Casa Real
Cuando no hace falta ser Kennedy
«Es responsable, educado y preparado», dijo Kofi Annan. El Rey no deslumbra, pero diplomáticos, politólogos y sociólogos coinciden en que tiene carisma y un espíritu del siglo XXI
Basta un vistazo a cualquier librería para percatarse de la ingente proliferación de libros sobre cómo ser un gran director de empresa o unos buenos padres pero... ¿cómo aprender a ser un óptimo monarca en el siglo XXI?
Basta un vistazo a cualquier librería para percatarse de la ingente proliferación de libros sobre cómo ser un gran director de empresa o unos buenos padres pero... ¿cómo aprender a ser un óptimo monarca en el siglo XXI? En siglos pretéritos, las más agudas inteligencias europeas cultivaron el género de las instrucciones a jóvenes príncipes destacando entre ellas el «Reloj de príncipes» de nuestro Fr. Antonio de Guevara o las incomparables «Empresas políticas» del Diego Saavedra Fajardo, espejo de diplomáticos españoles, auténtico antídoto de la célebre y venenosa obra de Maquiavello. Pero aunque la naturaleza humana no ha cambiado ni un ápice desde el siglo XVII, es patente que las circunstancias del mundo lo han hecho completamente por lo que es pertinente preguntarse: ¿Cuál es hoy el perfil que debería cultivar un Rey constitucional europeo para desarrollar la tarea que le encomienda la Constitución?
Un diplomático como Inocencio Arias destaca un rasgo importante que Felipe VI encarna a la perfección y en un primer momento puede parecer paradójico: «El Rey no deslumbra, pero siempre cae bien. Es decir: no es un De Gaulle o un Kennedy o un Juan Pablo II, que arrasaban allá donde iban... ni tampoco hace falta porque ese no es su papel. Sin embargo, ha dejado una buena impresión siempre. Y ese es precisamente lo que Kofi Annan me dijo de él: «Es responsable, educado y preparado». Para Arias, con décadas de servicio diplomático a sus espaldas «el carisma no es algo forzoso», lo que es forzoso es que el Estado sea representado por alguien que «siempre nos deje bien» y en este punto tanto Don Juan Carlos como Don Felipe han estado en todo momento a la altura.
Otro de los rasgos que Arias enumera es «el sentido común de cómo debe mostrarse en público» porque «tiene que estar más convencido que un diplomático de que está representando a un país en todo momento». En este sentido, explica el diplomático, es importante «hasta la manera que tenga de gastar bromas... Juan Carlos lo hacia y no metía la pata». Un rey del siglo XXI también tiene que conocer idiomas y tener un altísimo nivel intelectual y cultural «para demostrar que no sólo está en el cargo porque es hijo de quien es sino porque, además, su preparación es muy seria para conocer las necesidades del país, para intuir por dónde late la marcha del país y la sociedad». Inocencio Arias señala asimismo un punto crucial: «Tiene que tener afición por su trabajo y por todo lo que huela a España. Le tiene que interesar que la SEAT venda coches en el extranjero, que un industrial de Tarrasa reciba pedidos y que el Madrid y el Barça ganen torneos en todo el mundo. No tiene que ser indiferente a que Nadal pierda, no a que no haya españoles importantes en la instituciones internacionales».
Para el sociólogo Amando de Miguel, las modernas sociedades occidentales imponen que los monarcas del siglo XXI sean figuras simbólicas que no intervengan en política. «Han de ser sólo un símbolo, como la bandera o el himno», explica. Por eso no es preocupante que haya muchos repúblicanos en la sociedad española: los reyes no conculcan el principio democrático por su neutralidad y su situación nítidamente fuera del trasiego político. «Creo que Felipe VI está acabando con la tradición borbónica de meterse en política», argumenta De Miguel después de justificar que su padre, Don Juan Carlos, lo hiciera porque «eran otros tiempos». El modelo que debe guiar a la corona española es el inglés, el noruego o el sueco: reyes que no tienen ni siquiera opinión en política y que se limitan a leer dócilmente los discursos que les escribe el Gobierno. «De esa manera no se puede juzgar su papel político por que no lo tiene», argumenta el sociólogo. El hecho de que su papel sea estrictamente simbólico en vez de ejecutivo no desmerece en nada su figura ya que «los símbolos son importantísimos y deberíamos aprender a tenerlos en cuenta más de lo que lo hacemos en España porque aquí tenemos la mala costumbre de despreciarlos y hay que respetarlos». Para Amando de Miguel la monarquía española puede llegar incluso a ser «eterna como la inglesa si cumple sus funciones», ya que «es muy necesaria porque si tuviéramos un presidente de la república sería de un partido y el Rey tiene la ventaja de no ser de ningún partido». Por ello defiende que en este momento Felipe VI tiene que coordinar su acción con el Gobierno y cuando el Gobierno cambie de signo y sea un Ejecutivo de izquierdas «tendrá que hacer del mismo modo lo que le diga el Gobierno, manteniendo siempre su neutralidad institucional».
El politólogo Lluis Orriols, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford, recuerda a su vez que un elemento esencial del perfil de un rey en una sociedad democrática es que debe ser consciente en todo momento de que al no estar sujeto a rendición de cuentas alguna, el ejercicio de su labor ha de ser estrictamente simbólico y, para que lo sea, tiene que «realizar una interpretación de sus prerrogativas en clave minimalista», es decir, debe en todo momento vigilar, no extralimitarse e invadir el terreno de lo político e «impregnar al Ejecutivo» con sus actuaciones. Para Orriols el «test de estrés» perfecto lo supuso la ronda de contactos con los líderes políticos durante la llamada «legislatura fallida» en la que desde muchos sectores se le presionó para que adoptara un perfil más parecido a Napolitano en Italia y presentara un tercer candidato para superar la situación de bloqueo en la que se encontraba España en ese momento. El monarca, según este experto, superó la prueba con soltura ya que se limitó a escuchar a los representantes de los grupos parlamentarios y a proponer escrupulosamente a Pedro Sánchez que diera un paso adelante en aquel momento. Orriols cree que su actuación no fue tan escrupulosa durante la crisis catalana, en la que el monarca tuvo un papel más relevante políticamente. Sobre si el movimiento fue el acertado hay opiniones para todos los gustos y sólo el final de la crisis catalana despejará la incógnita. Porque, como a tantas otras cosas, la historia es la que en definitiva juzga a los reyes.
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