Embajadas

Inocencio Arias: «Los cócteles diplomáticos son la cosa más cercana al purgatorio»

Le tentaron con la Alcaldía de Madrid, pero su sueño siempre fue ser director de la Guardia Civil o jefe de gabinete de la Presidencia

Inocencio Arias
Inocencio Ariaslarazon

Le tentaron con la Alcaldía de Madrid, pero su sueño siempre fue ser director de la Guardia Civil o jefe de gabinete de la Presidencia

Su padre quería que fuera notario, él prefería el periodismo y terminó convirtiéndose en uno de los diplomáticos más relevantes de la historia de la democracia española. Inocencio F. Arias (Almería,1940) presenta ahora sus memorias en «Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones» (Plaza&Janés), con su inconfundible verbo provocador y apasionante tono humorístico plagado de las más dispares historias. En ellas dibuja la trayectoria de este «aspirante plebeyo» a la carrera diplomática en la que descubrió que no todos sus colegas «eran unos engreídos, aunque también es cierto que sigue habiendo una minoría que son unos mamonazos de verdad». En su armario guarda más de 170 pajaritas y en su carrera asegura que le hubiera gustado compartir más tiempo con Suárez y hacer una película con Woody Allen.

–Quién iba a decirle que la pérdida de una maleta en el aeropuerto de Caracas iba a catapultarle al éxito diplomático...

–Eso mismo pienso yo. Recuerdo con detalle aquel viaje a Caracas en 1978 en la comitiva que acompañaba a Adolfo Suárez. En principio no iba a ir, pero una baja me llevó a Venezuela. Dos periodistas perdieron la maleta y fui yo quien, corriendo como un loco y sudando como un pollo, conseguí recuperarlas, y no perder a la comitiva. Desde entonces quisieron que fuera a todos los viajes.

–¿Piensa, como Ortega y Gasset, que la diplomacia es la carrera de los «casis» (casi-inteligentes, casi- cultos...)?

–Eso es una memez de una mente inteligente. Ese día, Ortega y Gasset no tendría nada que hacer y quiso hacer una frase ocurrente, pero le salió una absoluta estupidez.

–¿La vida de un embajador tiene más dosis de burocracia o de «dolce vita»?

–Tiene parte gris, que es la burocracia. Realmente no hay tanta «dolce vita» y, aunque la hubiera, al embajador puede que no le guste esa vida. Los cócteles son la cosa más cercana al purgatorio. Uno cada siete meses puede ser hasta entretenido, pero tres a la semana es un infierno, yo hubiera pagado por no ir. Aunque es una obligación para nosotros. En muchos de ellos hubiera preferido estar en el cine, viendo al Real Madrid o comiendo una tortilla.

–Fue embajador de la ONU durante siete años. ¿En qué consiste la política de W. C., que al parecer se practica en los baños de Naciones Unidas?

–Bush padre dijo en una ocasión: «¡Hay que ver a la cantidad de gente que se le presenta a uno en los baños cuando tiene las manos ocupadas!». Y es verdad. En la ONU, más de una vez, mientras orinaba, se me ponía un tío al lado hablándome con un tono muy amable y claro, uno no sabe sus intenciones hasta que descubres que lo que quiere es tu voto. Incluso, hubo una vez se me atascó la cremallera y un colega se inclinó para ayudarme. Entonces pensé que como se abriera la puerta...

–En sus diferentes destinos como diplomático (Bolivia, Argelia, Portugal...) también echó mano de la «diplomacia de ‘‘¡Hola!’’»...

–A las mujeres de los embajadores les encantaba la revista española y yo me suscribí para pasársela. Era una forma de caer simpático.

–Dice que nunca quiso tener jefes y ha tenido bastantes. ¿Con cuál repetiría y cuál preferiría no recordar?

–Guardo buen recuerdo de José Pedro Pérez-LLorca, que era el que tenía la cabeza mejor amueblada; de Francisco Fernández Ordónez, que poseía buena mano izquierda; y de Abel Matutes, que fue el más valiente y el que más claro hablaba. Con Fernando Morán tuve una experiencia regular. Siendo hombre inteligente y conocedor de la diplomacia, era impulsivo y lineal en su pensamiento.

–Fue portavoz de Exteriores con tres gobiernos diferentes (y de diferente ideología). ¿Le han tachado de chaquetero?

–Hubo quien quiso fulminarme y enviarme al confín del mundo, pero también hay quien se dio cuenta de que se me daba bien la Prensa y que era leal al Gobierno, fuera cual fuera, independientemente de sus siglas políticas.

–¿Qué espinita se le ha quedado clavada en su carrera?

–Habría renunciado a cualquier embajada, incluso a la dirección general del Real Madrid si me hubieran ofrecido ser director general de la Guardia Civil, director general de cine o jefe de gabinete del presidente del Gobierno. Eso me hubiera encantado.

–¿Cuál ha sido la proposición más «indecente» que le han hecho?

–Proponerme a la alcaldía de Madrid. No acepté porque sabía que no iba a ganar. Hay que ser consciente de tus limitaciones.

–¿Qué es lo más extraño que le ha llegado en una valija?

–Uy, las valijas ya no son lo que eran. Con el desarrollo de las comunicaciones han perdido interés. Se ha reducido lo que se puede meter en ellas, se envían con menos frecuencia... A mí, llegaron a enviarme por valija un vestido para mi mujer.

–¿Le guarda rencor a Syndey Pollack por haberle arrebatado un papel en «La intérprete»?

–Se acojonó, me había asegurado un papel de presidente de un país iberoamericano, pero la presión sindical de la ONU le asustó. Le envié un par de botellas de vino muy bueno que se bebió a mi salud, aunque me quedé sin papel.

–¿Con Trump se ha acabado la diplomacia tradicional?

–Trump va a hacer una diplomacia de Twitter, poco que ver con la tradicional, pero no creo que su presidencia vaya a ser apocalíptica. El poder atempera.