El Rey abdica
La confirmación del Príncipe
En estos años el Príncipe ha intensificado su papel y afianzado su imagen como el mejor heredero posible. Ahora trabaja junto a su padre para conseguir que la Corona remonte tras unos tiempos difíciles
No hace falta ser un experto para saber que los últimos diez años, esos que van desde la boda de los Príncipes de Asturias hasta hoy, han sido los más difíciles del reinado de Juan Carlos I. Y no sólo por sus problemas de salud, sino también por la caída de la valoración de la monarquía por parte de los españoles. Evidentemente, no sería justo atribuir a Doña Letizia y a Don Felipe esta situación, en la que poco han tenido que ver, pero sería menos justo desconocer el contexto en el que ha transcurrido desde que se casaron en la catedral de la Almudena. Por eso, al comprobar que hoy los Príncipes de Asturias son los miembros de la Familia Real más valorados junto a Doña Sofía, es fácil darse cuenta del valor añadido que esto tiene para los españoles y para la monarquía. Un mérito ganado a pulso gracias a algo tan sencillo como saber estar en su sitio. Y no ha sido fácil. A principios de este año, Sigma Dos publicaba una encuesta según la cual los españoles valoraban positivamente a Doña Sofía, con un 67%, y a Don Felipe, con un 66,4%. Las razones que justificaban estos datos parecían sencillas: un cumplimiento escrupuloso de sus obligaciones, unido a la ausencia de escándalos en su vida privada. La mayoría de los encuestados (el 56,6%) consideraba además que el Príncipe sería capaz de devolver el prestigio perdido a la institución. Y un 73,3% valoraba positivamente «la cada vez más frecuente presencia del Príncipe en sustitución del Rey en encuentros con autoridades». Este último dato no era casual. Efectivamente, el año pasado, con motivo del 12 de octubre, Don Felipe sustituyó por primera vez a su padre en el desfile de la Fiesta Nacional. También le representó en la Cumbre Iberoamericana de Panamá. Don Juan Carlos se recuperaba de la quinta operación a que había sido sometido. Pero aquel paro forzoso del Monarca no había creado ningún vacío y los españoles valoraban muy positivamente que Don Felipe no sólo sustituyera a su padre, sino que adquiriera mayor peso en la vida pública española. A esos actos de trascendencia habría que sumar otros de menor calado, pero que habían llevado a Don Felipe en varias ocasiones a Cataluña, con un motivo u otro, donde tuvo que afrontar abucheos y pitos organizados por los republicanos independentistas, pero que no consiguieron amilanar a los Príncipes de Asturias, sino fomentar más bien su presencia en esa Comunidad Autónoma. Pero los Príncipes no sólo han tenido que aguantar estos recientes insultos de los que, en ningún caso, han sido responsables, sino que también –y ya echo la vista a todos estos diez años–hanvivido un día a día donde cualquier acción, o aparente omisión, les convertía en blanco o portada de programas de televisión o revistas. Ya desde el mismo día de su petición de mano, Doña Letizia conoció que elegir un vestido de chaqueta pantalón no parecía, a un gran número de supuestos expertos, lo más adecuado para esta ceremonia. El diseño del traje se completó con que el modisto elegido fuera extranjero. ¿No había en España ningún sastre para vestir a la Princesa? ¿Nadie le había dicho que lo más apropiado hubiera sido una falda en lugar de un pantalón? Y luego vino la segunda parte: que interrumpiera al Príncipe cuando había sido el propio Don Felipe, sin darse cuenta, quien no había dejado terminar a su futura esposa. Si recuerdo aquellas anécdotas, que hoy siguen dando que hablar, es solamente para poner de manifiesto algo que debió descubrir ese mismo día Doña Letizia. Cualquier cosa que se dijera o hiciera sería criticada con total seguridad. Y es justo reconocerlo, la nueva Princesa de Asturias no procedía de una Familia Real, ni siquiera de una familia noble donde algunos dicen que estas cosas se maman. Pero era lista y una profesional de prestigio y ahí empezó a aprender, a darse cuenta de que no podía gustar a todo el mundo. Y tomó una decisión: decidió contenerse –ella que estaba acostumbrada a hacerse explicar y entender por su trabajo– y a moverse lo justo del guión trazado. Había que mirar mucho, callar y, ya después de la boda, se vería. La boda. Ese era sin duda el día D. Allí ya se tomó la decisión de elegir a Pertegaz –el modisto español vivo de mayor prestigio– para el vestido de novia. «Habrá sido la Reina –dijeron entonces– como ha sido uno de sus preferidos...». Es decir: si era un acierto era de la Reina o de cualquier otro; y si era un error, uno más de la periodista divorciada metida a Princesa que lógicamente no estaba preparada para nada. Pero tampoco hubo errores. Al menos no suyos. Si hubo algún puñetazo entre los invitados o alguno que se quedó en la cama durante la ceremonia tampoco se le podía achacar a ella. Pensándolo con un poco de perspectiva, quizá aquellos momentos debieron ser los más duros. Y no solo para Letizia sino también para el Príncipe. No olvidemos que la crítica a la Princesa de Asturias llevaba implícita otra al Príncipe que la había elegido para convertirla en Reina. Por otro lado, era el comienzo de una especie de cuento de hadas y, porque no decirlo, de una historia de amor. Cuando una pareja está recién casada, no hay nada que pueda destruir su relación. Y así fue.
Y vino el viaje de novios, y la instalación en La Zarzuela... Vinieron los actos, el día a día, y en algunos momentos –faltaría más– la nueva Princesa cometió errores, algunos tan comprensibles como encararse con un periodista que la había elegido blanco diario de sus invectivas televisivas. Tampoco era el único. Los nuevos formatos televisivos encontraron –tampoco podía ser de otra manera– en Doña Letizia su festín favorito. Cada peinado, cada vestido, cada par de zapatos, cada nuevo look o maquillaje era tema de opinión y debate. Ya la información de la Casa Real no la hacían los periodistas acreditados en la Casa, sino contertulios salidos de GranH ermano o de concursos de televisión de supervivencia que lo mismo opinaban de la reforma constitucional de la prevalencia del varón sobre la mujer, que de un modelocomprado en Zara y que ya había repetido no sé cuántas veces. Las redes sociales se encargaban del resto. Pero ocurrieron dos cosas que quizá no estaban en el guión. Por un lado, Doña Letizia se convirtió en el miembro de la Familia Real más popular, con más aceptación en la opinión pública. Eso parecía razonable. Era la novedad. Pero por otro, los debates que suscitaba la Princesa obligaban, aunque fuera de manera artificial, a que unos se posicionaran sobre cualquier tema que le afectara de una manera, y otros de otra. Letizia ya no solo dividía a un grupo de heraldistas o nobles trasnochados sino a los invitados de cualquier programa. Surgieron debates en todos los programas, a todas horas, y a cada cual más gore y vulgar. División. Pero al margen del mundo mediático, siempre tan decisivo en la opinión pública, aquellos que pensaban que quizá su hija hubiera sido mucho mejor Reina, entendían que aún faltaba algo esencial a la futura Monarquía: la sucesión. Don Felipe había dicho en aquella multitudinaria petición de mano, que pensaban tener entre tres y cinco hijos. Y de momento no venía nada. Incluso llegó a especularse sobre si tendrían descendencia. Pura malignidad. Y las hijas llegaron. Y la sucesión a la Corona también. El 31 de octubre de 2005 nacía en Madrid Leonor de Todos los Santos de Borbón y Ortiz, hija primogénita de los Príncipes y heredera hasta hoy del trono; y el 29 de abril de 2007, Sofía de Todos los Santos de Borbón y Ortiz, infanta de España y tercera en el orden sucesorio tras su padre y hermana mayor. De momento y aquel presunto iceberg se quedó en azucarillo. La principal tarea de una futura Reina es asegurar la continuidad y aquella quedaba garantizada. Por ahí ya no atacarían. No menos especulaciones despertaron las operaciones de cirugía estética de la Princesa. La Casa del Rey respondió a algunas críticas asegurando que también se debían a necesidades médicas, pero sabía ya Doña Letizia que su operación iba a causar aquel revuelo. Y sin embargo se operó, y seguramente se ha retocado alguna vez más. Ofreció a los críticos un motivo más. Críticas que nunca afectaron a la infanta Cristina que, por aquellos años, también se hizo algún retoque. Pero si los problemas iban a ser esos, tampoco había mucho por lo que preocuparse. Así las cosas, en 2012 las cosas marchaban. El 76 % de los españoles tenía una opinión favorable del Rey; el 70 % del Príncipe, y el 60 % de la Monarquía, que ya se sabe que monárquicos siempre dicen serlo menos. Pero el 14 de abril de 2012 los periódicos destacaban la noticia de que Don Juan Carlos había sido operado de urgencia a causa de una caída en África a donde había acudido a cazar elefantes. Al margen de que a muchos no gustaran las aficiones tan caras del Monarca, especialmente cuando el país estaba pasando una de las crisis más duras de su historia, extrañó aún más que fuera acompañado de una supuesta noble alemana, y que además se hubiera marchado de viaje cuando había anunciado que visitaría a su nieto Felipe, ingresado en otro hospital por el disparo fortuito en un pie. Aquello fue un terremoto. Si Doña Letizia había ido superando los obstáculos reales y figurados que surgían, especialmente doloroso fue el suicidio de su hermana Erika, la cacería de Botsuana abría un nuevo frente. Por un lado la enfermedad de don Juan Carlos –que al día de hoy aún permanece en rehabilitación– le alejaba de sus obligaciones en la Jefatura del Estado. Y aquí sí que no había nadie con en el que repartir trabajo. Solo estaban los hombros de Don Felipe para sustituir a su padre en estas tareas, las que le reserva la Constitución. La Reina ayudaba, pero tampoco era lo mismo. Y mientras el terremoto obligaba al Rey a disculparse, surgió otro frente. Y ese iba a ser el gran mazazo a la institución. Algo que también marcaría la vida de los Príncipes: el caso Urdangarín. No se puede pensar un frente más difícil para una pareja que, hace diez años, llegaba a los altares, rodeada de todas las monarquías del orbe. Muchos recordaron que Don Juan Carlos se ganó el trono la noche del 23-F, y ahora le llegaba la oportunidad a DonFelipe. Debía sacar oportunidad de la contradicción, pero además debía demostrar que estaba preparado para reinar. En aquellas circunstancias.
Y como las desgracias nunca vienen solas, Doña Letizia tuvo que soportar que su propio primo carnal, el que apareció en aquella fotografía de familia en la petición de mano, la persona de confianza, escribiera un libro escandaloso sobre su vida. El papel que este abogado había tenido junto a su prima le daba supuestamente patente de corso para despacharse a gusto sobre su personalidad y vida pasada. El silencio de la Casa del Rey fue absoluto, pero aquellos programas de televisión, y algunas tertulias políticas, encontraron en el pariente resentido un nuevo botín que tampoco querían dejar escapar. Sin duda todo aquello repercutió también en la popularidad de la Princesa. Y es que a los Príncipes les ha pasado de todo en estos diez años. Si cuando secasaron hubieran conocido todo lo que se les venía encima, probablemente se lo hubieran pensado dos veces. Pero ambos sabían que lo suyo no era un cuento de hadas. Lo último, lo más reciente que se ha dicho sobre ellos son los rumores sobre un distanciamiento de la pareja. Algunas escapadas nocturnas con amigas de la Princesa han levantado esos comentarios. El resto son especulaciones. Sobre todo eso: especulaciones. Cuando se pregunta a la Casa del Rey por los Príncipes y su situación aseguran que hoy no existe ningún problema entre ellos. Sin duda están más preocupados por el futuro juicio de Iñaki Urdangarín y cómo puede afectar aquel proceso a la Monarquía. Añoran un tiempo limpio de problemas, sin operaciones ni tribunales, y que sitúen a la Jefatura del Estado y a la Familia Real en su sitio. Por eso los próximos meses van a ser cruciales para la Corona. Y por ese motivo van a ser también importantes para los Príncipes. Son conscientes en Zarzuela de que la última encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) sigue suspendiendo a la Monarquía, pero empiezan a ver una mejoría leve respecto al año pasado. Doña Letizia, se situaba a principios de año en un nivel de aprobación del 50,1%. Parece que su delgadez y su afán de perfeccionismo es lo que más molesta a algunos, pero en Zarzuela están ya acostumbrados a las leyendas urbanas sobre la vida de la Princesa. Piensan más en el futuro. ¿Y dónde está ese futuro? La Princesa de Asturias aparece volcada en la educación de sus hijas. El fin de curso y su preparación para la Primera Comunión son hoy por hoy su preocupación. Las niñas se llevan todo el tiempo, pero tampoco tampoco son ya unos bebés. Si hacemos un poco de prospectiva sobre el futuro de Doña Letizia, es fácil adivinar que tendrá mucho que ver con su personalidad. Doña Sofía se volcó en la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y colabora habitualmente con fundaciones que desarrollan su actividad en el Tercer Mundo. No sería nada extraño que la Princesa de Asturias se dedicara a alguna actividad que tenga que ver con sus intereses: Comunicación o América Latina, donde realizó un máster cuando era estudiante. La actividad del Príncipe necesariamente estará supeditada a la de su padre: conseguir que la Corona remonte. Para eso necesitará visitar – con su esposa– y con más frecuencia España, especialmente aquellos lugares donde el desafío secesionista resulta más importante. No se trata de meter a los herederos en la boca del lobo. Se trata de que estén donde más se les necesita. Donde el Estado debe hacerse presente. ¿Es compatible una actividad relacionada con la Comunicación, o con las Relaciones Internacionales, y visitar España sin dejar la educación de las infantas? Sí, siempre que haya una estrategia y un orden. Es precisamente ahí donde deberá adaptarse la agenda de Zarzuela. No parece que a los Príncipes les importa que les griten si es en el ejercicio de sus funciones, lo que no tiene sentido es acudir a lugares cuya presencia puede cubrir muy bien cualquier otro miembro de la Familia Real. Don Felipe ha ejercido de Rey. Conoce a muchos presidentes iberoamericanos porque asiste a todas sus tomas de posesión. ¿Para cuándo una gira de los Príncipes por el Continente? Mucho mejor si acuden acompañados de empresarios y emprendedores. ¿Para cuándo una visita a Estados Unidos y Canadá, donde estudio cisamente el bachillerato? Es prestigio y es eficacia. Ya no se trata de mirar atrás. Atrás quedan diez años que tampoco hay que olvidar. Las lecciones de la historia nunca las pueden olvidar los Reyes ni los Príncipes. Pero hoy la Monarquía debe mirar al futuro y los Príncipes pueden ser nuestros mejores embajadores. Sería un error no aprovecharlos.
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