Análisis

El futuro que queremos

La maniobra de Sánchez para rebajar las penas de corrupción le saca los colores como presidente de la UE

(I-D) El exconseller de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalitat Raül Romeva (ERC), el exconseller de la Presidencia y ex portavoz de la Generalitat Jordi Turull (JxCat), el exvicepresidente de la Generalitat y líder de ERC, Oriol Junqueras, el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, el exconseller de Interior de la Generalitat Joaquim Forn (PDeCAT), el secretario general de Junts, Jordi Sànchez y el exconseller de Territorio y Sostenibilidad de la Generalidad Josep Rull (JxCat), posan una bandera de la estelada y un cartel en el que se lee: `Freedom For Catalonia´, tras salir de la prisión de LLedoners.
(I-D) El exconseller de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalitat Raül Romeva (ERC), el exconseller de la Presidencia y ex portavoz de la Generalitat Jordi Turull (JxCat), el exvicepresidente de la Generalitat y líder de ERC, Oriol Junqueras, el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, el exconseller de Interior de la Generalitat Joaquim Forn (PDeCAT), el secretario general de Junts, Jordi Sànchez y el exconseller de Territorio y Sostenibilidad de la Generalidad Josep Rull (JxCat), posan una bandera de la estelada y un cartel en el que se lee: `Freedom For Catalonia´, tras salir de la prisión de LLedoners.Kike RincónEuropa Press

Creo que todos estaremos de acuerdo en que, para legitimar los sistemas democráticos de los que queremos dotarnos, la prioridad inexcusable es mantenerlos alejados de corrupciones. Todas las dictaduras que en el mundo han sido han usado, como justificación para su existencia autoritaria, la excusa de que los sistemas democráticos que les habían precedido desembocaban en ineficientes maquinarias de burocracia, amiguismo, nepotismo y corrupción. Que los votos de la gente solo servían para que una clase profesional privilegiada de parlamentarios -que se alimentaban de esos sufragios- se enriqueciera y favoreciera a sus amigos, acólitos y cercanos, mientras hacían ver que administraban solidariamente.

Por eso, es perfectamente comprensible la reciente iniciativa de la Comisión Europea de proponer endurecer las penas para los cohechos, las malversaciones y los delitos de corrupción en la legislación europea. Es evidente que la comisión se lo plantea por el efecto disolvente para su prestigio que ha tenido el reciente caso del Qatargate en el seno del parlamento europeo. Ahora bien, eso pone en una posición muy delicada a nuestro presidente de gobierno, a quien le toca ahora por turno, ostentar la presidencia de la UE durante el segundo semestre de 2023.

Y es que Sánchez ha sido el principal promotor precisamente en nuestro país de abaratar las penas para los delitos de malversación. Para justificar una iniciativa tan sonrojante, sus gabinetes de prensa han tenido que hacer verdaderas acrobacias dialécticas en las que se diferenciaban diversos tipos de malversación en función de a dónde fuera a parar el dinero malversado o para qué se empleará. O sea, sin darse cuenta, venían a decir que supuestamente existe una malversación buena y otra mala. Para negar una evidencia lógica tan escalofriante de lo que supone ponerse a adjetivar la malversación, han intentado explicar que ellos no ven ninguna buena, solo (y aquí vienen las carcajadas intelectuales) una más mala y otra menos mala. Por supuesto, la menos mala coincide de una manera curiosa con la que han practicado precisamente aquellos que le pueden dar a Sánchez los apoyos que él imperiosamente necesita. Vaya por dios.

Todo el mundo sabe aquí que el abaratamiento ha sido una maniobra de estrategia de apoyos, pero ha preocupado mucho que el código penal pueda ponerse a la venta por intereses políticos. Ese es el fondo innegable de la cuestión que puede sacar los colores a Sánchez como presidente de la UE. Obviamente, con lo que cuenta es conque, cómo el recorrido de la iniciativa de la comisión será lento y tendrá que dar muchos pasos antes de materializarse, no se encontrará de frente con el asunto mientras dure su semestre. Pero es difícil explicar de qué manera un presidente puede mantener esas dos caras. No dudo que Sánchez, en un caso extremo, es capaz de intentar convencer a Europa que lo que sucede es que tiene en España un hermano gemelo, básicamente irrefrenable y enloquecido, quien le sustituye cuando no mira y se pone a promover estrategias tan discutibles como destructivas.

Combatir el relato tóxico de los totalitarismos sobre la democracia no se hace con esas conductas. Practicarlas poniendo cara de bueno es solo darles munición a los autoritarios para que tengan la ocasión de endilgarle una vez más a la gente la eterna murga de que se necesita un hombre fuerte, un cirujano de hierro, para acabar con todas esas corrupciones y amiguismos. Si no ven que ese es el futuro propagandístico que se acerca en el panorama próximo de las fake news y la inteligencia artificial, entonces es que su miopía como estadistas es tan grande que el choque con el muro de la realidad es seguro, como ya sucedió cuando la ley del «solo sí es sí» hubo de confrontarse con la realidad en la arena de los asuntos cotidianos. Deberían preguntarse qué futuro de legitimidad queremos. La presidencia de Sánchez está enferma de cortoplacismo, el gran virus de la política actual que acaba con el sistema inmunológico de las instituciones. A veces, uno llega a pensar que, efectivamente, estamos todos en el mismo barco (el de la democracia) pero unos se dedican a intentar salvarlo y otros a hundirlo por intereses propios e inmediatos.