España

Dos discursos para un funeral

La Razón
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Rajoy prestó ayer, quizá, el último servicio a España como Presidente. Pero no sus últimos tributos a la retórica parlamentaria. Con la plebe dispuesta a enseñar su pulgar abajo, demostró que cuando se pone en modo escaño, no hay orador que le tosa. El mejor Rajoy parlamentario apareció en su peor momento político. El PSOE lanzó de sparring a Ábalos para cansarlo, pero Mariano, en su feudo favorito, observa, calcula y ataca. Su verbo nunca sucumbe a la presión. Siempre será él a pesar de las circunstancias. Articuló sus ideas alrededor de mensajes de contraataque eficiente, con preguntas retóricas sobre la corrupción socialista y declaraciones pasadas que hipotecaban la credibilidad de Sànchez. Hasta tuvo tiempo para sacudir la incoherencia argumentativa de Podemos. El día de mayor intensidad política en la historia reciente de España, Rajoy tranquilizó su discurso, pausó su oratoria y se dedicó a contrastar, tirando de hemeroteca en formato Word, las contradicciones de las señorías que le condenaban.

En comunicación política siempre es importante contar con la munición de evidencias suficientes que te permitan desacreditar al adversario. A ojos de quienes asistimos ayer a la moción, Rajoy venía preparado con un buen arsenal de piropos retóricos. Apeló en varias ocasiones al nerviosismo de Sánchez en su lectura de los sondeos y a su incapacidad de llegar a la presidencia mediante el voto: la repetición de una realidad hace más creíble la percepción.

No podía faltar, como colofón al método Mariano de comunicación, su habitual ironía, de estilo churchilliano. Mediante la retahíla de preguntas, para causar mayor efecto, inquirió a Ábalos sobre la limpieza del PSOE. “¿Son acaso ustedes Teresa de Calcuta?” “Cuándo salga la sentencia de los ERE, ¿se van a poner una moción a sí mismos?” Rajoy, siempre fiel a su estilo, incluso con la espada atravesando su mandato.

Sànchez, por su parte, eligió el mejor día para que sus gestos delataran la vestimenta de sus intenciones. Quizá por llevar la contraria a Rajoy, que insistía en su nerviosismo y ansiedad por gobernar, subió al atril con la calma de quien sabe cómo terminará el partido. Se veía ganador y lo transmitía en cada mirada al Presidente. No le importó los mandobles dialécticos que éste soltó con natural contundencia en la previa. Contaba con ellos. Pero algo se notaba en su estilo. La habitual agresividad dialéctica mutó en una sucesión de frases breves, de punto y coma, trabajadas para el titular de hoy y no para la reflexión que la jornada requería. No fue a por el PP, al que defendió esgrimiendo su limpieza como partido. Trató con condescendencia a sus aliados naturales ayer, los separatistas, y apenas esbozó su proyecto para España. Era el día para elegir ser Bismarck o Chamberlain, para ser Lincoln o Cárter. Y Sánchez prefirió ser Sànchez.

En esa partida de mus parlamentario que se jugó ayer, su momento álgido llegó al lanzar un órdago a sabiendas del movimiento contrario: “Dimita usted, señor Rajoy, y todo terminará”. Una sentencia efectista y tribunera que buscaba la cara de póquer en la bancada popular. Y los comentarios en redes. Su contraataque discursivo era claro: te doy la oportunidad de irte, y así yo no llegaré al poder. Intentaba con ello acabar con el relato de oportunismo que jalonaba el portafolio de Rajoy. Es buena estrategia que a menudo funciona en debates mediáticos, como demandaba el contexto.

La moción de censura enfrentó en suma dos discursos presupuestos. La defensa mordaz de Rajoy de su gestión, bajo el paraguas de “o nosotros o el caos”, con la que pretendía anunciar el funeral de España ante un previsible gobierno Frankestein, frente al ataque resuelto, que no resolutivo, de Sánchez, quien hilvanó frases de post-It de indudable impacto, buscando las cosquillas al orador más imperturbable que ha pisado el Parlamento.