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Un listado de agravios con absoluta falta de rigor
El congreso del odio a España sostiene que hay una animadversión histórica de todos los españoles de cualquier partido hacia Cataluña
De tanto repetir que es un congreso «riguroso» y «científico» habrá que ponerlo en duda o directamente negarlo, no sólo desde el título mismo («España contra Cataluña»), pues resuelve todas las incógnitas, sino en el contenido de las ponencias. Todas ellas, por lo menos las leídas ayer, parten del mismo relato: desde 1714, la historia de Cataluña es su lucha contra la opresión española, poco más que un ejército de ocupación. Para sustentar este argumento no hacen falta nuevos estudios, sino enumerar uno tras otro los agravios históricos que el nacionalismo maneja con aflicción, incluso con atávico rencor.
Nada nuevo, tampoco, desde el punto de vista académico. Incluso Josep Fontana, encargado de la lección inaugural, recicló textos sobradamente conocidos, sin ninguna nueva aportación, aunque adaptados a las circunstancias políticas y el colofón final de que los que «recortaron» el Estatut son «herederos del franquismo» o que la «ley Wert» tiene el ADN de las tropas borbónicas vencedoras en 1714. Tres siglos en media hora.
El organizador del simposio, Jaume Sobrequés, dio pistas, nada más empezar, de que el encuentro no se podía tomar muy en serio: cuando leyó el currículo de Fontana, literalmente bromeó de que fuese honoris causa por la muy centenaria Universidad de Valladolid. Fue un acto en familia, entre amigos y cómplices políticos, gente de cierta edad, al punto de que Sobrequés, de nuevo, se dirigió al consejero de Presidencia, Joaquim Homs (por cierto, ¿qué hace un político participando en un acto académico a parte de financiarlo?), como «amic Quico». «Amigo Quico, ¿te he hecho sufrir mucho?», le preguntó a raíz de la polémica levantada por el carácter abiertamente partidista del congreso. De hecho, no negaron que era un congreso «patriótico». Ése fue el tono académico. Más rigor: Sobrequés, visiblemente alterado, marcó el terreno de juego: hay una animadversión contra Cataluña que procede de todos los españoles, por gobiernos de todos los partidos, de izquierda y de derecha; liberales y conservadores; del mundo cultural, con destacadas eminencias; «de amplios sectores de la sociedad española, buena gente víctima de campañas». «El centralismo español ha estado en todos los gobiernos y regímenes, haya estado quien haya estado», afirmó. De manera patológica, el castellano sólo aparecía para leer la más terrible de las citas. Una comedia.
El lenguaje estuvo a la altura: «expolio», «ejército de ocupación», «régimen borbónico». Nada que venga de España fue valorado positivamente: ni aunque después de 1714 Barcelona viviese años prósperos y un gran desarrollo económico. ¿Desde Felipe V, Cataluña vive en decadencia política, económica y cultural? Parece ser que sí: su historia está marcada por la ocupación militar y el expolio de un catastro, «nuevo sistema fiscal para que Cataluña aportase de manera desproporcionado dinero para financiar a la Monarquía, como hoy», dijo Sobrequés en una de las muchas parábolas de la jornada. Si este congreso ha acabado con el algo es con el doctorado de Vicens Vives, que tan buenos discípulos dio y que sí creyó en que España sumó junto a Cataluña.
Quien en realidad hizo el memorando en el que se demostraba la «obsesión opresiva» de España fue el catedrático Josep M. Solé y Sabaté. Eligió («con documentación») diecisiete casos en los que había ofrecido propuestas de «negociación» y fueron respondidas con «agresividad». Desde la Mancomunidad en 1914 a la proclamación del «Estado catalán» en octubre de 1934 por Companys, pues, después de todo, se proclamó «la República Catalana Independiente dentro de la República Española», dijo. «Fue un movimiento de las izquierdas españolas –dijo de aquella insurrección– y la Generalitat se equivocó en seguirlo». Y por diecisiete propuestas de negociación ha recibido cinco respuestas militares: la dictadura de Primo de Rivera en 1923 (se olvidó, por cierto, mencionar el apoyo que tuvo de la burguesía catalana, incluso de Puig i Cadafalch, presidente de la Mancomunidad), el golpe de Sanjurjo en 1932, el golpe del 18 de julio de 1936 de Franco, el fusilamiento de Lluís Companys en 1940 e, incluso, el fallido golpe de Tejero de 1981. Cataluña, siempre, como único objetivo de la España opresora.
Que esta obsesión no sólo tiene una razón política, lo concretó el profesor Lluís Roura. Repasó la «represión militar» como una estrategia concienzuda y planificada para someter a Cataluña. «La fuerza militar borbónica» fue tan insistente que llegó a hablar de «terrorismo militar» (citando a Sempere i Miquel), con «venganzas públicas y particulares». Se centró, de manera especial, en la nueva ley de reclutamiento, según la cual, en contra del método tradicional en Cataluña de aportar «voluntarios», la llamada a filas era obligatoria, como en otros lugares de España. El programa de Felipe V era, según Roura, la negación de los derechos históricos de Cataluña y la implantación de un nuevo modelo político, y para hacerlo era necesaria la fuerza. Se habló del «pensamiento españolista desde los cuarteles» («hay que extirpar el grano»), de «genocidio cultural» y de Ortega y Gasset, al que se trató poco menos que de falangista. Eso sí, se obvió el papel de muchos catalanes en el fraquismo o la Falange.
Joaquim Nadal, ex consejero socialista con los gobiernos del tripartito y también historiador, dio respuesta a la gran incógnita: si el catastro aplicado tras 1714 fue el inicio del «expolio económico». No cabe duda: sí. «Fue una herramienta de sometimiento militar y que se alarga y perpetúa hasta mucho después». Es decir, la «militarización obsesiva» crea una ecuación diabólica: la ocupación militar debe ser financiada por los catalanes y para que paguen deben ser ocupados... Sin embargo, el catastro ha sido valorado por muchos historiadores como un impuesto moderno (en tanto que directo), «pero los Borbones no querían eliminar los impuestos indirectos, sino añadir otro nuevo», según Nadal.
Por lo tanto, el catastro es un «tributo de vasallaje».
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