Opinión
¿De qué se quejan?
Estamos sufriendo una ola de frenético ataque y desprecio a las instituciones. Su debilitamiento tiene resultados muy negativos para el sistema democrático
Tomo prestada esta pregunta formulada por un profesor hispanoamericano a un grupo de jóvenes españoles. Volveré a ello.
Tengo para mí que las sociedades (como conjunto de personas que conviven bajo normas comunes) progresan cuando tienen autoestima y confianza en sí mismas. Para ello es preciso, además, que existan instituciones fuertes que las representen adecuadamente.
Estamos sufriendo, no solo en España, una ola de frenético ataque y desprecio a las mismas, ignorando que estas representan al conjunto de la sociedad y no a quien, transitoriamente, ejerce el gobierno sobre ellas. Y el debilitamiento de las mismas tiene resultados muy negativos para el sistema democrático, como recordaba hace poco el gran pensador alemán Habermas. Su prestigio se pierde con rapidez, pero su recuperación es mucho más compleja.
¿Tiene motivos la sociedad española para la autoestima? Creo, sin duda alguna, que sí. Un solo ejemplo lo demuestra: llegué al Parlamento en octubre de 1982 y en aquel mes, el número de ocupados cotizantes a la Seguridad Social fue de 10.700.000, de ellos 3.000.000 de mujeres. El último dato conocido, de marzo de 2025, eleva la afiliación a casi 21,5 millones, de los cuales el 47,5% es mujer. Es decir, que en una generación y media se ha duplicado el número de trabajadores y triplicado en lo que respecta al empleo femenino, a pesar de haber sufrido la crisis financiera de 2008 que destruyó 3,8 millones de empleos.
Las sociedades progresan cuando tienen autoestima y confianza en sí mismas
Dado que el mérito de este avance corresponde al conjunto de la sociedad española, no puedo sino afirmar que el dato es asombroso, y que no hay parangón en países desarrollados de un resultado similar, exceptuando quizá a Corea del Sur.
Tres factores están detrás de este éxito: las políticas de igualdad de oportunidades, la modernización del país y la redistribución de la riqueza, casi siempre impulsadas por gobiernos progresistas, aunque se debe constatar que los de centroderecha que les sucedieron, a pesar de su, en ocasiones, ruidosa oposición a las medidas adoptadas, no alteraron en lo sustancial esas políticas.
La pregunta del profesor, fruto de su extrañeza por el aparente malestar que se propaga en la sociedad española, venía precedida por la constatación empírica de elementos que tienen que ver con la calidad de vida de todos nosotros: una tasa de crecimiento económico elevada, con la mayor creación de empleo de la UE (el 50% del total de empleos creados el año pasado en toda la Unión lo fue en España), lo que nos sitúa por primera vez en muchos años al frente de Europa, con visos de seguir siendo así. Un país con una esperanza de vida al nacer muy alta, al punto de que nos disputamos con Japón ser el país más longevo del mundo, 83,7 años (por poner un ejemplo, en Estados Unidos es de 77), y con un estado de salud también a la altura de los mejores países.
Un país dotado de buenas infraestructuras, como las redes de autovías y de alta velocidad. Un país seguro, donde los datos de criminalidad son de los más bajos también del mundo. Un país que dispone de un modelo nacional de trasplantes que es el mejor del mundo, donde prima la necesidad y no los recursos económicos de quien lo necesita. Un sistema educativo accesible y un sistema de salud que garantiza la calidad y esperanza de vida de que disfrutamos, aunque ambos precisen mayor inversión.
Hemos conseguido, con un esfuerzo tremendo y sostenido en el tiempo, corregir las profundas desigualdades heredadas de la dictadura. El coeficiente habitual que se utiliza para medir la misma, el Índice de Gini, habla por sí mismo: nos estamos acercando rápidamente a la media europea y desde 2017, toma de posesión del actual Gobierno, el mismo ha pasado de 34,1 a 31,5 (cuanto más bajo, más igualdad, de modo que 0 sería la igualdad absoluta y 100, la desigualdad máxima), resultando uno de los progresos más rápidos en la Unión Europea para el período mencionado.
De ahí la pertinencia de la pregunta: ¿de qué se quejan?, decía el profesor. Por supuesto que hay problemas, muchos, aspectos a mejorar, también, desigualdades que corregir, bastantes aún, oportunidades que ofrecer, especialmente a los jóvenes, como el grave problema del acceso a la vivienda. Luego hay quejas justificadas, claro que sí, pero parece difícil aceptar la crítica generalizada, sin ambages, que solo pretende minar nuestra confianza y acabar con nuestra autoestima como sociedad. A quien así se comporta hay que decirle: menos críticas injustificadas y más arrimar el hombro a favor del bienestar común.