PP
Renovación del PP-I
La convocatoria de un Congreso Extraordinario del Partido Popular debe servir tan sólo para elegir un sucesor de Mariano Rajoy, sino para conseguir una auténtica «renovación» del partido. Si uno busca el significado y etimología de esta palabra, viene del vocablo latino «renovatio»: «volver algo a su estado original y esencial, dejarlo como nuevo; restablecer lo que se había interrumpido reemplazándolo con algo nuevo». ¿Qué se había interrumpido en el Partido Popular? La respuesta es: la política.
El filósofo Aristóteles fue el primero en escribir un tratado con este nombre; para él, la política es una continuidad de la ética en la vida social. Si la ética es el camino más adecuado para obtener el bien y la felicidad de las personas, la política lo es para obtener el bien común y la mayor felicidad posible de la sociedad. En consecuencia, la felicidad procede de hacer el bien; es decir, en palabras del liberal conservador inglés Edmund Burke: «La mayor felicidad consiste en la felicidad moral».
Sobre el Partido Popular recae una larga sombra de corrupción, por lo tanto, si hay que renovar la esencia de la política en el partido habrá que comenzar desterrando la corrupción. Con otras palabras ¿de qué se trata? se trata de vivir la vida privada y política como hombres y como mujeres de acuerdo con su verdadera naturaleza humana.
Se trata de defender que hay unas reglas no escritas, pero sí inscritas en el corazón que hay que cumplir, a las que llamamos decencia; en palabras del malogrado Tom Wolf: «Aquello que os enseñaron vuestras abuelas y vuestras madres cuando no os atrevíais a mirarlas a los ojos». Esto es lo primero que hay que renovar.
Los que iniciamos la andadura de este partido en el año 78, lo hicimos porque sabíamos que «no sólo de pan vive el hombre». Creíamos en una España en paz y en concordia; en una política basada en principios, en valores y objetivos a conseguir, fundados en tradiciones políticas complementarias. tales como la economía de mercado liberal, la Justicia social y el humanismo cristiano. Es decir: la primacía del derecho a la vida, la libertad, el respeto a la naturaleza humana, a la familia, la solidaridad social, la subsidiaridad y la primacía de la sociedad civil y de la persona; entre otros muchos valores.
Pero, la defensa de todo esto es precisamente lo que ha estado interrumpido durante los últimos gobiernos del Partido Popular.
No sé si seguimos siendo mayoría los que asumimos esos principios y valores; lo cierto es que los que dirigían el partido no nos han representado. Es más, parece como si hubieran gobernado en nuestra contra.
Hoy si dices querer defender principios y valores, te acusan de reaccionario y fundamentalista; y nos dicen de manera peyorativa: ¡ya están aquí los cristianos, mezclando la política y la religión! Ignoran que fue el cristianismo quien impuso la separación entre la religión y la política, pues, «dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».
Alguien tan poco sospechoso de cristiano como Beltrand Russell da su particular explicación: «El cristianismo ha popularizado una enseñanza extraña al espíritu de la antigüedad: el deber de un hombre para con Dios es más imperativo que su deber para con el Estado». De ello se deduce que no pueden mezclarse ni confundirse la moral con la ley, lo espiritual y lo temporal.
Lo que uno no puede hacer es creer en unos valores y principios, y dejarlos en casa cuando sale a la calle o a la esfera pública; así sucede lo que ha sucedido.
El Estado debe ser neutral, pero el Estado no tiene alma, la tienen los ciudadanos y éstos tienen la libertad para creer y pensar como quieran. La política se basa en unos principios y valores prepolíticos que surgen de las tradiciones, costumbres y religiones, en última instancia de la realidad.
Pero ahora se impone otra regla: sólo tienen legitimidad los principios que surgen de la ideología. Esto es lo que la izquierda ha impuesto y el PP indolentemente ha ido aceptando en todos los campos de la acción política. Urge, pues, renovar el Partido Popular.
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