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La Esteban no teme la vuelta de Rosa Benito

Rosa Benito, ayer, en Madrid
Rosa Benito, ayer, en Madridlarazon

Se anticipa más como «match» verbal que como encuentro amistoso. Dependía de un hilo –el visto bueno de la psicóloga– para que la «cuñadísima» se sentase mañana en «Sálvame Deluxe» después de varios meses alejada tras recaer en sus obsesiones, remansada la separación matrimonial y con proyectos de futuro interrumpidos al recaer. Mañana estaba prevista su reaparición con timbales y tambores ensayados, no sé si un toque de guerra, llamada de atención o «¡todos a la trinchera!», tal si preparasen disputar una batalla, donde Belén Esteban ya sobresale como vencedora. Pero no podrá ser esta semana. Fueron íntimas y llevan meses sin hablarse «porque aunque Rosa me llame –que no lo hace–, no cojo el teléfono». Todo parte de confirmados comentarios descalificadores por parte de la alicantina-andaluza –siempre usa el deje de allá abajo cuando miente o engaña, lo sé bien–, dispuesta a ser nuevo «pandote» televisivo sin resignarse a salir de don Tancredo, incapaz de reaccionar. Mantiene el coraje guerrero, incluso con la moral presuntamente decaída, según anticipa su hermana y pregonera. Ella, otra que se apunta al carro de tan buenos dividendos. Belén está tranquila y se ríe ante la posibilidad de que las encaren buscando sangre y ruptura de relaciones, que sólo fueron diplomáticas y oportunistas por parte de la antigua peluquera, ya con categoría de «star» mediática.

Tras años, como en galeras, a la sombra de Rocío Jurado, que no dejaba de extralimitarse y la contrató de ayudante para paliar los desmanes amorosos de Amador –por eso desechó el reconocido buen hacer de Fernado Torrent, que tantos reportajes de moda y estilo realiza–, Rosa asumió desde el forzado silencio. Nunca alzaba la voz: miraba, aprendía, captaba, y esas enseñanzas se hicieron lección magistral, con ínfulas de gran dramática un tanto folletinesca. Temas no le faltaron para airear su intimidad: lo mismo cómo la estafó Amador, en qué forma le cayó ventas de propiedades heredadas, qué trapicheos con una y otra, la escena del balcón de Romeo y Julieta en Verona –con la rubia del chándal–, o el alejamiento doméstico propiciado por esa especie de nuevo Guggenheim que parecía ser el irrealizado museo que Chipiona dedicaba «a la más grande». Parece una obra imposible y disparatada, porque poco ofrecía aparte de 300 trajes de Justo Salao, la Lina insuperada por su hija –y bien se vio recientemente en la moda flamenca de Raquel Revuelta– , Herrera y Ollero o Tony Ardón, el gaditano que transformó su estampa abrillantándola con despropósitos miameros dignos de Celia Cruz o Charytín. Rosa lo encajó y lo hizo llorando en pantalla a lágrima viva. Impactó, emocionó, escalofrió y hasta convenció porque parecía dolor del bueno, aunque le faltaba contraste. Su círculo descubrió que todo era una estrategia, un montaje planificado –se preguntan por quién–, situaciones melodramáticas casi ensayadas y, en definitiva, un engaño de tomo y lomo.

Ante su posible rentrée de la semana que viene, aún sin confirmar, se especula qué puede ofrecer tras primero mimetizarse hasta la parodia con Rocío y luego emulando los tics y desgarros de Belén, más sincera, auténtica y creíble. Insisto en que habrá «match» antes que cordial reencuentro, y la cámara no perderá detalle de una Rosa que, como ya hizo en su anterior reaparición con posterior recaída, cuidará desde el maquillaje lánguido de pálidos labios a la mirada acuosa. Es de Oscar, porque los Goya quedan en medianía. Prepárense para llorar porque esto no es de risa, aunque en ocasiones suene a farsa distorsionada. Qué buena forma de sacarle tajada a la pena, penita, pena.