PSOE
Los cantos de sirena del viejo PSOE
Sánchez desea llegar a la Moncloa marginando a la mitad de los españoles. Los antecedentes de Zapatero anticipan el camino. Por mucho que se movilicen viejos socialistas, la suerte está echada.
Sánchez desea llegar a la Moncloa marginando a la mitad de los españoles. Los antecedentes de Zapatero anticipan el camino. Por mucho que se movilicen viejos socialistas, la suerte está echada.
l 15 de mayo de 2017, en el debate decisivo de las primarias, el «viejo PSOE» trató de desenmascarar a Pedro Sánchez. Era, para la mayoría de los dirigentes de su formación, un advenedizo que trataba de reconvertir el partido socialdemócrata de toda la vida en «otra cosa». Tan es así, que Los «popes» socialistas habían entrado en pánico meses atrás y Susana Díaz y los barones lo habían descabalgado de la Secretaría General en circunstancias ya conocidas.
En aquel debate en Ferraz, Patxi López le planteó una pregunta demoledora: «Pedro, ¿tú sabes qué es una nación?». La respuesta fue un balbuceo. En esa misma cita, su otra rival en la carrera de las primarias, Susana Díaz, le lanzó otro dardo: «Pedro», le dijo a la cara, «tu problema no soy yo, tu problema eres tú».
López y Díaz representaban y representan –mudos, eso sí, para no pasar frío alejados de sus cargos públicos– a ese socialismo que en estas horas se revuelve aterrado e indignado y, sin embargo, impotente. El Partido Socialista que hipa desesperado para que se aborte la deriva personalista de Sánchez y no se entregue la gobernabilidad de España a los independentistas de Oriol Junqueras y a los filoterroristas de Arnaldo Otegi por el puente de plata del populismo de Pablo Iglesias.
El actual líder del PSOE llegó a la Secretaría General del partido a lomos de una de las hojas de ruta más radicales de la historia de su formación política. Está hecho a imagen y semejanza de su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero. Ha demostrado en su corto mandato el máximo desdén por los indiscutidos consensos constitucionales. La traición en Navarra después de las elecciones autonómicas lo delimitó. Y ahora está dispuesto a entregar los resortes institucionales de España a Podemos, Esquerra, PNV y Bildu.
Que su ministra de Educación, Isabel Celaá, haya amenazado ya a la escuela concertada, que el propio Sánchez entierre sus promesas electorales contra el independentismo, o el abrazo mismo con Iglesias sin telefonear siquiera antes al líder del mayor partido de la oposición demuestran que Sánchez desea llegar a la Moncloa marginando a la mitad de los españoles. A los votantes de PP y Cs los desprecia. A los de Vox, directamente, los humilla.
Si logra culminar con éxito su amalgama de apoyos para ser investido, sus compañías le impedirán, quiera él o no quiera, gobernar para todos, por mucho gobierno «rotundamente progresista» que anuncie. Los antecedentes de Zapatero en La Moncloa anticipan el camino: fueron siete años legislando contra una mayoría del país a la que se invalidó, casi sin matices, por «franquista» o «ultraderechista». El pacto del abrazo entre Sánchez e Iglesias les delata de nuevo. La eutanasia o la barra libre de memoria histórica son dos ejemplos de su compromiso mutuo de fracturar aún más a los españoles.
Por mucho que se movilicen en estos días viejos socialistas como Felipe González o Juan Carlos Rodríguez Ibarra, la suerte está echada. Bien lo saben ellos. Si alzan la voz, es más para calmar sus propias conciencias. Sánchez ha abierto un camino sin retorno, el que no le dejaron empezar a andar sus compañeros en 2016. Solo si su «plan A» fracasara dirigiría su mirada a PP y Cs. Entonces sí buscaría esa «abstención patriótica».
Como decía Churchill, lo que distingue a un estadista de un político es que el primero piensa en las próximas generaciones y el segundo en las próximas elecciones. De Sánchez ya sabemos una cosa: solo piensa en su supervivencia política. Lo ha demostrado en tiempo récord.
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