Rebeca Argudo
España fetén
Ha hecho bien la portavoz del Partido Popular Cuca Gamarra en remarcar el tono victorioso del discurso del presidente Sánchez y señalarle donde hacía aguas,
Comparecía el presidente del Gobierno ayer martes en el Congreso de los Diputados, a petición propia, y lo hacía para dar cuenta de las medidas anticrisis aprobadas por el Ejecutivo para paliar los efectos de la guerra en Ucrania e informar de los acuerdos adoptados en los dos últimos Consejos de la Unión Europea. Al más puro estilo Sánchez (macarra, chulesco, engreído) no dejaba pasar la exposición de una de sus políticas sin contraponerla a otra del anterior ejecutivo, el del expresidente Mariano Rajoy. Si a la suya le ponía el filtro «media de Sara Montiel», perfecto para el selfie moral (copyright de Jose Ignacio Wert), a las otras les aplicaba el «ficha policial».
Si subida de las pensiones, enfrente rescate a la banca. Si subida del SMI, enfrente sobresueldos en B. Si bajada de impuestos a clase trabajadora, enfrente amnistía fiscal a millonarios. La tribuna del Congreso de los Diputados es un Instagram para Pedro Sánchez y, en la bancada, quinceañeras enloquecidas disfrazadas de diputados de su grupo dando likes febriles y, si te descuidas, con un «I love you» en los párpados cual alumna de Indiana Jones. Si me permiten la analogía, Sánchez, como presidente, es esa novia petarda que se pasa el día repitiéndote que nadie te ha querido como ella mientras se mira de reojo en el espejo porque, en realidad, nunca te querrá tanto como se quiere a sí misma.
El relato triunfalista de Pedro Sánchez presenta una España protagonista en Europa, ejemplo a seguir (le han preguntado por la receta del éxito económico español, ojo ahí), progresista, avanzando en derechos, en cohesión social y territorial, y al servicio de la mayoría. Una España que ni está a la cabeza en desempleo juvenil y femenino, ni soporta una inflación disparada, ni está viendo reducidas las penas de delincuentes sexuales, ni reformas en Código Penal ad hoc para reducírselas a malversadores y sediciosos, ni ve peligrar la separación de poderes. Una España bien. Qué digo bien. Una España fetén. Como todas sus intervenciones, con ese tonito de homilía que, a las cuatro de la tarde, con frío y lluvia, inducía a siesta, parecía que no iba a acabar nunca.
Yo, personalmente, he echado de menos alguna referencia a Franco y a las guerras carlistas. Si el que le redacta los discursos me acepta la petición, le pediría, a título personal y por lo que más que quiera, que prescinda de los pleonasmos. He apuntado tres (hasta incluso, posteriormente luego, tanto como también). Ahí he parado porque me sangraban los oídos y he tenido salir a buscar el botiquín. Entiendo que hay que enfatizar, pero con decoro.
Ha hecho bien la portavoz del Partido Popular Cuca Gamarra en remarcar el tono victorioso del discurso del presidente Sánchez y señalarle donde hacía aguas, aunque enseguida la presidenta del Congreso, Meritxell Batet haya saltado en su auxilio para agarrarla de las greñas, metafóricamente hablando, e instarla a ceñirse a la cuestión del debate. Cosa que no ha hecho con Sánchez, como bien le ha replicado esta. «Deje atrás la polarización y recupere la política», ha pedido para concluir, aún sabiendo como sabemos todos que eso (el enfrentamiento, la polarización, la crispación social) lo que le alimenta, tanto a él como a sus socios de gobierno. Pero ojo, que no es esa su España. La suya, la de ahora, es la de la cohesión social y la unidad.
En definitiva, que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el progresista, el de la política útil, el de la gente (a ver, que juega a la petanca), nos ha sacado de las tinieblas para colocarnos a la cabeza del crecimiento económico. Menos mal. Y si no lo nota usted, ya sabe, es que es de ultraderecha y, además, machista.
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