Cunde la preocupación en Moncloa sobre la imagen de colapso que se está proyectando tras converger dos eventos caóticos en apenas una semana. A la crisis generada por el apagón eléctrico se sumó un nuevo incidente ferroviario que, aunque lejos de ser extraordinario, sí abundó en la sensación de vulnerabilidad del sistema. Dos fallas en varias infraestructuras estratégicas –la energética, por extensión la de las telecomunicaciones, y la del transporte– en un corto espacio de tiempo trasladan una sensación de excepcionalidad que debilita al Estado. El Gobierno ha explotado estas vulnerabilidades en pleno debate sobre la Defensa y ante la reivindicación de la necesidad de reforzar nuestras capacidades y autonomía estratégica en seguridad. Pero la oposición también ha hecho su trabajo, instrumentalizando la situación para retratar un Gobierno que no funciona. Una imagen políticamente más letal que la de la ilegitimidad con la que se ha coqueteado en el pasado y que dibuja a un Ejecutivo ineficaz, incapaz de corregir las distorsiones del sistema y que debilita al Gobierno. En Moncloa tratan de recuperar la iniciativa exhibiendo la gestión del Ejecutivo, pero pinchan en hueso. Son conscientes –y esto genera una profunda frustración– que los frutos de la gestión política, sobre todo en lo que respecta al ámbito económico, no monopolizan el debate público. Las buenas previsiones, los datos de afiliación, la moderación de la inflación o el crecimiento del PIB no se rentabilizan. Serían causa suficiente para hacer caer al Gobierno si fueran mal dadas, pero no sirven para sostenerlo si el viento sopla a favor. En este clima, en Moncloa han tratado primero de victimizarse, apuntar a un enemigo externo –ya sea el ciberataque, las nucleares, las eléctricas o el «sabotaje»– para tratar de despachar cualquier responsabilidad a un agente exógeno. Una vez que esta estrategia ha fracasado por burda, porque las costuras del Gobierno han quedado al descubierto ante sus contradicciones retóricas, en la sala de máquinas gubernamental han recurrido a una maniobra habitual: polarizar y abonarse al «y tú más». Incapaces de defender su propia gestión, su única baza es desviar el foco de lo que les resulta perjudicial, esto es, apuntar al de enfrente como un gestor todavía peor. El «comodín Mazón» entra en juego. «El Ventorro es el paradigma de la gestión de crisis del PP», resuelven fuentes socialistas, que lo califican de «trágico». Sánchez también desplegó esta estrategia durante su intervención el miércoles en el Congreso, espetándole a Feijóo que no aceptaría «lecciones del partido del Ventorro, de quien niega el problema, elude las responsabilidades y si pide explicaciones, escurren el bulto y culpan a otro. Y mienten descaradamente», señaló. «Afirmó que el 30 de octubre estuvo en contacto permanente con Carlos Mazón. Cómo es posible si cuando Mazón entregó el registro de sus llamadas no había ninguna con usted. No hace falta que me responda, creo que todos lo hemos pillado», aseguró Sánchez, con mirada fija sobre el líder de la oposición. En realidad, Mazón nunca ha entregado ningún registro, se limitó a versar en un desayuno informativo en Madrid la sucesión de llamadas que se produjeron el fatídico día de la DANA y no mencionó a Feijóo entre ellas. Sánchez reprochó que Feijóo trasladase a sus socios en el congreso europeo del PP en Valencia, «junto a Mazón», que «España no es un país fiable». «Lo dijo después de que se gestionara de forma modélica una crisis sin precedentes», marcando distancias de la valenciana por la DANA. Desde Ferraz y Moncloa han sincronizado los argumentarios para que todos los cargos percutan en este flanco ante la necesidad de rellenar los vacíos que quedan sobre el apagón.