Crisis migratoria en Europa
(Falta)
Enviada especial/Campo de refugiados de Zaatari (Jordania)
A quince kilómetros de la frontera siria, más de 100.000 almas se afanan por digerir su condición de refugiados. Han dejado atrás un país incendiado por la guerra y el futuro que les espera no se antoja prometedor. Han huido de su casa, han perdido parientes y ahora se ven acogidos por un país, Jordania, al que antes miraban un poco por encima del hombro. El campamento de Zaatari, con una extensión de nueve kilómetros cuadrados, ya es la tercera "ciudad"con más habitantes del país. La situación es desesperada y la ira se deja sentir en estallidos de violencia contra los agentes de seguridad jordanos que custodian el asentamiento. El viernes pasado, un grupo de jóvenes la emprendió a pedradas contras los uniformados y dejó heridos a diez de ellos, dos en estado muy crítico. También han prendido fuego a algunas tiendas para tratar de conseguir una "caravana", un pequeño barracón en el que se hacinan hasta nueve personas pero que les da la sensación, aunque sea ilusoria, de mayor intimidad.
Ibrahim llegó hace ocho meses con su familia desde Deraa, destruida por las bombas de Bachar el Asad. Ahora trabaja de enfermero sin sueldo en Zaatari y, entre bromas y veras, asegura que esto es el Guantánamo de Oriente Medio. No pueden salir, ni trabajar, matan el tiempo dando paseos y fumando narguile o viendo la televisión en las tiendas instaladas por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Para escabullirse a Amán tienen que pagar una "mordida"de 55 euros por cabeza. Ibrahim achaca la "Intifada"del fin de semana a enfrentamientos con los agentes que no dejaron pasar a un grupo que se negaba a pagar peaje.
Pero Jordania tampoco lo tiene fácil. En los dos años que dura el conflicto, han acogido a cerca de medio millón de refugiados. Seguramente son muchos más, porque los que tienen familia en esta tierra escapan a la claustrofobia del campamento y no se registran. La población jordana ronda los seis millones, dos de ellos palestinos, y como el resto del mundo está sumida en una crisis que la llegada masiva de refugiados agudiza. La densidad de habitantes ha engordado en un 15 por ciento y plantea serios problemas de seguridad por la amenaza de infiltrados yihadistas del territorio sirio. Cada día cruzan la frontera 2.000 desplazados. Los hay también que emprenden el camino inverso en autobuses, en torno a 200 diarios, porque ya no aguantan el tedio o simplemente porque quieren volver a casa para comprobar que sigue en pie. Aquí llegan caminado, con lo puesto y cargando lo que les permiten sus fuerzas. Ibrahim el enfermero cuenta que él cruzó una noche junto a más de mil vecinos de Deraa. "Llegamos en medio de un fuego cruzado que mató a familiares de los que venían conmigo. Algunos perdieron a sus hijos". Él logró poner a salvo a los suyos. Los niños representan un 58 % de esta improvisada ciudad en la que algunos tratan de poner al mal tiempo buena cara y en un año y medio se han celebrado varias bodas. Aoife Mc Donnell, portavoz de ACNUR, explica que "los niños han visto cosas que ningún niño debería ver y que les puede cambiar la vida para siempre". Un pequeño porcentaje está escolarizado y el resto del tiempo juegan a las canicas o corretean entre los barracones. Todos los trabajadores humanitarios coinciden en que hace falta ayuda urgente. Zaatari cuesta cada semana 19 millones de dólares y con lo que tienen no llegarán a junio. Falta de todo. Agua, comida, medicinas. La semana pasada, las agencias de la ONU hicieron un llamamiento dramático desde el "New York Times". Y es que Mc Donnell explica que esto no es algo que puedas cerrar, una vez que abres el campo la suerte está echada. Y nada hace pensar que la fortuna vaya a cambiar en el corto plazo.
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