Guardia Civil

De ETA al yihadismo: Una lucha sin tregua

El funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, tras ser liberado de su secuestro a manos de ETA / Foto: Efe
El funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, tras ser liberado de su secuestro a manos de ETA / Foto: Efelarazon

Desde 1968, con el primer asesinato de la banda, un guardia civil, el Instituto Armado ha trabajado sin descanso para acabar con los terroristas. Hoy, esa experiencia es clave para hacer frente a la amenaza yihadista.

Fue el primero de los 100 guardia civiles asesinados en la Comandancia de Guipúzcoa. El 7 de junio de 1968, dos etarras acabaron con la vida del agente José Pardines Arcay, primera víctima de la banda terrorista. Tuvieron que pasar muchos años, hasta el 22 de septiembre de 2015, para que miembros de la Benemérita facilitaran a las autoridades francesas el lugar donde se escondían los dos últimos cabecillas de la organización criminal, David Pla e Irache Sorzábal, que fueron detenidos. El nombre de la operación: «Pardines».

En el periodo de tiempo que media entre las dos fechas, muchos acontecimientos, al principio casi todos de triste recuerdo y, con el paso del tiempo, de acumulación de éxitos en la lucha antiterrorista, hasta la victoria operativa (que no política) sobre ETA.

Cuando fue asesinado Pardines y durante muchos años, la situación de la Guardia Civil en el País Vasco y Navarra adolecía de las mínimas medidas de seguridad para enfrentarse con una banda terrorista que, además, por miedo muchos y convencimiento otros, apoyaba la población. Los acuartelamientos no disponían de las medidas precisas para repeler los ataques; los vehículos del Cuerpo no tenían blindaje (algunos políticos de la época sí que tenían blindados) y, hasta que se corrigió la deficiencia, las pistolas de los agentes estaban dotadas de unos cargadores con la mitad de proyectiles que las de los terroristas. El mundo al revés. Para colmo, en Madrid existía un aire de pesimismo en el sentido de que nunca se podría vencer a ETA, sentimiento que en absoluto compartía los guardias civiles destinados en el País Vasco y Navarra, convencidos de que con medios y trabajo incansable, siempre el trabajo, la victoria llegaría.

El atentado perpetrado el 1 de febrero de 1980 en las proximidades de la localidad vizcaína de Ispaster contra un convoy de armamento que iba escoltado por vehículos de la Guardia Civil, con el balance de seis agentes asesinados, marcó un antes y un después en la lucha contra ETA. Estaba en periodo de formación una nueva unidad de la Benemérita: los Grupos Antiterroristas Rurales (GAR). Sin más dilación, 500 agentes fueron enviados al norte para formar cuatro compañías en las tres provincias vascas y Navarra.

Acudían en apoyo de las unidades allí destinadas, entre ellas del Servicio de Información (SIGC) y lograron rápidamente un efecto disuasorio. ETA comprendió que ya no podía circular por las carreteras, ni por los caminos o senderos con toda libertad, como había ocurrido hasta entonces. En cualquier recodo del camino se podían topar con un control del GAR. Para entonces, el SIGC había realizado grandes avances en los procedimientos de investigación: las cosas empezaban a cambiar pero aún quedaba mucho sufrimiento.

ETA tenía como objetivo preferente a los agentes de las Fuerzas de Seguridad del Estado, pero, y la historia demostró a los terroristas que no les faltaba la razón, simbolizaban en la Guardia Civil a las «fuerzas de ocupación». Diseñaron una siniestra estrategia que consistía en atacar no sólo a los agentes, como ocurrió en el terrible atentado de la Plaza de la República Dominicana de Madrid, sino también a sus familias: los cuarteles se convirtieron en objetivos de sus coches bomba y granadas: Zaragoza, Vic, Santa Pola, Cartagena y decenas de casas cuartel del País Vasco y Navarra, con un balance aterrador de personal de la Benemérita asesinados, entre ellos mujeres y niños. Se pretendía quebrar la moral del Cuerpo y que desistiera de la lucha contra la banda. Es obvio que los cabecillas etarras nunca se leyeron la historia de la Guardia Civil, que acaba de cumplir 175 años, porque, de haberlo hecho, habrían sabido que intentaban una empresa imposible.

Al igual que se recuerda la llegada del GAR, la operación de Bidart, en marzo de 1992, ejecutada por agentes de la Comandancia de Guipúzcoa, al mando del entonces teniente coronel Enrique Rodríguez Galindo, es algo que, si no se está haciendo ya, debería ser estudiada como ejemplo en las academias de Información. La captura de la cúpula etarra, formada por Francisco Múgica, «Pakito»; José Arregui, «Fiti»; y José Luis Álvarez, «Txelis», había empezado mucho antes, el día que fue desarticulado el «comando Eibar». En cada operación se procuraba dejar algún «fleco» para seguir las investigaciones y, en este caso, el «fleco» fue de tal importancia y dirigido con tal maestría (por el propio Galindo) que llevó hasta el caserío «Xilocan» de la citada localidad francesa.

A esa acción siguieron, una tras otra, nuevas operaciones. ETA no sabía de dónde les venía esa sucesión de reveses que debilitaban día a día sus capacidades criminales. Caía un cabecilla y el que le sustituía no tardaba en ser capturado en una sucesión que no parecía tener fin, hasta llegar a junio de 2015, con la culminación de la «operación Pardines». De lo dicho dan fe las capturas de individuos tan peligrosos como Garikoitz Azpiazi, «Txeroki», y Mikel Carrera, «Ata», autor del asesinato de dos guardias civiles en la localidad francesa de Capbreton, por lo que fue condenado a cadena perpetua.

Muchos años de trabajo; muchos compañeros y sus familias enterrados; campañas de desprestigio que hubo que desmontar con el único argumento que vale: la verdad. Y todo, con el «vigor, firmeza y constancia» que se entona en el himno de la Guardia Civil.

Expertos contra el yihadismo

El trabajo, en defensa del orden y la ley, de la paz y seguridad de los españoles, no había terminado. Nuestras Fuerzas de Seguridad están consideradas como las mejores del mundo en lucha antiterrorista por la gran experiencia acumulada y, por ello, algunos de los expertos de la Guardia Civil que lucharon contra ETA lo hacen ahora contra la amenaza yihadista.

Un fenómeno totalmente diferente cuyo combate implica no pocas dificultades y sobre el que hay que acumular toda la información posible. Las dos grandes bandas yihadistas, Al Qaeda y Daesh, tienen diferentes formas de actuar. La primera está más jerarquizada, pero en la segunda priman las actuaciones basadas en unas directrices generales en función de las cuales individuos o, en su caso, células autónomas, perpetran ataques de todo tipo.

La Guardia Civil está totalmente volcada en la lucha contra esta nueva amenaza, cuyo alcance real no advierten aún los ciudadanos occidentales, salvo cuando los atentados les afectan. La Benemérita ya ha logrado importantes resultados, pero la discreción es fundamental en estos momentos.