El desafío independentista
Falsea que algo queda
Del mito galo a la «superioridad» de la raza aria, la manipulación histórica ha sido un arma poderosa para los políticos
La Historia ha constituido desde la noche de los tiempos un instrumento privilegiado de manipulación política. Ya en la antigua Mesopotamia, Hammurabi se permitió representarse en la cima de la estela de piedra donde estaba inscrito su código recibiendo las leyes del propio dios Shamash. La Historia comenzaba con los monarcas apropiándose de los dioses. No sorprende por ello que, cuando Alejandro de Macedonia emprendió la conquista del imperio persa, afirmara que su padre no había sido Filipo de Macedonia sino un dios que se había acercado a su madre, Olimpia, en forma de serpiente.
Para sustentar la tesis, el audaz macedonio se encaminó al oasis de Asiut donde los sacerdotes de Amón lo reconocieron como verdadero hijo del dios principal del panteón egipcio. En adelante, Alejandro aparecería en las monedas con los dos cuernos de carnero de Amón. La estratagema tuvo éxito hasta el punto de que todavía en el mundo árabe a Alejandro se le sigue conociendo como «el de los dos cuernos».
Si, en ocasiones, la Historia ha sido manipulada a través del clero del tipo que sea, en otros se ha recurrido a episodios épicos. Uno de los más utilizados ha sido la guerra de Troya. Los griegos, emparentados, en realidad, con los arios que acabaron con los descendientes de Aquiles y Agamenón no dudaron en convertir a éstos en sus antepasados.
No menos significativo resulta que los romanos pretendieran estar ligados genealógicamente al troyano Eneas. Virgilio aprovecharía tal mito ahistórico para fortalecer la vocación imperial de Roma. No se trató de casos excepcionales. Durante la Edad Media española, se difundiría la narración de un Santiago que, en la batalla de Clavijo, había aparecido en el cielo convirtiéndose en el «matamoros» base de la consigna de «Santiago y cierra España».
Incluso se crearía un personaje –Bernardo del Carpio – que habría vencido a Roldán, el paladín de Carlomagno, en Roncesvalles. La narración del episodio por parte de la Chanson de Roland era pura propaganda política sin apenas contacto con la realidad histórica. Pero, en paralelo, la figura de Bernardo del Carpio –que entusiasmó, entre otros, a Cervantes– no había existido nunca y que sólo pretendía fortalecer el ánimo nacional frente a los enemigos franceses.
Serían esos mismos franceses los que también falsearían la Historia convirtiendo a los galos, derrotados por César, en antepasados emblemáticos, tanto que incluso los niños negros de las colonias francesas aprendían a leer en un libro que afirmaba en uno de sus textos: «Nuestros antepasados los galos...». El mito galo llegaría a ser tan fuerte que el general De Gaulle se valdría de él impulsando la creación de las historietas de Astérix, unos dibujos que, de entrada, negaban la realidad histórica, la de que «toda la Galia» hubiera quedado vencida por el genial romano.
En ocasiones, la manipulación histórica se ha presentado bajo pretensiones de ciencia. No deja de llamar la atención que, a inicios del siglo XX, un conocidísimo prehistoriador de Cataluña se permitiera defender la existencia de una supuesta raza catalana refiriéndose a la diferente configuración de los cráneos de la gente de la región comparados con los del resto de los españoles. El argumento –disparatado donde los hubiera– se convertiría en siniestramente célebre cuando Himmler, el Reichsführer de las SS, creara un departamento encargado de medir cabezas por toda Europa demostrando la superioridad de la raza aria y la perversión intrínseca de la judía. No sólo los nacional-socialistas se han valido de la raza.
A ella apelaría Sabino Arana, el fundador del PNV. Igualmente, las corrientes indigenistas en América arrancan de una manipulación histórica de envergadura, la de considerar que las distintas etnias indígenas formaban un todo conjunto frente a los europeos. La realidad es que las distintas culturas indígenas se enfrentaban entre sí y, en no pocas ocasiones, como cuando los tlaxcaltecas se sumaron a las fuerzas de Cortés, prefirieron aliarse con los recién llegados del otro lado del Atlántico a soportar el yugo de los grandes imperios precolombinos.
La Historia manipulada ideológicamente ha sumado no pocas veces a la mitología, la religión o la ciencia otros elementos como la simple negación de la realidad. Por ejemplo, el nacionalismo ucraniano – extraordinariamente mendaz– se ha construido sobre la base de negar su relación histórica con Rusia. Hasta qué punto tal afirmación resulta disparatada se desprende simplemente del hecho de que la primera Rusia fue la Rus de Kiev, es decir, aquella que tenía como capital la que ahora lo es de Ucrania. Por supuesto, ese nacionalismo ha pasado por borrar de la Historia a los autores rusos nacidos en Ucrania, como el genial Gógol. Sería deseable que la Historia fuera imparcial y aséptica, ateniéndose únicamente a los hechos y desvinculándose de maniobras políticas. Así es, ciertamente, en no pocas ocasiones. No es menos cierto que en otras constituye un poderoso elemento de manipulación.
Así se reinventa la historia
INDÍGENAS
La ideología indigenista arranca de una manipulación histórica al considerar que todas las tribus formaban un conjunto. La realidad es que se enfrentaban entre sí
SABINO ARANA
El fundador del PNV se apropió de las teorías científicas esgrimidas por los nazis para demostrar la superioridad aria en los escritos que sirvieron de base para el nacionalismo vasco
CHANSON DE ROLAND
Bernardo de Carpio, el español que venció al francés Roldán para entusiasmo de Cervantes, en realidad, nunca existió. Su invención fue otra manipulación de la historia
LOS GALOS
Contradiciendo a la historia, las historietas de Astérix hablan de los irreductubles galos y los quebraderos de cabeza que provocaban a César. Este mito galo fue aprovechado habilmente para sus fines por el general De Gaulle
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