Estados Unidos

Un estudiante llamado Felipe

La Razón
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Una tarde otoñal de octubre de 1992, mientras me encontraba estudiando en mi habitación del campus de la Universidad de Georgetown, recibí la llamada de un amigo que me invitaba a una reunión de estudiantes que tendría lugar un par de horas después. Me pedía, eso sí, que no avisara a nadie más, porque a la misma asistiría el Príncipe de Asturias. La razón de tan inesperada visita era el interés del heredero de la Corona española por conocer de primera mano las mejores universidades de la costa Este de Estados Unidos, en las que podría cursar sus estudios de posgrado en Relaciones Internacionales. Don Felipe se decidió finalmente por Georgetown, y un año después se matriculó en la prestigiosa facultad Edmund Walsh School of Foreign Service de nuestra universidad, probablemente la mejor del mundo en su especialidad.

Coincidí con Don Felipe en algunas ocasiones durante los siguientes meses de estancia en el campus, pero recuerdo de manera especial aquella en que, ya de madrugada y en época de exámenes, salía de la biblioteca con barba de dos días, aspecto de mucho cansancio, y cargado de libros. El nivel de exigencia del máster que cursó el Príncipe hacía que los estudiantes de todo el mundo admitidos al mismo tuvieran que esforzarse al máximo para rendir satisfactoriamente a final de curso. Y me consta que el Príncipe de España demostró a compañeros y profesores un gran nivel académico.

También me llamó la atención ver a Don Felipe un domingo en la misa del conocido «father» Thomas King, en la capilla del campus. De entre los jesuitas que trabajaban en la universidad, F. King era conocido en todo el país por el nivel de sus disertaciones en cuestiones éticas, pero celebraba la eucaristía a las once y cuarto de la noche y eran básicamente estadounidenses de origen irlandés los que asistían. Los hispanohablantes solíamos ir en otro horario y en castellano, por eso me llamó la atención ver la figura solitaria del Príncipe español entre decenas de estudiantes de camiseta y gorra que no sabían quién les acompañaba esa noche.

Pero Don Felipe vivía sus años en aquel ambiente internacional de Washington como un estudiante más de cualquier rincón del globo y, posiblemente, feliz de gozar de un tiempo de total anonimato en su día a día.