El desafío independentista
«El final de Artur Mas a través de ERC», por Toni Bolaño
Todo el que osa discutir con el soberanismo es vejado en la moderna forma de coacción. Los continuos intentos de «internacionalizar el proceso» han sido un continuo fracaso
El traspié
Las cosas no empezaron bien la noche del 25 de noviembre de 2012. Artur Mas y su esposa llegaban al Hotel Majestic de Barcelona con cara de circunstancias. Ya sabían la que les esperaba. El presidente se había reunido con su director del Centro de Estudios de Opinión, que le anunció la mala nueva. Los resultados no eran buenos, eran desastrosos. Se lo decía el mismo que le había augurado un éxito rotundo si convocaba elecciones. Su eslogan mesiánico «la voluntad de un pueblo» con los brazos abiertos –cual Moisés separando las aguas– no había dado el resultado apetecido. Se había puesto al frente de la manifestación independentista del 11 de septiembre y los manifestantes le habían pasado por encima. De la mayoría absoluta prometida por su gurú demoscópico, Mas se topó con la cruda realidad: perdió 12 diputados.
Rodeado de los suyos, el presidente de la Generalitat en funciones se planteó dimitir. Las caras mudaron de color. Su marcha abría un escenario incierto. No había un líder en el partido que convenciera –Duran no entraba en las quinielas de CDC– y no existía hoja de ruta alternativa. El núcleo duro le convenció para sobreponerse al fracaso y diseñar el nuevo camino. Descartado el PP, socio natural en la legislatura anterior, unos apostaron por el PSC. Los halcones se opusieron. Era el momento de fagocitar a los socialistas, le dijeron, porque estaban muy debilitados e indecisos. La apuesta era ERC. Mas se asió a la mano de Junqueras para iniciar juntos el proceso de transición nacional, el camino de la independencia de Cataluña a fecha fija: el 2014. Era el principio de la larga agonía.
Crisis con Unió
La nueva pareja de baile no gustó a la novia de toda la vida, la Unió Democrática de Duran Lleida. El líder democristiano empezó a perder protagonismo en la dirección de la federación a manos del nuevo hombre fuerte del entorno de Mas: Francesc Homs, el consejero de Presidencia y responsable de la transición nacional. Los desencuentros entre los socios se hicieron cada vez más patentes cuando surgió la piedra filosofal del proceso independentista: el derecho a decidir. Eran los momentos de consulta sí o sí y Duran marcó distancias: consulta sí, pero legal. Se interpretó como una traición y se quedó sólo. CDC puso en marcha toda su maquinaria para desacreditarlo. En internet, el paraíso del terrorismo dialéctico de baja intensidad, Duran fue machacado. La federación hoy es pura entelequia. El socio mayoritario oculta cada vez menos su inquina contra el que acusan de ser el responsable de las malas previsiones electorales. Ni una sola encuesta hace sonreír a Mas. Esquerra Republicana el gran aliado, ha triturado el espacio electoral nacionalista y arrebatado la bandera que siempre habían llevado los nacionalistas de CiU. Se creen los «elegidos» para dirigir al pueblo al paraíso de la independencia pero la realidad les da la espalda. Para superar este mal trago, Homs teorizó que «si ganaba ERC, ganaba el soberanismo». Sólo convenció a los más fanáticos. La mayoría se removía incómoda viendo la dilapidación del partido que ha pilotado Cataluña desde la transición. El desgaste del ejecutivo es evidente y ERC mantiene una prudente distancia para evitar churrascarse en las llamas de la gestión de gobierno.
«¿Quién coño es la UDEF?»
Por si fuera poco representar al «stablisment», rechazado por el soberanismo más radical que le ha retirado su confianza, Artur Mas ha sido víctima de la impunidad, la soberbia y el despotismo con el que ha gobernado CiU en más de 25 años. De la omertá, del oasis catalán, se ha pasado en un tiempo récord al cenagal: apareció la corrupción. Se puso las mejores galas para combatirla. Se hizo la víctima ante las informaciones que aparecían en algunos medios de comunicación y se envolvió en la bandera. Desempolvó el viejo argumento de Jordi Pujol en el caso Banca Catalana: el ataque a Cataluña por parte del enemigo exterior. O sea, España, dicho con esa frase que lo dice todo para el nacionalismo catalán: «Madrid nos ataca».
Su defensa numantina cayó como un castillo de naipes. Cierto que algunas acusaciones carecían de base, pero la mayoría hicieron un brecha en la maltrecha ilusión de Mas. El caso del saqueo del Palau de la Música –sede embargada, contratos rocambolescos para potenciar el canto coral– y el caso –mejor dicho, casos– de los hijos del ex presidente Pujol coparon protagonismo. «¿Quién coño es la UDEF?», dijo Pujol en Espejo Público. Ahora ya debe de saberlo. Dos de sus hijos se acogieron a la amnistía fiscal pagando regularizaciones millonarias, otro imputado –junto a su esposa– en el «caso ITV» acompañado de altos cargos de la Generalitat y un cuarto investigado por sus actividades económicas y la tenencia de coches de lujo.
España nos roba
Con cuatro años de Gobierno de Mas, Cataluña sigue siendo la comunidad autónoma más endeudada. Su Gobierno de los mejores no es ni de mediocres. La escasa actividad legislativa denota falta de cintura e iniciativa y los recortes han dinamitado su credibilidad. Incapaz de dar soluciones, el presidente catalán opta en 2012 por camuflar sus debilidades bajo la estelada pregonando un relato que conecta con una parte de la sociedad catalana asqueada de la crisis y culpabiliza de todos los males al Gobierno central. Es el momento del «España nos roba».
Mas consigue el apoyo de la mayoría del Parlament exigiendo «el derecho a decidir» de los catalanes. Su pulso con el estado tapa muy bien sus vergüenzas y lo convierte en el Faro de Occidente para el soberanismo catalán. Con el aparato mediático bien engrasado, se erige en el líder de los nuevos tiempos y se arroja en brazos de la Asamblea Nacional Catalana, la organizadora de las grandes manifestaciones del 11 de Septiembre.
La ANC, sin embargo, no se conforma con su papel de agitador de «actos y eventos». Se arroga la dirección del proceso soberanista y asume el papel de vigilarlo. De vigilar que Mas no dé ni un solo paso atrás. Por eso planifica una hoja de ruta que tiene un eje argumental: si no hay acuerdo con España, Cataluña declarará la independencia de forma unilateral el 23 de abril de 2015, y el pueblo catalán –no las instituciones– tomarán la iniciativa. Lo hace con el beneplácito de ERC. No en vano, la presidenta de la ANC, Carme Forcadell, es militante republicana y la nueva musa del soberanismo.
Para compensar el populismo de la ANC, Mas se ampara en el Consejo Nacional de la Transición, compuesto por supuestos euritos. Una de sus últimas decisiones versa sobre la nacionalidad. Todos los ciudadanos tendrán la catalana pero se permitirá la doble nacionalidad. No han previsto, ni por un momento, que haya ciudadanos que sólo quieran tener la española. Estas decisiones son tomadas por personajes como Pilar Rahola, el miembro del Consejo que miente más que habla. Ya sea en su currículum, ya sea citando sentencias de tribunales europeos que son totalmente falsas.
La doble moral
Inasequible al desaliento, el presidente catalán sigue enarbolando la bandera de la decisión democrática para sustentar sus reivindicaciones. Hace gala del modélico proceso que se basa en la comprensión y en la tranquilidad, sin violencia. Cierto que –de momento– no hay violencia como en Ucrania, pero sí en la red. Insultos, menosprecio, amenazas...Todo el que osa discutir con el soberanismo es vejado en la moderna forma de la coacción. No marcan tu casa con una cruz, pero te vilipendian en las redes sociales. TV3 da pábulo a estos tuits. En sus programas, los constitucionalistas son insultados sin que la dirección de la cadena ponga remedio. Muchos optan por el silencio. Del «tema» no se habla si no estás con la mayoría. Se está incubando el odio al diferente. Es la doble moral.
El abandono de ERC
Mas pretendía en este año y medio consolidar su liderazgo pero está a pies de los caballos. Supuestamente, ERC le da apoyo y estabilidad. De momento, sólo le ha dado aire en los presupuestos. Sólo para llegar a finales de 2014, el momento de la consulta. En el resto de la acción de gobierno, Mas saborea la amargura de la soledad.
ERC sólo quiere llegar al 9-N. Junqueras no pierde ripio en recordar que la consulta es sí o sí. Si Mas trata de virar, acabará en una hoguera que ya está avivando. En las últimas semanas, el presidente de la Generalitat ha tenido que recurrir a los socialistas para aprobar la ley que rebaja los impuestos al complejo de ocio y juego Barcelona World. Tendrá que volver a mirar al PSC si quiere que la Ley del Cine se apruebe después del rapapolvo de Bruselas. Mismo escenario para la Ley de Transparencia o para la siempre primordial y nunca finiquitada Ley Electoral. De hecho, los socialistas han sido su salvavidas también en las arenas movedizas de TV3. Gracias al PSC ha tirado adelante la privatización de la publicidad de la corporación pública y no cuenta con ERC para superar los duros recortes previstos para la plantilla en la negociación del convenio. Esquerra lo está dejando tirado. Lo quiere cocer a fuego lento para arrebatarle el testigo del liderazgo nacionalista. Es el apoyo envenenado.
El día 8: de la consulta a la encuesta
A pesar de la propaganda, Mas y su entorno saben que el derecho internacional cierra las puertas a la autodeterminación y que no tiene cabida en la Constitución española. Por eso, se inventan en la fundación de CDC –CatDem– el concepto de derecho a decidir con continuas apelaciones a la democracia. Sin embargo, los continuos intentos de «internacionalizar el proceso», en lenguaje soberanista, han sido un continuo fracaso, achacado a las viles actuaciones del ministro Margallo.
La sentencia del Constitucional fue un jarro de agua fría a las aspiraciones de Mas. El derecho a decidir es posible, argumentaba el alto tribunal, siempre y cuando no sea derecho de autodeterminación. Y es posible siempre y cuando sea acordado con el Estado, o sea legal. Mas encarga un informe a sus servicios jurídicos. Otro chapuzón helado. Dice lo mismo que el TC. Sólo hay referéndum si hay acuerdo. Y para colmo, el Constitucional dice –y el informe de Mas corrobora– que la consulta no es vinculante. A ver si después de todo este lío acabamos en una encuesta.
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