Educación

Cuando el profesor está quemado...con los padres

Habla una maestra sobre lo difícil que a veces es lidiar con los padres

Cuando el profesor está quemado...con los padres
Cuando el profesor está quemado...con los padreslarazon

Una relación fluida entre padres y maestros garantiza una mejora sustancial en la educación. No favorece nada que el padre desautorice al maestro delante del hijo/alumno.

Que los tiempos han cambiado en los últimos veinte años no es ninguna novedad y en las aulas, en el trato y relación entre padres y profesores, también. Si antes un alumno era reprendido por su profesor, los padres generalmente apoyaban al maestro. Ahora no siempre sucede así, de hecho pasa en muchas ocasiones que esos padres acuden a pedir explicaciones a los maestros. Las nuevas tecnologías, como los grupos de wasap han generado y derivado no pocas veces en espacios donde criticar a los profesores.

Yolanda Quiralte, maestra de educación especial y logopeda en UECIL en un colegio de Castellón reflexiona sobre este asunto. “Yo sé que mis alumnos no son mis hijos, eso lo primero, y me lo repito muchísimas veces a lo largo del día, sobre todo cuando por las noches no puedo dormir porque estoy preocupada por él. Porque preocuparme, me preocupo”. No lo puedo evitar –explica- y suelo pedirle a los padres que confíen en mis palabras. “Es inevitable no preocuparse por el alumno, me encantaría dejar de hacerlo, pero es que resulta que paso a su lado muchísimas horas al día, a la semana... al año”, sostiene.

Los profesores de infantil añaden a su vocación y cariño hacia los alumnos, el hecho de verlos crecer. “Los vemos llegar al centro escolar pequeñitos, apenas dando sus primeros pasos, diciendo sus primeras palabras. Es más que probable que le hayamos enseñado a ponerse la chaqueta, a hacer pipí, a coger el almuerzo y a veces hasta a masticar correctamente. Aplaudimos con sus logros, intentamos reforzarlos en sus puntos más débiles para que los superaren, hacemos hasta de enfermeras poniendo termómetros, consolándolos si se caen, los acunamos si están enfermos y les damos todos los besos que nos han pedido”.

Quiralte no es ajena a que no siempre esto sucede así: “Soy más que consciente de que en mi profesión, como en otras, hay buenas y malas praxis, pero en mis veinte años como maestra de educación especial y logopeda, le aseguro que he visto la forma en que nos implicamos los docentes. Es imposible no hacerlo. Y, vuelvo a apostar en que van a dar credibilidad a mis palabras, esta implicación no se realiza en pago a un sueldo. Se realiza en base a que tienes unos ojos que te miran y te sonríen”.

La maestra reconoce que los padres “comparten a sus hijos con nosotros y yo me siento agradecida por ello. Con toda la honestidad que soy capaz de compartir, los acojo en mis programaciones, en mi aula, en los cursos que realizaré, en mis apuntes, en la mayoría de mis conversaciones y... aquí viene el problema, hasta en mi corazón”. El problema –se lamenta- viene cuando los padres no creen en nosotros, los maestros, una palabra que debería ir acompañada de otra, confianza. Cuando los padres dudan de nosotros, no siguen las pautas que se les ofrecen desde la experiencia, cuando no valoran como necesarias algunas de ellas, y sobre todo cuando mienten, están dejando de formar parte de mi equipo, de su propio equipo”.

Yolanda Quiralte lamenta que se establezca la mentira entre padres y docentes. “Si ante una situación difícil los padres me mienten, entonces no puedo realizar mi trabajo. Siempre les insisto en la importancia de que cuando les hago preguntas me digan la verdad ya que se las hago de forma consciente al ver triste, ansioso, disgustado... a su hijo. Es mi obligación como docente saber si le puedo ayudar, y no solo porque todo eso pueda afectarle en su proceso de aprendizaje, no, también por su proceso de formación a nivel humano. Me gusta explicarles que no se tienen que sentir juzgados. Que es mejor que descubran que hay una profesional que está pendiente de su hijo”.

Otro aspecto que muchos maestros reivindican es la desautorización que los padres hacen a los maestros. “Desde luego podemos estar en desacuerdo pero lo podemos hablar, dialogar, que para eso somos adultos. Hablar las veces que sean necesarias, y una más si es precioso. Haciendo esto enseñamos a los niños a que los problemas se solucionan desde la calma, el respeto y el diálogo, no poniendo quejas a cascoporro y sin sentido, ni gritando en la puerta del colegio, o cuchicheando con otros padres en los grupos de WhatsApp”, explica.

El problema de todo esto, sostiene Quiralte, “es que muchos padres no se dan cuenta de que comportándose así no dan un buen ejemplo a su hijo. Si un niño ve cómo el padre le falta al respeto a su profesor, a su maestro, ellos jamás lo harán, como tampoco respetarán a otras figuras de autoridad que vayan apareciendo en su camino: jefes en el trabajo, entrenadores de deportes, ni siquiera a los padres”. “El respeto es algo que los niños tienen que aprender y estos aprendizajes pertenecen al ámbito familiar, pero también al escolar, así que, principalmente por el bien de sus hijos, es muchísimo mejor que trabajemos equipo-explica.

La maestra cree que ser docente no es nada fácil. “Es, de hecho, una de las profesiones más altruistas que conozco a cambio de un sueldo no tan maravilloso como especulan en ese fantástico grupo de WhatsApp al que antes he aludido”. Yo les propongo a esos padres que tanto nos critican un reto: ¿qué tal si durante los próximos quince días en lugar de protestar, difamar y especular, se dedican a construir, dialogar, compartir? Creo que saldríamos ganando todos –concluye.