Educación

No insultéis a los negritos que ellos también merecen vivir

El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado una guía de comunicación que pretende ser inclusiva y resulta ser absolutamente delirante

No insultéis a los negritos que ellos también merecen vivir
No insultéis a los negritos que ellos también merecen vivirlarazon

Todo el texto es una oda al eufemismo gratuito, a la perífrasis buenista. Hay algunas de las sugerencias que son directamente delirantes. De hecho, llevo un rato intentando averiguar si han participado en su redacción las mismas personas que se encargaron del ideario del 8M. O sea, un par de monos borrachos con platillos y un lápiz.

El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado una guía de comunicación inclusiva y yo no podré agradecérselo lo suficiente. Me está pasando lo mismo que me pasó hace años leyendo “Memorias de un amante sarnoso” y que muy pocas veces me ha ocurrido después. Leo y me sorprendo a mí misma riendo, a carcajada limpia, mirando a ambos lados y buscando a alguien con el que comentar la ocurrencia. Pero nada. Estoy sola con mis risas y mis birras. La suerte que tengo es que me pagan por escribir mi opinión sobre las cosas que pasan, así que os voy a utilizar a todos como mis cómplices silenciosos, mis amigos del alma con los que compartir las risas. No me falléis ahora.

Todo el texto es una oda al eufemismo gratuito, a la perífrasis buenista. Hay algunas de las sugerencias que son directamente delirantes. De hecho, llevo un rato intentando averiguar si han participado en su redacción las mismas personas que se encargaron del ideario del 8M. O sea, un par de monos borrachos con platillos y un lápiz. En serio, leedlo. Os lo recomiendo con el mismo ímpetu con el que os recomiendo After Life, Catastrophe o Masters of none. De verdad. Insisto. Leedla.

Empieza con una maravillosa declaración de intenciones muy loable, conseguir un mundo más justo e igualitario, pero que nada tiene que ver con lo que proponen. Porque un mundo justo e igualitario se consigue, en primer lugar, no viendo a los demás como diferentes. Y estas guías, todas las que he leído hasta ahora (y creedme, las leo TODAS) están redactadas desde una superioridad que quiero presuponer inconsciente. Una superioridad que, sin embargo, está ahí agazapada, como un gatico detrás de un seto intentando no ser visto pero moviendo la colita. Esa superioridad es la que te lleva a confundir molinos con gigantes y creer que cualquier expresión es ofensiva. Porque al verlo todo desde nuestro ombligo, vemos la ofensa en cualquier cosa que nos ofenda a nosotros. Seguro que la psiquiatría tiene un nombre para eso.

Dice la guía, por ejemplo, que llamar a alguien “inmigrante” es ofensivo y que deberíamos llamarle “migrante”. La primera acepción de la palabra “inmigrante” según la RAE es “Dicho de una persona: Llegar a un país extranjero para radicarse en él”. Yo no encuentro la ofensa por ninguna parte. Veo un hecho objetivo definido con una combinación de diez letras. Y no conozco a ningún inmigrante (yo misma lo fui durante unos años) al que le ofenda su condición de ser humano desplazado a otro lugar por unas razones concretas. Y así todo.

No puedes decir, por ejemplo, discapacitado. Ni ciego, ni mudo, ni sordo. Te recomiendan decir en su lugar “persona con discapacidad”. O “persona ciega”, “persona muda” o “persona sorda”. ¿Hola? ¿Se puede ser algo que no sea persona si hablamos de un individuo? ¿Es necesario ser tan obvio? ¿Qué diferencia, real y tan grave, hay entre la palabra “discapacitado” y la combinación de palabras “persona discapacitada”?

Necesitaría tres columnas más para diseccionar uno a uno todos los epígrafes de la guía. Y reconozco que nos lo pasaríamos pipa. Como niños chicos lanzándonos por un tobogán como unos locos desquiciados. Pero tampoco es plan. Lo que no puedo pasar por alto son un par de detalles.

Por un lado, que se empeñen tanto en defender la diversidad y que todos somos distintos (“No hay nadie normal, todos somos diferentes”) cuando lo que están tratando en realidad con esta guía es estandarizar de una manera absolutamente artificiosa todas nuestras diferencias, nuestros rasgos definitorios que no tienen por qué ser negativos. No solo no son negativos, sino que deberían ser aceptados y no escondidos. Dejar de nombrar las cosas no las hace desaparecer. Solo evidencia nuestros miedos y reparos.

Por otro lado me llama muchísimo la atención que se ponga tanto esfuerzo en el uso del lenguaje, en señalar a las palabras como dañinas. Las palabras no son más que palabras. Y no son ellas las que hacen daño, lo hace la intencionalidad. Criminalizarlas, culparlas, es señalar a la representación del problema y no al problema en sí mismo. Lo que quiero decir es que el esfuerzo debería quizás ir enfocado a educar en la aceptación de la diversidad y no en la obligatoriedad de representar, verbal y artificiosamente, esa aceptación. Llamadme idealista.

Una vez, hace unos años, mi dentista y yo llegamos a un acuerdo. Como a mí me daba pánico ir y lo pasaba (y lo paso) fatal cada vez, decidimos cambiar los nombres de sus artilugios y sus procedimientos para poder contarme lo que iba a hacer en mi boca sin que yo entrara en pánico. Así, en lugar de decirme “voy a agujerear tus dientes con este taladro y luego pondré un empaste”, él me decía “voy a mermeladear con el condensador de fluzo para después nenufear un chachismo”. Y yo, tan contenta. Pero en realidad daba lo mismo. Él seguía haciendo su trabajo exactamente igual, yo seguía pasándolo fatal, pero hablábamos los dos en un lenguaje engañoso que seguía diciendo lo mismo pero de otra manera. El problema seguía allí. Yo seguía teniendo miedo a sus prácticas y su bata blanca, él seguía sabiendo lo mal que yo lo pasaba. Lo único que hicimos fue poner una tirita en una herida sangrante, meter nuestras miserias debajo de una alfombra para seguir adelante mirando hacia otro lado. Era lo más cómodo para los dos.

El lenguaje inclusivo es a un mundo mejor lo que mi dentista a la superación de mis traumas delirantes. Como un esclavo haitiano obligado a convertirse al catolicismo que acaba renombrando a sus espíritus iwa buscando la equivalencia con un santo, para que cuando un sacerdote le escuche crea que se encomienda a San Miguel, siendo en realidad a Belie Belcán a quien está rezando.