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«Dijo que se iba a suicidar y que no se iría solo al otro mundo»

La Razón
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Un grupo de viajeros corre buscando la salida en la estación de Atocha. En un lugar acostumbrado al trasiego de personas con el tiempo justo para coger el tren no resulta extraño ver a la gente apresurada, pero cuando a este tumulto se unen también los trabajadores de la estación, saltan las alarmas. «Los camareros de los establecimientos cercanos corrían y empecé a atar cabos», dice Marcos, un vendedor que regenta uno de los puestos ambulantes que se instalan durante el periodo navideño en el hall, y que tuvo que ser desalojado.

En las vías y en un tren al que apenas le separan 500 metros de su destino, un hombre alza la voz y emite su amenaza. «Dijo que se iba a suicidar y que no se iría solo al otro mundo», comenta un testigo que compartía vagón con Jamal Herradi. «Yo iba leyendo, de pronto el hombre entró y amenazó con suicidarse. Llevaba algo en las manos, yo pensaba que se trataba de pistolas porque las llevaba escondidas dentro del abrigo», señala. Por momentos el miedo y la incertidumbre volvieron a inundar Atocha, aunque esta vez todo quedó en una falsa alarma.

Viajeros y trabajadores desalojaron muy nerviosos la estación; eran ellos mismos quienes transmitían el mensaje. «La gente estaba muy alterada y gritaba: bomba, bomba», dice un camarero de la estación. «Salimos corriendo con los clientes y nos refugiamos en el bar más lejano que había», destaca.

Después de los atentados del 11-M los operarios de la estación manejan un protocolo de evacuación que es aplicable a otro siniestros como incendios: deben abandonar inmediatamente sus puestos de trabajo y salir ordenadamente por la salida más cercana a su posición. «He dejado el estanque cuando lo estaba llenando. Luego he pensado: como tarde mucho se van a salir las tortugas por toda la estación», comenta risueña Aurora, una de las jardineras de Atocha.

El desalojo fue tan rápido que algunos establecimientos ni siquiera pudieron echar el cierre y sus empleados salieron con lo puesto. «No cogimos ni los abrigos, dejamos los móviles encima de la mesa y la puertas de las tiendas abiertas», recuerda Bea.

Superado el susto, los pasajeros volvían de nuevo a la estación para consultar el estado de los trenes y colapsaban el mostrador de atención al cliente. «Pensábamos que lo habíamos perdido, pero nos han informado de que se había interrumpido el tráfico», explicaba un viajero. Otros, sin embargo, prefirieron distraerse durante el lapso de tiempo que duró el desalojo y posterior comprobación de que todo estaba en orden. «Cuando salimos fuimos a visitar el museo Reina Sofía», explicaba una familia que ya tenía en la mano los billetes para emprender su viaje.

Durante el desalojo, decenas de viajeros con maletas se arremolinaron en la acera frente a la estación de Atocha, que permanecía cercada por un amplio dispositivo de seguridad mientras un helicóptero de la Policía sobrevolaba las inmediaciones. Cuatro personas tuvieron que ser atendidas por crisis de ansiedad.