Debate Estado Nación
Rubalcaba fía el futuro de Rajoy a un «ataque de sinceridad» de Bárcenas
El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha vuelto a decir al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que "lo mejor para España"es que dimita y "dé paso a otro presidente".
Seis millones de parados; el drama de los desahucios que golpea a diario la conciencia colectiva; una profunda recesión; un goteo de escándalos de corrupción; un ex tesorero del PP con 22 millones en Suiza; varios ministros en el punto de mira... Nunca antes un presidente del Gobierno llegó en semejantes condiciones a un Debate del Estado de la Nación y nunca antes salió tan bien parado. No se puede decir que Rajoy ganara «el combate» porque con un país que se desmorona es complicado «cantar» la victoria de nadie, pero ni salió malherido, ni se fue de la Carrera de San Jerónimo peor que llegó. Todo lo contrario, recuperó iniciativa política y económica y apabulló con un discurso rotundo que le permitió salir airoso del atolladero.
¿En la bancada contraria? Un jefe de la oposición que no consigue desprenderse de la losa del pasado, ni se decide, como le piden los suyos, a entrar en el barro y el lodazal. Pese a la fama que le acompaña, a Rubalcaba, en palabras de uno de sus correligionarios, le faltó «instinto asesino» o «le sobró sentido de la responsabilidad». Ni lo uno ni lo otro, quizá. Tan sólo es consciente de que la desafección por la política jamás ha registrado las cotas que hoy anota y que el PSOE, pese a haber pagado ya un alto coste en las urnas, sigue en el epicentro de la marea antipolítica. Había disparado hace dos semanas la última bala que toda oposición reserva para el final de la legislatura cuando pidió la dimisión del presidente, y al volver ayer por esos derroteros ya no tuvo el mismo efecto, claro. Y además Rajoy le pegó dos estocadas de las que no se recuperó. («Yo no voy a pedir su dimisión porque ya se la piden en el PSOE» y «a mi partido de momento no le han condenado por financiación ilegal y y al suyo, sí»). El presidente menospreció su intervención, desdeñó su discurso y le acusó de abusar del eslogan. Pero donde verdaderamente se cebó fue en el recuerdo del pasado y en los errores que cometió cuando formó parte del Ejecutivo de Zapatero.
Poco le sirvió romper con la liturgia de ediciones anteriores y hacer un discurso pegado a la calle y a la realidad social, menos sus invitaciones al acuerdo o el dibujo de una situación de «emergencia nacional». Tampoco sus invocaciones al derecho de rectificación («en efecto, cada día me pregunto: ¡maldita sea por qué no arreglamos aquello!»); ni que se comparara con la Madre Teresa de Calcuta al recordar algunos capítulos de la oposición que hizo el PP a Zapatero. El minuto más tenso llegó cuando citó un nombre que Rajoy evitó todo el debate, el de Luis Bárcenas: «¿Cree usted de verdad que se puede gobernar un país en crisis estando pendiente de que al señor Bárcenas le entre un ataque de sinceridad?», le espetó en el momento en el que el debate se empantanó en el cruce de reproches a cuenta de la corrupción, un asunto que no fue, en todo caso, el eje de su intervención. Más allá de Bárcenas y la corrupción, se detuvo en la «crisis política» y compartió con Rajoy la necesidad de adoptar medidas. Incluso se mostró de acuerdo con algunas de las que por la mañana desplegó el presidente. De economía, de corrupción, de política, pero también habló de tensiones territoriales, contexto que aprovechó para esbozar su propuesta de reforma constitucional y avanzar hacia un modelo federal. Esto, además de una modificación en la Ley Electoral que acerque la política a los ciudadanos, desbloquee las listas y cree unas circunscripciones electorales más pequeñas. Correcto en la forma, acertado en el fondo, pero le faltó tono.
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