Política

Feijóo-Page: los barones buscan el eje PP-PSOE

Ambos políticos se avergüenzan de lo que ven en el Congreso. La pandemia ha acercado la política territorial frente a la división entre Sánchez y Casado

Alberto Núñez Feijóo y Emiliano García-Page, en una imagen de archivo
Alberto Núñez Feijóo y Emiliano García-Page, en una imagen de archivoEfeLa Razón

La política nacional se ha convertido en una «charca» que avergüenza a la mayoría de los dirigentes territoriales de los dos principales partidos. Fuera de Madrid, quienes están gestionando en primera línea el drama humano y económico que deja esta crisis hablan de «charca», de «lodazal», de «miseria política». No se identifican con lo que hacen sus líderes en Madrid ni comparten sus discursos ni estrategias.

Hace dos años se aprobó la moción de censura que derribó al Gobierno de Mariano Rajoy, y una pandemia después los principales líderes nacionales siguen instalados en las mismas inercias y la misma crispación, detrás de la que solamente hay «La nada», esa fuerza cataclísmica que arrasaba con todo en la fantástica novela del escritor alemán Michael Ende.

En las comunides autónomas se llevan las manos a la cabeza ante los espectáculos que cada semana ofrece el Congreso. La disciplina silencia o pone sordina al malestar en las direcciones territoriales socialistas con las «estridencias» de Podemos, los pactos con Bildu o el «tacticismo vacuo» de Moncloa. El poder territorial del PSOE, más o menos próximo a Pedro Sánchez, no está en eso. Ni en Aragón ni en Castilla-La Mancha ni en Extremadura ni en Valencia, y se podría seguir citando tantas otras alcaldías principales con las que este periódico ha contactado en los últimos días. La derogación íntegra de la reforma laboral resulta «esperpéntica» planteada en el contexto actual y de la mano de Bildu. Y el discurso de Iglesias les suena a «eslóganes vacuos», aunque eficaces para robarle al PSOE el espacio que le corresponde por escaños y poder territorial.

Pero lo mismo puede decirse del PP. En la principal formación de la oposición hay dos partidos. El de Pablo Casado y su «núcleo duro», y el que se consolida fuera de Madrid, aunque no vengan de una misma corriente. Con Génova está una parte del PP de Madrid, la que se mueve en la órbita de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Pero los principales referentes territoriales de Casado están en otra onda, más constructiva y más centrada en buscar salidas conjuntas para gestionar la catástrofe social y económica que deja la crisis de la Covid-19. Así ocurre con el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo; el presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno; el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, o el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. por citar algunos nombres.

Miden las palabras para juzgar la dureza del discurso y la crispación de los mensajes de algunos de los portavoces de Casado: no está bien visto enfrentarse con la dirección nacional. Pero hoy están más cerca de presidentes autonómicos o alcaldes socialistas que de lo que hace su partido en Madrid.

Por supuesto, el corporativismo sectario de los partidos anula las críticas a los propios y obliga a insistir en la crítica al contrario. Y, por supuesto, en el caso popular sus dirigentes territoriales comparten el fondo de todas las enmiendas de Génova a la gestión del Gobierno de Sánchez, pero no las formas ni tampoco el estilo de oposición. Feijóo se identifica más con los problemas del socialista Emiliano García-Page que con lo que dice la portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo. Y Page está más próximo al presidente de Castilla y Léón, el popular Alfonso Fenández Mañueco, que al «núcleo duro» de Moncloa o al propio jefe del Ejecutivo. Los dirigentes territoriales socialistas también critican fuera de la línea oficial los errores de Moncloa, el «cortoplacismo» del «gurú» presidencial o las salidas de tono y la «inconsistencia» del vicepresidente, Pablo Iglesias. De la parte morada, la única que se salva es la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que está esforzándose en proteger el diálogo social de los pactos secretos con Bildu y de las zancadillas de los propios.

En el ámbito territorial se tiene más el pie en la calle, se sienten los problemas del tejido productivo o turístico y se coincide en el mensaje de que en esta crisis hay que dedicar todos los esfuerzos a salvar a las empresas para salvar así el empleo.

La crisis ha tapado movimientos políticos que en otro momento habrían abierto telediarios, como que la Generalitat de Cataluña haya vuelto a foros multilaterales como la Conferencia de Presidentes autonómicos. Y que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, haya mantenido hasta ahora, de puertas hacia adentro, un tono constructivo y alejado de los pulsos que el independentismo insiste en sostener en la esfera pública. La necesidad une, aunque lo disfracen.

Casado convocó hace unas semanas una videoconferencia con sus «barones» para que dieran coartada a su «no» al estado de alarma, a sabiendas de que no están en contra, ni habían ni iban a trasladar esa crítica en el foro donde se supone que se tiene que discutir esta cuestión, en la Conferencia de Presidentes.

Sánchez tiene un problema con Podemos y con Pablo Iglesias porque en su partido sí se sienten cómodos en estas circunstancias con el acuerdo con Ciudadanos y asumen que el programa de gobierno y la mayoría de investidura tiene un recorrido muy complicado. Y Casado tiene un problema con Vox y con la sombra que ejerce sobre él la influencia del ex presidente José María Aznar y la presencia pública de su portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo.

El poder territorial del PP no quiere que sus siglas se identifiquen con la imagen de quien es la «número tres» del partido, y aunque dentro de Génova también descalifican su estrategia, Casado tiene la obligación de mantenerle su apoyo, aunque la portavoz sea como una «brasa» ardiendo dentro de su organización. La política nacional está en los votos. Mientras que la política territorial intenta contener el golpe de la tragedia.