Política

Casado, líder a golpe de sacudida

El PP tiene hoy más pulso, músculo, capacidad de ilusionar y opciones de ser alternativa al gobierno social-comunista que cuando llegó el joven líder»

Arranca la XXXIII Edición de los Cursos de Verano de El Escorial
El presidente del PP, Pablo Casado, participa en la conferencia 'La respuesta europea frente a la crisis' durante la primera jornada de la XXXIII Edición de los Cursos de Verano en San Lorenzo de El Escorial, MadridMarta Fernández JaraEuropa Press

Hace dos años, Pablo Casado se hizo con las riendas del PP. Salió elegido presidente en el XIX Congreso Extraordinario que culminó el proceso de primarias en el que se impuso a la «favorita» Soraya Sáenz de Santamaría, unos comicios internos a los que también concurrió la ex secretaria general, María Dolores de Cospedal. Ganó contra pronóstico a la «oficialidad». Pocos dirigentes políticos, al menos ninguno en España en las últimas décadas, han tenido que asumir los mandos de una formación de las dimensiones del PP en una situación tan rara. Rara por problemas propios, como la dimisión de Mariano Rajoy tras el triunfo de la moción de censura, pero también por circunstancias ajenas: la consolidación de dos alternativas: a su izquierda, Cs, y a su derecha, Vox. El clima tampoco favorecía a un Casado que llegó a las primarias con un mensaje de renovación y transparencia, con el partido zarandeado por el calendario judicial contra los casos de corrupción –la gran mayoría heredados– y con una cúpula necesitada de aire fresco.

Era necesario abrir las ventanas de Génova 13 y las organizaciones territoriales. Tarea nada sencilla. Esa fue su carta de presentación ante los militantes en el primer Congreso que se saldó con la máxima democrática más garantista: un afiliado, un voto. Una revolución para el centro derecha español. Dos años después, Casado ha tenido que superar una auténtica yincana. Dos elecciones generales sin tiempo para extender su discurso y su estrategia, un Cs en constante crecimiento hasta la hecatombe de Albert Rivera el 10-N y un Pedro Sánchez dispuesto a arrinconar al centro derecha en su particular reparto de legitimidades democráticas: ese prorrateo que ha negado a Casado desde La Moncloa el pan y la sal y ha pretendido empujarle al infierno ultra para liquidarlo. Un Casado a quien Sánchez no ha sido capaz de llamar ni en medio de la gran tragedia nacional del Covid-19 para tejer complicidades y armar consensos tan necesarios y urgentes.

Pues bien, dos años después, es posible que él y su equipo se hagan la pregunta: ¿está el PP mejor, igual, o peor que aquel 21 de julio de 2018? La respuesta parece clara. Sobre todo si se hace un análisis desapasionado. El PP tiene hoy más pulso, músculo, capacidad de ilusionar y opciones de ser alternativa al gobierno social-comunista que cuando llegó a su cúpula el joven presidente popular. Las encuestas lo certifican. De hecho, al margen del CIS del «sectario» José Félix Tezanos, el PP está situado por encima del PSOE en estimación de voto. El espléndido triunfo de Alberto Núñez Feijóo en Galicia, una sobrada mayoría absoluta en tiempos en los que tan complicado es ganar por goleada, ha dado un espaldarazo a la dirección nacional. La buena salud de las coaliciones con Cs en Andalucía o Castilla y León recibe igualmente el espaldarazo en los sondeos de esas comunidades. ¿Y qué decir de Madrid? La aplaudida gestión de la presidenta Isabel Díaz Ayuso y el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, ha permitido a Casado exhibir las virtudes de su idea política: gestión eficaz en los momentos difíciles. También ha sabido salir airoso de la trampa que le tienden sus enemigos desde el minuto uno: esa emboscada del precipicio entre un PP centrado y moderado y otro volcado a los extremos. Maneja su flanco derecho y su centro con naturalidad. De hecho, ha sabido renovar su compromiso con la línea histórica del único partido capaz de conciliar los anhelos y convicciones de los españoles que se ubican entre las lindes a la izquierda del centro y la extrema derecha no democrática. Por eso, en esta situación de exagerada dificultad económica y acoso a los pilares de la España de la Transición –Corona y Constitución–, Casado sigue enarbolando ese puñado de ideas que sellan hace décadas el ADN del PP: unidad de España, igualdad entre españoles y territorios, economía de libre mercado, bajada de impuestos y compromiso permanente y decidido con los valores de la civilización europea. No ha encontrado tiempos fáciles para defender sus ideas. Seguro que hace dos años no podía imaginarse que en 2020 la izquierda más populista iba a marcar los tiempos políticos del Consejo de Ministros. Tampoco que el Rey estaría acosado. Le costaría pensar que tendría que desempolvar viejos argumentarios para defender el «régimen del 78», tan denostado hoy por los socios de Sánchez sin que éste abra la boca desde La Moncloa para defender una Transición que ha llevado a España al periodo de mayor desarrollo de su historia. Casado ha forjado su liderazgo a golpe de sacudida, ha conseguido enderezar el rumbo de la nave popular. Le falta, eso sí, el trecho hasta el puerto del poder.