Nueva York
Boy George recuperó la vieja Estación del Norte
Algunos despistaban refiriéndose a ella como la Estación del Príncipe Pío, pero siempre se llamó Estación del Norte, como todavía lo proclama su imponente fachada, descarrillada por el abandono municipal. El inmueble se viene abajo y en algo recuerda al Edificio España que los chinos podrían rehabilitar tras comprárselo al Santander. Era un baldón frente a la estatua de Cervantes y su «Quijote» aledaños a esta estación casi tan literaria como la milanesa de Termini. Boy George, que anda de bolos en solitario, actuó allí en la fiesta del vodka Belvedere que se celebró el jueves. La convocatoria citaba a los medios en «las ruinas de la estación» y esperábamos ver algo derruido, una especie de pirámides urbanas, pero los trescientos invitados se encontraron con un amplio despliegue festivo en el vetusto monumento, que debería estar protegido por su pasado. «¡Qué no harían en Nueva York o París con algo así!», comentaron los acompañantes de un Miguel Ángel Silvestre casi duque destronado sin su habitual indumentaria negra. Lució una cazadora de ante llamativa y primaveral. Impactó manteniendo cierta tristeza, mientras Natalia Verbeke acudió con una cazadora de cuero y tachuelas doradas. Justificó la ausencia de su prometido Jaime Renedo «porque está trabajando y atendiendo mesas». Su restaurante Asiana continúa en cabeza de las mejores propuestas exóticas en las que baja Saigón, antaño tan demandado. Renedo ofrece no sólo el servicio nocturno sino el exquisito aire de chamarileo, porque aquello fue una tienda de «antiquités» antes que un paraíso gastronómico. «Aún no tenemos fecha para la boda. Será pronto», me dijo adelgazada y luminosa, tras superar el trance que supuso ver que no funcionó su serie «Bienvenidos al Lolita», ambientada en la época del cabaret, contemporáneo de esta deslumbrante Estación del Norte. Topacio Fresh acentuó el descaro en azul pastel: «Voy mimética con la fachada», aseguró. Razón no le faltaba: la habían iluminado con proyecciones ajardinadas y parecían una continuación de los Sabatini. Uno de los organizadores barceloneses reveló que «descubrimos esto de milagro buscando en internet nuevos escenarios. Es de Adif, casi municipal, y lo alquilan por nada». Ya lo imaginé como el céntrico escenario para la hoy apartada «fashion week». O quizá cobijando una disco «after». No le falta nada: amplitud, lejanía de vecindarios, parking en la entrada, y techos altísimos y abovedados. Allí, durante hora y media sonó impecable lo elegido por Boy como repertorio ajeno, nada que ver con el del ya mítico David Guetta, imprescindible en el Ushuaia ibicenco. El inglés vistió de negro con unos curiosos pantalones con dos cremalleras traseras de cintura a pies, rematado por un maquillaje azulado y un fieltro rojo animado por enormes botones multicolor. No estuvo simpático ni compartidor. Pero es la forma de mantener su decaído mito.
✕
Accede a tu cuenta para comentar