Tomás Gómez
Mediocres
En el día de la Constitución, Sánchez es el protagonista de los actos conmemorativos pero, en esta ocasión, se queda en minoría ante el abandono de sus socios.
Podemos nació con las movilizaciones del 15-M, cuando los oradores improvisados que, más bien parecían los aspirantes a profetas de la Vida de Brian, subían a las tribunas de la Puerta del Sol a soltar discursos estereotipados. La única conclusión que se podía sacar de las diatribas de unos y otros era la defensa de una enmienda a la totalidad al texto constitucional.
Los otros aliados clave que tiene Sánchez son los independentistas. Como en un caballo de Troya, aprovechan el sistema político para romperlo desde dentro, encontrando su fuerza en las debilidades de los demás. El frentismo y la política de bloques son los mejores aliados de todos ellos. Se nutren del clima de crispación, porque en una época de grandes consensos serían irrelevantes, es lo único que les mantiene en pie.
La división entre Iglesias y Díaz se quiere plantear como un obstáculo de la gobernabilidad desde la izquierda. Nada más lejos de la realidad, las ideas progresistas no pueden depender de quienes no son capaces de administrar ni sus propios votos. Iglesias y Díaz solo tienen un proyecto personal de ocupación del poder por el que están dispuestos a quemarlo todo.
Los independentistas, por su parte, están fracturados en fragmentos tan irreconciliables que solo tienen en común el ataque al orden constitucional, en el resto, han demostrado que no pueden entenderse.
El pensamiento de la sociedad española está bastante lejos de sus representantes políticos. Aborrece el insulto y el clima guerracivilista, la mayoría rechaza el extremismo, que solo sube en votos cuando se castiga al establishment, pero tampoco se sienten convencidos por los liderazgos de Sánchez y Feijóo.
La insolvencia legislativa del gobierno es motivo de desconfianza para darles de nuevo la confianza. Una nueva legislatura, con un pacto de PP con la extrema derecha, genera tanto miedo o más.
La incapacidad política de los dos grandes partidos para dar estabilidad institucional, como es el caso del Consejo General del Poder Judicial, provoca incertidumbre y desafección.
Consensuar no es abandonar los principios ideológicos. Poner el Estado y los gobiernos en manos de los que no quieren la Constitución, da igual que sean independentistas o que sea la extrema derecha, sí lo es.
España no es ingobernable, sencillamente tiene unos políticos mediocres.
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