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Adiós al galán

Adiós al galán
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Mi vida últimamente es lo más parecida a la de Willy Fog, el excéntrico y refinado caballero ingleés que se juega la mitad de su fortuna apostando contra el director del Banco de Inglaterra y otros amigos socios del Reform Club de Londres que conseguía dar la vuelta al mundo en 80 días. Sin llegar a esos extremos, y en versión española, así estoy yo. Casi no recuerdo en cuántos lugares diferentes he estado últimamente. Mis andanzas van de León, ciudad medieval y recia, a la maravillosa isla de Mallorca. A León fui con mi hermana para visitar el panteón familiar y estar un rato de charla con nuestros seres queridos que se han ido a otra dimensión. Yo más que rezar hablo con ellos recordando anécdotas divertidas que vivimos juntos. Siempre procuro desdramatizar el momento y esto me hace feliz: pensar que he conseguido superar el espantoso dolor que me producía, en un momento de mi vida, ir a visitar en tan extraño lugar a mi marido Guillermo. En nuestra civilización occidental no nos enseñan a convivir ni a aceptar la muerte, incluso a la mayoría de las personas no les gusta ni nombrarla. Algo bastante contradictorio, ya que es lo único de lo que no nos vamos a librar nadie. Pensar en ello nos ayudaría a contemplar nuestra pequeñez y vulnerabilidad siendo más humildes. Procuro que no me asuste y quizá la fe en que mis seres queridos vendrán a buscarme en el último momento me reconforta. Se preguntarán ustedes por qué hoy me ha dado por escribir de un tema no muy popular. Quizá la muerte de Arturo Fernández, el último galán de una generación de hombres elegantes, educados, adorables en su trato y con una personalidad arrolladora, es el motivo. Arturo era incombustible. Jamás pensábamos que se podía ir. Fue la juventud eterna en su actitud, en su porte, en su gran sentido del humor. Hasta el último momento seguía trabajando y encandilándonos con su «chatín». Asturiano de pro, nunca olvidó sus origenes humildes, su afán de superación fue encomiable. Hijo de un republicano que tuvo que exiliarse, él se quedó con su madre en Gijón en los momentos de una dura posguerra. Sin embargo, por esas contradicciones de la vida decía, que estaba a la derecha de Franco sin ningún complejo y lo explicaba con una gran coherencia fruto de tanta lucha por salir adelante y superar su situación lo que, sin duda, consiguió con enorme esfuerzo y trabajo. Se nos ha ido un gran actor y una buenísima persona. Su elegancia, su forma de llevar una gabardina pasarán a la historia. Ahora me encuentro en Mallorca con un grupo de «instagramer» o «influencers», como se nos denomina ahora, palabra que me hace sentir importante. Es tan pretenciosa que me da apuro hasta escribirla. De todas formas, si eso fuese cierto y pudiera influir para bien en los demás sería estupendo. Este encuentro entre amigos de instagram se ha producido gracias a María Juan de Sentmenat y a varios hoteles, restaurantes y firmas de la isla que han tenido la amabilidad de invitarnos. Yo ahora debería estar en un barco tan ricamente, pero he tenido que quedarme en el hotel escribiendo porque de otra forma esta crónica no llegaría a tiempo. No he faltado ni un solo sábado, desde hace siete años, a mi cita con ustedes. Recuerdo que mi primera crónica fue desde Lisboa, cortita, asustada... Yo nunca había escrito en un periódico. Estaré eternamente agradecida a que me diesen esta oportunidad y a la aceptación de los lectores, sin ellos nada sería posible. Esta mañana he bajado al mar a nadar entre rocas, el agua en estas islas es infinitamente más bella y transparente que la del Caribe. No necesitamos ir tan lejos si tenemos tan cerca el paraíso. Feliz fin de semana.