José Antonio Vera

Cuando el diálogo era «no es no»

"Sánchez se ha colocado el solideo y no se baja del trono, salvo para subir al Falcon"

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en el parlamento europeoJean-Francois BadiasAgencia AP

Sánchez fue al Congreso para hablar de la Presidencia de la UE pero habló de casi todo menos de la UE. Nada extraño, teniendo en cuenta que nuestro presidente hace casi siempre lo contrario de lo que dice. Al Parlamento Europeo fue también a explicar su gestión al frente del semestre comunitario, y se dedicó a hostigar a Manfred Weber, jefe del PPE. Ayer se centró en lo que mejor se le da: atacar a Alberto Núñez Feijóo haciéndose la víctima. De suerte que, según su teoría, mientras que el gallego insulta, él padece. Y va y se lo cree.

Moncloa obnubila de tal manera la mente de sus inquilinos que acaban casi siempre viviendo en un mundo matrix, que ahora consiste en aparentar el papel de bueno ejerciendo en realidad de malo. Sánchez habla de dialogar pero obligando a hacerlo con sus reglas y sólo sobre aquello que le interesa. Lo hace además como el pistolero altanero que dispara primero y acusa al muerto de provocar. En realidad el muerto ni tan siquiera iba armado, pero da igual. Se le pone después la recortada, y listo. Decía Alfredo Pérez Rubalcaba a sus amigos que de Sánchez nunca se podía uno fiar, y que lo mejor para el partido sería evitar que llegara al poder. Cuánta razón. Lo saben bien ahora los que entonces pensaban que Alfredo exageraba. Para nada. Nadie jamás como Pedro se atrevió nunca en el partido a montar una votación saltándose las reglas internas: sin control, sin censo, sin interventor, tras un panel blanco, detrás de una mampara sin autorizar, con una urna no verificada, sin normas regladas o consensuadas. Dicen algunos que quien fue capaz de aquello lo es en realidad de cualquier cosa. Por eso Feijóo hace bien en pertrecharse ante una reunión a la que no tenía más remedio que asistir, por mucho que los abascales digan lo contrario. No acudir a un encuentro con el jefe del Gobierno es darle munición al convocante para que la exhiba en Bruselas diciendo que el problema de España es la oposición intransigente que difama. No hay que darle ni media baza al pregonero.

Por eso es correcto haberle dicho: primero, señor Sánchez, remita usted una convocatoria oficial, no lo haga por la prensa; segundo, diga en esa convocatoria los asuntos a abordar, no los filtre antes a los de siempre; tercero, y principal, pactemos un orden del día con nuestras condiciones, y sin trampas, dando garantías de que se van a respetar. La fama de engañifa no se la gana uno inmerecidamente. Viene siempre en la mochila tras años de imposturas. En realidad, la reunión de mañana era fácil de preparar y hacer. Coge Su Presidencia el teléfono y llama al jefe de la oposición diciéndole, Alberto, tenemos cosas importantes que ver y me gustaría que nos pudiéramos reunir. Seguro que de hacerlo así el meeting se marca pronto y funciona. Pero él se ha colocado el solideo y no se baja del trono, salvo para subir al Falcon. Tras la vil investidura, el presidente está aún más altivo, sintiéndose capaz de leerle la cartilla a Manfred Weber y a Benjamín Netanyahu. Imaginen a Alberto Núñez Feijóo. Tiene que hacer lo que él dice y cuando quiere. Y si no lo hace es que insulta. ¿Tanto cuesta hacer las cosas como la razón manda? Ahora argumenta que el comportamiento pepero es inédito, porque los encuentros del presidente siempre son en La Moncloa. Mala memoria, amigo.

Felipe González y Fraga Iribarne se vieron muchas veces en el Congreso de los Diputados, con Peces Barba de por medio. Aquello se llamaba «la escena del sofá». A veces complicada, a veces menos, pero nunca al nivel de la que protagonizó Pedro Sánchez con Mariano Rajoy, cuando nuestro hoy presidente ejercía de opositor. Estuvieron 15 minutos juntos y sin cruzar palabra. No quiso ni café. Le esperaba en la puerta el coche con el motor prendido. Allí empezó la gloriosa leyenda del «no es no». De aquellos diálogos este pantanal.