Illa era como una tercera vía, que se ganó el favor de Miquel Iceta, y nunca fue separatista. Hoy afronta una crisis sin precedentes de la que, ni él mismo, atisba la salida.