Doctrina Parot

«Hay gente que pide la muerte a gritos»

Así son los asesinos excarcelados

En una entrevista publicada en LA RAZÓN, Miranda decía que «muchas veces la víctima no es el que muere, sino el que se queda aquí».
En una entrevista publicada en LA RAZÓN, Miranda decía que «muchas veces la víctima no es el que muere, sino el que se queda aquí».larazon

La liquidación de la «doctrina Parot» no sólo ha obligado a excarcelar a sanguinarios terroristas. Pompeyo Miranda, condenado a 45 años de prisión en Bolivia por dos asesinatos, ha sido de los últimos presos en salir. Almeriense de 48 años, se ha pasado casi media vida en prisión, de la que hubiera salido el 1 de agosto de 2010 si no se le hubiese aplicado la polémica doctrina. LA RAZÓN pudo hablar con él en 2001, dos años después de su traslado a España. «Te aseguro que hay gente que pide la muerte a gritos con su comportamiento», aseguraba entonces quien fue considerado el preso más peligroso de Bolivia.

El asesino que soñaba con ser «un agricultor de invernadero» mató a su amante, Gloey Weissman, una norteamericana 25 años mayor que él, un 6 de octubre de 1991 de dos disparos en la cabeza. Miranda había conocido nueve meses antes a Weissman, integrante de los Cuerpos de la Paz de Estados Unidos, en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra. Hasta allí había llegado el español dejando atrás una incipiente carrera en el narcotráfico. Decidió probar fortuna en tierras suramericanas. «Ella estaba enganchada a la cocaína y yo también comencé a tomarla», reconocía.

La organización de voluntarios para la que trabajaba Weissman, a la que se vinculaba con la CIA y la DEA (la agencia estadounidense antidroga), pronto alimentó sus recelos, hasta el punto de que pensó que ella lo iba a delatar cuando le pidió que le identificase a los narcotraficantes que controlaban el negocio de la droga en Santa Cruz. Miranda cogió su pistola y le descerrajó dos tiros en la cabeza. «Me quiso utilizar y la maté. Me entró la mala leche cuando me dijo: "¿qué te crees, que te tengo miedo?"Se me fue la cabeza, cogí la pistola que habíamos comprado juntos y le pegué dos tiros», explicaba.

Miranda metió el cadáver en un bidón y, ayudado por dos personas, lo trasladó en un coche hasta un cerro del extrarradio, donde se dispusieron a enterrarlo en un hoyo. Como no cabía, decidieron descuartizarla con un pico. «Cuando la golpeé en el cráneo me vinieron todos los sesos a la cara y me fui a una charca cercana a lavarme», explicaba. Al regresar, sus compañeros le habían cortado ya las piernas. «Entonces, yo le corté los brazos». Luego le prendieron fuego y huyeron. Pero el FBI le siguió la pista y consiguió detenerlo. Fue condenado a 30 años de prisión. «A veces pienso en ello –admitía– Creo que estoy arrepentido, no lo sé».

Ya en prisión, el español cometió su segundo asesinato. En el penal de Palmasola coincidió con Marcial Delgadillo, «Papacho», un peligroso «jalikata» (cabecilla) de una banda criminal. Los dos presos no tardaron en chocar. Hasta que un día Miranda lo mató aplastándole la cabeza. «Le desperté a las nueve de la mañana cuchillo en mano y le pregunté dónde estaba mi champú. Empezamos a pelear. Puso la música alta desafiándome y no me lo pensé. Sali, mire la pesa de cemento, entré y comencé a darle golpes en la cabeza hasta que sonó como una sandía», contó. «Me vi obligado a matarle por supervivencia. El más inteligente es el que sobrevive». Por este asesinato fue condenado a otros 15 años.

Tras su traslado a España, consiguió alejarse de las drogas y se dedicó a estudiar, hasta conseguir aprobar el graduado escolar y varios cursos de inglés, salud y filosofía.