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Cuando la madre de Pantoja decía que Rocío Jurado no llegaría a nada
Delicada de salud e ingresada en una clínica de Jerez de la Frontera, la madre de la tonadillera ha dedicado su vida a proteger a su hija
Delicada de salud e ingresada en una clínica de Jerez de la Frontera, la madre de la tonadillera ha dedicado su vida a proteger a su hija.
La figura de la madre de la artista sigue existiendo como símbolo amoroso de protección, cuidado y defensa para mantener la pureza que entonces, solo unos años atrás, las madres les exigían a sus niñas. Siempre se referían en femenino, ya que se pretendían que llegasen vírgenes al matrimonio, aunque rabiando se revolcasen entre bastidores. Parecía algo de lo que alardear y enorgullecerse, mérito que en aquellos tiempos también reclamaban a las menos afortunadas, es decir, al común de las mortales. Mucho hemos cambiado, creo que para bien, y doña Ana sobrevive con las virtudes previsoras que incluso la hicieron superar a la progenitora de Estrellita Castro, otra gran folklórica, que igual defendía la voz de la niña de sus ojos que algo tan trascendente como su pureza. Ese combate contra lo débil que es la carne le costó tanto esfuerzo como hacerla famosa, algo que hoy día parece ridículo.
Modos y mañas
Contemporánea y obsesionada en el mismo quehacer protector estuvo doña Rosario –la veo siempre con las manos cruzadas en el regazo–, que alumbró a la también única y todavía insuperada Rocío Jurado. Era menos aguerrida que su competidora, pero también andaluza y guapa. Aunque con otros modos que hábilmente doña Ana convirtió en mañas. Fueron la sombra inseparable y temerosa de cualquier desliz, como para Juanita Reina lo fue su padre, don Miguel, que siempre temeroso repasaba la epatante colección de brillantazos que sacaba a escena. La historia abunda en estos ejemplos preservadores de las virtudes humanas. Hicieron historia, y ahí siguen, al menos en el recuerdo y la nostalgia, imprescindibles para evitar que sus retoños pecasen, aunque la chipionera desapareció hace años dejando un hueco insalvable que parcialmente, y solo como controladora, cubrió su hermana Gloria porque luego Amador Mohedano Jurado no dio para mas.
Tuve más de un enfrentamiento con todas ellas. El primero y más fuerte con doña Ana cuando Isabel debutó con 18 años en el Teatro Barcelona de la Rambla, y comentando el espectáculo, donde ya iba Máximo Valverde causando risas por su anticuada galanura, me soltó como si nada lo que sigue, y eran todavía principios de los 70. No di crédito. «El triángulo de la copla lo forman doña Concha, Marifé de Triana y mi niña», me soltó la madraza Pantoja. Reí, pero reaccioné en seguida, aunque entonces apenas conocía a Rocío, con la que intimé para «Cosas», un programa de los primeros rodados en Chipiona que presentaba para la tele de Miramar. Superada la sorpresa y sin darme un patatús, refuté a la madre exaltadora:
–¿Y donde deja usted a Rocío Jurado, doña Ana, muy señora mía?
–Esa no cuenta para nada y no hará carrera.
Medio comprendí pero no disculpé su entendible ceguera de «mamá de la artista», esa que hoy motiva este alejado homenaje a todas ella, pero donde doña Ana fue o es única. Mejor me hubiera ido a mí de tener una madre así de combativa. Lástima que no nací artista.
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