Restringido
Baronesa Thyssen: «A mí nadie me llama abuela»
La entrevista / Carmen Cervera - Baronesa Thyssen. Tras la reconciliación con su hijo Borja, habla con LA RAZÓN sobre sus «niños», su futuro familiar en Suiza y sobre su negativa a comenzar una relación sentimental
Era la primera vez que la baronesa Thyssen acudía a la llamada de Antonio Banderas con el fin de recoger un premio solidario por su labor filantrópica. Lo hizo durante la cena anual que celebra en Marbella el actor malagueño. Antes ya había aceptado el honor de ser camarera de la Cofradía Lágrimas y Favores y es miembro benefactor de la fundación que lleva el mismo nombre, erigida por Banderas: «Antonio es amigo y los dos sacamos a la Virgen el domingo de Ramos por Málaga. He venido porque es un orgullo recibir un premio», afirmó tras recoger el merecido galardón.
Tanto para el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, como para ella, era su primera Gala Starlite. Pero se dieron más coincidencias en una noche de luna llena: ambos están viudos, son filántropos, millonarios y grandes coleccionistas de arte, y aunque las estrellas Michelin se estrellaron todas en la cena gracias al postre, con una bomba dulce de Dani García, el ambiente predisponía para que los solitarios –y más aún teniendo todo un halo solidario– iniciaran bonitas historias de amistad... «No empieces con tonterías, Carmen Duerto, que Slim es un señor encantador», me advirtió al indagar sobre una posible relación entre ambos, aunque manteniendo su sonrisa.
–Tita, acabo de hablar con Slim sobre usted, y le he preguntado si se intercambian cuadros.
–Me ha interesado mucho ha-blar con él. Quiero hacer cosas con Slim y claro que entre museos es normal intercambiarse obras. Él tiene uno muy importante y bonito en México que conozco perfectamente. Pero nos han invitado a una gala benéfica y no es el momento de hablar de proyectos, no es el sitio.
–¿Conocía personalmente a Carlos Slim?
–Por supuesto que sé quién es y él sabe quién soy yo, pero nunca nos habíamos visto antes. Es raro, aunque nunca habíamos coincidido.
–Ha cenado codo con codo con él y han estado juntos en el «chill out» hasta la madrugada, ¿es el inicio de una bonita amistad?
–No empieces... Que ya sé por dónde vas. Es un señor encantador. Hemos coincidido en la cena benéfica de Banderas, hemos hablado de arte y de amigos que tenemos en común y nada más.
–¿Y qué le ha parecido?
–Encuentro que es una persona excepcional a la que siempre he admirado y espero que la amistad que hemos comenzado en Marbella siga adelante.
–¿Este verano está siendo especial por el reencuentro familiar con su hijo y nietos?
–No les llames nietos, ellos me llaman Tita. Las palabras abuela y nietos nunca me ha gustado. A mi madre Borja la llamaba «mami» y los hijos de mi hijo son mis «niños». No es cuestión de ser joven o no joven, es que no me gusta la palabra ésa aburrida de «abuela» que usan mil millones de personas. A mí nadie me llama abuela.
–¿Qué le regalan sus niños?
–Me hacen dibujos, son monísimos, y yo me los como a besos. Les hago regalitos de juguetes y ya hemos celebrado dos cumpleaños, el de Borja y el del mediano, Erik, que ha sido el 5 de agosto.
–¿Estos siete años los borramos?
–Sí, claro, ya están olvidados. Siempre hay que sacar la parte positiva.
–¿Qué se aprende de lo vivido?
–Siempre saco la parte positiva de todo. Se aprende que la vida sigue y que hay que estar en positivo.
–¿Y de los errores?
–De los errores se aprende, se olvidan y ya no hay que pensar más en ellos.
–¿Nunca volverá a pasar?
–Nunca quise, por mi parte, que ocurriese algo así.
–¿Van a instalarse todos juntos en algún sitio para asentar esa reconciliación?
–Nos iremos a Suiza con todos mis niños porque son hijos de Borja. Además me llaman Tita y eso me ha encantado. Los últimos años he estado viviendo entre Madrid y Suiza. Siempre pasé mucho tiempo en Lugano porque es mi casa. Os olvidáis de que soy suiza.
–¿No tiene la doble nacionalidad suiza y española?
–No, no. Yo soy de pasaporte suizo.
–¿Su hijo también se quiere ir a vivir a Lugano?
–Sí, también. Siempre le ha gustado Lugano, él creció allí.
–Entonces, ¿ya no vende Villa Favorita?
–Ya no la vendo porque ahora somos bastantes de familia y necesitamos una casa grande.
–¿Tiene novio?
–No, no quiero saber nada de novios, ni de estar enamorada. No quiero novio.
Y, de repente, a Carmen Cervera le entra una prisa tremenda, se pone incómoda y comienza a retirarse lentamente, mientras recita para sí misma, como un mantra: «No quiero novio, no quiero novio, no quiero novio...».
✕
Accede a tu cuenta para comentar