El desafío independentista

La trastienda del 10-O: «Yo eso ni lo apoyaré ni lo votaré», gritó ERC

ERC y la CUP apostaban por llevar al máximo el pulso al Estado. Marta Pascal (PDeCAT) fue clave para que Puigdemont ganara la partida y controlara la nueva hoja de ruta.

Joan Garriga y Anna Gabriel
Joan Garriga y Anna Gabriellarazon

ERC y la CUP apostaban por llevar al máximo el pulso al Estado. Marta Pascal (PDeCAT) fue clave para que Puigdemont ganara la partida y controlara la nueva hoja de ruta.

«Yo eso no lo apoyaré ni lo votaré», gritaba Marta Rovira, la secretaria general de Esquerra Republicana frente a la sala de reuniones de Junts pel Sí en el Parlament. Hacía unos minutos que había llegado al Parlament el president, Carles Puigdemont, y había entregado su discurso a los diputados de su coalición. En la sala de reuniones del grupo se encontraban diputados de ERC y del PDeCAT. Marta Pascal, la coordinadora de la antigua Convergència, seguía en su despacho junto con su hombre de confianza, David Bonvehí, desde donde escuchaba los gritos y veía las idas y venidas. Pascal había puesto voz al «no a la declaración de independencia» para preservar el proceso y la Generalitat.

Las reuniones entre los partidos independentistas junto con la ANC y Òmnium Cultural se repetían desde el 1 de octubre. Reunión tras reunión todos querían influir en Puigdemont para fijar la nueva hoja de ruta del soberanismo. Todos apostaban por llevar al máximo el pulso al Estado. Sólo Marta Pascal, luego apoyada por Santi Vila, consejero de Empresa, puso pie en pared para evitar la catástrofe. ERC y la CUP apostaban por una declaración unilateral, con el apoyo de las entidades, sin más, aunque ERC jugaba a las dos barajas. «Si Marta no hubiera hablado claro, ahora estaríamos hablando de la proclamación de una DUI con todas las consecuencias que esto hubiera conllevado», apuntan fuentes convergentes. Pascal había hecho su trabajo. Se mantuvo la mayor parte del tiempo en su despacho. Sabía lo que se cocía.

Llegado el día D y la hora H, el acuerdo estaba en el aire. Todo quedó en manos de Puigdemont y el presidente asumió el reto. Los diputados independentistas leían afanosamente el documento que había llevado al Parlament. Las fotocopias las llevó desde el Palau a la Cámara catalana, donde las repartió un miembro de ERC. «Es falso que los republicanos no conocieran el texto», apuntan conocedores de la intrahistoria de los momentos previos a la comparecencia de Puigdemont. Las caras de sorpresa y momentos de «nervios descontrolados» fueron la tónica. Tanto subió la temperatura que Puigdemont pidió a la presidenta Carme Forcadell que retrasara el pleno. La cosa se preveía larga. La sala de reuniones de Junts pel Sí era un hervidero. La gente entraba y salía. El que más lo hacía era el consejero de Salud, Toni Comín, que «se movía mucho para hacer ver que hacía, pero la verdad es que no hacía nada», apuntan fuentes que estaban presentes en la reunión que tiene una sala de reuniones al final, flanqueada por cuatro despachos.

La suspensión de la independencia había hecho saltar todas las alarmas, pero era necesario «que nos empezáramos a sacar de encima la estrategia de la CUP, los tiempos de la CUP, y el lenguaje de la CUP», dicen desde Junts pel Sí. No fue fácil. Marta Rovira llegó incluso a amenazar con su dimisión. Carles Puigdemont en mangas de camisa y Oriol Junqueras sin chaqueta y con las mangas de la camisa remangadas afrontaron la situación. Desde el PDeCAT se temían la situación porque «era evidente la pinza de ERC y la CUP, el teatrillo de ERC y la sensación de crisis promovida por los republicanos». La visión de ERC es bien diferente: «Si no es por nosotros eso no se arregla. En el PDeCAT son prisioneros de llevar 5 años tocando el timbal». «ERC no ayudó a solucionar la historia, ayudó a la histeria», le reprochan sus socios.

Los dardos se cruzan. «Ha vuelto Convergència», dicen los nacionalistas, convencidos de que les han ganado un pulso a los de Junqueras. En ERC sonríen: «Ya veremos quién gana esta partida de ajedrez, porque cada vez que vuelve Convergència subimos al menos 10 diputados». A pesar de la tensión en el «camarote de los Hermanos Marx» del Parlament. El pasillo de los nacionalistas fue invadido más tarde por la CUP. Llegaron varios en tromba encabezados por Quim Arrufat, Benet Salellas y Albert Botrán. Puigdemont y Junqueras hablan con ellos. 15 minutos más tarde llegan Eulàlia Reguant y Mireia Boya. No estaban para celebraciones. La ausencia de Anna Gabriel, la líder de la CUP, evidenciaba que la confianza «se quebraba», como horas más tarde apuntó el coordinador de los anticapitalistas, Quim Arrufat.

La situación se desbloquea cuando la CUP, con el inestimable apoyo de ERC, arranca a Puigdemont la firma de una declaración de independencia paralela tras finalizar el pleno. Era el precio que tenía que pagar Puigdemont. Dicen que lo pagaba a gusto porque había ganado la partida y controlado la nueva hoja de ruta. La declaración la firman todos los diputados. No la firma Santi Vila, consejero de Puigdemont. No es diputado. Tampoco lo hace la consejera de Educación, Clara Ponsatí, que tampoco lo es. Puigdemont había controlado una difícil situación en el soberanismo y evitado el descalabro. A costa, eso sí, de la frustración en la calle, pero «lo importante era salvar el proceso. Ahora la pelota está en el tejado de Rajoy», dicen desde el círculo del president. Ahora la pelota ha vuelto porque Rajoy y los constitucionalistas han hablado.