Pekín
Carmen Thyssen: «Yo pago muy bien mis impuestos»
El día 23 cumple 70 años y sigue buscando la reconciliación con su hijo: «Le sigo esperando». El futuro de su colección en España es una incógnita, aunque no quiere ser «un problema»
Dos casos con dos almas diferentes. Villa Favorita, a orillas del lago suizo de Lugano le provoca una nostalgia insoportable. En ella fue feliz junto al barón Thyssen, su marido. En la casa de Sant Feliu, sobre unos acantilados de la Costa Brava, todavía puede respirar sin la asfixia del recuerdo. Nunca se desprenderá de ella. Villa Favorita, por contra, la ha puesto a la venta. El próximlo día 23, Carmen Cervera, la baronesa Thyssen, cumple 70 años. Parece que todo fue ayer, se ríe con un humor cristalino y alguna voluta de ironía y distancia, y le importa menos que se resquebraje la pintura a que su voz dé alguna nota de tristeza. Pero han pasado incluso unos cuantos años desde que ella incitase a una de las operaciones culturales más importantes de la los últimos años: la compra por el Estado español de la colección Thyssen-Bornemisza. Alta cultura, negocios, mercado del arte, las élites del lujo... y los problemas con un hijo. Así es la vida de una gran coleccionista. Odia las fiestas sorpresa, claro. «No sé lo que voy a hacer, la verdad. No he hecho planes y muchos de mis amigos ya están en el cielo», dice sin amargura. Sin embargo, lo pasará en Villa Favorita. Nostalgia.
–¿Villa Favorita es un lugar demasiado especial para celebrar cumpleaños o para casi todo?
–Villa Favorita me produce nostalgia porque viví allí tiempos muy especiales con Heini, con mi madre, con mi hijo Borja cuando era pequeño y lo llevábamos al colegio a Lugano. Fue una época maravillosa porque, cuando los hijos son pequeños, siempre traen buenos recuerdos.
–Pero no todo es nostalgia, ¿o sí?
–No claro, hay muchas vivencias que no puedo olvidar, y eso no es malo. Mi vida, dentro de lo que cabe, ha sido más normal de lo que parece. Siempre he buscado el lado positivo de las cosas.
–¿Cuándo fue consciente de que al casarse con el barón Thyssen le caía encima una gran responsabilidad al tener que gestionar una gran colección de arte?
–Dos días antes de la boda, el 16 de agosto de 1985, empecé a reflexionar y a darme cuenta de que no iba a ser una vida fácil, aunque la gente crea lo contrario. Era una vida llena de responsabilidad.
–¿Qué momento no olvidará de su vida con el barón Thyssen?
–Muchos y, sobre todo, cuando lo conocí. Fue un flechazo, una cosa especial. Cuando lo vi, me dije: «Qué cosa más extraña».
–¿Y qué le extrañaba de él?
–Me pareció alguien diferente. Yo siempre he sido muy tímida y no entendía por qué me miraba tanto, pero no creía yo que él se pudiese enamorar de mí como se enamoró. Yo también me enamoré al verlo... fue mágico. Desde aquel momento, nunca más nos separamos.
–Tal y como le oigo, da la sensación de que eran dos almas solitarias predestinadas a encontrarse...
–Sí. Él era muy solitario y yo, con el tiempo, también me he dado cuenta de que soy una mujer solitaria. Cuando conocí a Heini, mi hijo todavía no había cumplido un año, yo no estaba enamorada de nadie... y sí, vivía un momento de soledad, de media soledad, como suelo decir. Cuando conocí a Heini sentí que el amor existía.
–Nunca se comprendió su relación con él. Usted era mucho más joven... y todos esos tópicos.
–Éramos adultos, maduros y responsables.
–¿Y cuándo fue la primera vez que se topó con la cruda (o dulce) realidad de ser la baronesa Thyssen?
–Desde que nos casamos me di cuenta de que había que tomar cada día una decisión, o cinco o seis. Y las sigo tomando. Pero al principio de estar casados todo era más fácil; cuando Heini muere, todo cambia.
–¿Es fácil cuidar una colección de arte como la que tiene?
–No es sencillo, pero es bonito. Lo que sé del mundo del arte lo aprendí de mi marido, desde el primer día, porque Villa Favorita era un museo abierto al público. Vivir rodeada de obras de arte tiene eso.
–¿De qué se tiene que defender una colección de arte?
–Una colección de arte no se defiende, habla por sí sola. Para el coleccionista, lo primero es la conexión que existe entre la obra de arte y uno mismo. Después surge el querer protegerla y darla a conocer, porque el arte no es propiedad de uno, sino que sirve para compartir. Me siento satisfecha de haber contribuido a situar la pintura española de los siglos XIX y XX, al igual que le ocurrió a mi marido, que se enamoró de la pintura americana de los mismos siglos. En todas las más de cincuenta exposiciones temporales que he hecho con mi colección privada alrededor del mundo, siempre he procurado mezclar a los autores internacionales junto con los españoles y fui pionera en China, Pekín y Shanghái.
–¿Está satisfecha de cómo han ido las cosas con su colección?
–Estoy satisfecha, aunque las cosas se tienen que redondear. De lo que estoy más contenta es de que, tras su fallecimiento, el 21 de abril de 2002, los herederos querían cada uno su parte o lo que le correspondiera de la colección, sacarlo al mercado y venderlo. Nada que ver con los deseos de Heini, que quería ampliar el museo de Lugano, y hubo hasta un proyecto para poder colgar toda la colección. Lo que luché cuando vi la tristeza de mi marido al pensar que su colección se podía desbaratar entre los herederos... Poner, además, a la venta una colección como esa hubiera distorsionado al mercado del arte con centenares de cuadros de gran valía, y hablé con sus hijos y les dije que debían mantener la colección de su padre unida. Se consiguió, aunque fue muy difícil. Ése ha sido mi mayor logro. Fue por Heini.
–¿Y ahora está tranquila con el futuro de su colección?
–Tengo, como es normal, propuestas de otros países. Son propuestas que escucho, que tengo en cuenta...
–Es de suponer que a usted también le gustaría que sus herederos mantuviesen unida su colección, que no la vendan.
–Creo que mis herederos deberían tenerlo en cuenta. Mi intención es alquilar la colección al Estado español durante unos años y que luego pase a mano de mis herederos y, si no, la primera opción de compra para el Reino de España, una opción de venta internacional. Pero no voy a estar pensando mucho tiempo porque cumplo años, que no son pocos, y debo dar soluciones a muchas cosas, incluida la herencia.
–Dentro de poco, en 2015, su hijo Borja recibirá el último pago que usted había acordado con él (tres entregas de 5 millones cada una cuando cumpliese los 25, los 30 y, ahora, los 35). ¿Eso va a acelerar algún tipo de decisión?
–Eso es una cosa aparte.
–Entonces lo que su hijo quiere es que se ejecute ya el pacto de Basilea.
–Él sabe muy bien lo que está acordado y debería estar tranquilo, porque las cosas se harán cuando correspondan.
–¿Y eso cuándo será?
–Cuando Dios quiera, obviamente.
–Es joven y tiene prisa.
–Debe ser eso, que es joven. Pero él vive muy bien con las asignaciones económicas que acordé.
–Perdone que me meta en algo personal, pero trabajar tampoco es malo.
–Sin duda. Mi hijo está muy preparado para llevar una colección de arte porque se ha educado en ese ambiente desde pequeño. Me gustaría mucho que Borja trabajase conmigo, a mi lado, porque el mundo del arte no es fácil.
–¿Le ha hecho infeliz la relación con su hijo?
–Claro que sí. Lo he llevado como una madre puede llevar un tema así. Pero soy optimista porque yo misma me ordeno ser optimista.
–¿Se ha sentado con él recientemente a hablar para arreglar las cosas?
–Sí, me senté, hablamos unas horas, y luego cambió de opinión.
–Una vez dijo que tenía malos consejeros.
–Sigo creyendo que no le aconsejan bien. Sería muy bonito que mi hijo estuviera llevando conmigo la colección, para mí y para él también. Además, yo creo que él me echa de menos, como yo le echo de menos a él, estoy segura.
–Por lo que cuenta, supo manejarse muy bien en el conflicto que se abrió con los hijos del barón Thyssen. Sin embargo, el tema de su hijo da la sensación de que le llena de dudas.
–Con los hijos de mi marido digamos que hay respeto, por qué no. Pero respecto a Borja, no tengo ninguna duda: le sigo esperando. Las dudas las tiene él. A mi hijo, si vuelve a mí, le abro los brazos; a él, a su mujer y a sus hijos.
–Recientemente se ha publicado una lista de personas que tienen domiciliadas sus empresas en paraísos fiscales, en la que aparecía usted. ¿Cómo se lo ha tomado?
–Son empresas que heredé de mi marido y con ellas empresas firmé el contrato de préstamo de mi colección al Estado español, que efectivamente no están domiciliadas en España, pero eso era sabido y es plenamente legal, porque de no ser así yo no podría haber dejado mi colección de arte aquí. Yo, además, soy suiza y mi pasaporte también. Pago mis impuestos muy bien. Mi colección es internacional.
–¿Qué quiere decir?
–Pues quiero decir que la aduana pasa por el museo cada determinado tiempo porque esos cuadros, excepto los españoles, son internacionales. Ahora los he prestado un año más, pero el próximo 18 de febrero de 2014 pueden salir tranquilamente de España.
–Pueden salir, pero no lo hará ¿no?
–Espero que no.
–Sería muy traumático. Después de todo, el Museo Thyssen de Madrid se amplió para acoger su colección.
–No se amplió para mi colección, sino porque el edificio que estaba pegado al Thyssen hacía falta absolutamente por problemas de espacio. Se lo propusieron al gerente y se llevó a la mesa del Patronato, que estaba presidido por la entonces ministra de Cultura, Esperanza Aguirre, y luego fue con Mario Rajoy, hoy presidente del Gobierno, y entonces ministro de Cultura, con quien se firmó el acuerdo de préstamo. El museo era pequeño... ni había sala de exposiciones temporales. Para conseguir el espacio que necesitaba, me pidieron que tuviese el detalle de dejar prestada por un tiempo mi colección, cosa que hice gustosamente porque a mi marido le hacía mucha ilusión la ampliación del museo.
–Las ofertas que tiene de compra de su colección son tan formales como para firmarla en febrero del año que viene.
–Sí, son formales.
–¿De lo que se llaman estados petroleros, árabes, rusos...?
–Países importantes y con mucha tradición artística.
–Pero usted siempre ha dicho que le gustaría que su colección estuviese junto a la de su marido.
–Yo he renunciado a muchas cosas para que mi colección estuviese en España y no me gustaría que saliese fuera, porque sé que se necesita y porque esas pinturas no están en las colecciones públicas españolas. Además, mi colección no supone gastos al Estado; otra cosa es que hay que hablar del futuro.
–¿Se imagina metiendo su colección en camiones?
–Nunca imagino cosas tristes.
–Si se prorroga el préstamo gratuito...
–Van catorce años prestados...
–¿Y qué predisposición ve por parte del Gobierno?
–Desde que empezó la crisis, no he querido ser ningún problema para nadie. Con el ministro Wert firmé en cinco minutos la prórroga. Y lo hice también con González-Sinde, sin decir nada.
–Y parece que el año que viene volverá a firmar.
–Pues no sé, porque ya tengo una cierta edad.
–¿No le da pena vender Villa Favorita?
–No. Lo he pensado a fondo. Mi marido, cuando su colección vino a España, me dijo que habíamos pasado una página del libro. Yo no quería Villa Favorita, pero en el pacto de Basilea me la tuve que quedar. En primer lugar, porque me produce mucha nostalgia. Es muy bonita y me preocupo porque esté en perfecto estado, pero cada vez que voy allí... vienen los recuerdos. Por eso quiero venderla.
–¿Algo de lo que nunca se desprenderá?
–De la casa de Sant Feliu. Me la regaló mi padre y luego Lex Barker y yo la construimos. Cuando me levanto por las mañanas o me acuesto por la noche veo el mar, las estrellas, la luna.
–Siempre un poco solitaria.
–Qué remedio (se ríe).
Una relación compleja
El conflicto empezó cuando Borja dijo que era copropietario de la colección
–¿Le preocupa el futuro de sus hijos?
–Claro que me preocupa.
–Pero no les falta de nada...
–Pero son mis hijos. Las madres somos así.
Su relación con Borja no es fácil. Por encima de todo, hubo un suceso que marcó un antes y un después. Junto a su mujer, se presentó un día en el Museo Thyssen de Madrid reclamando la propiedad de dos cuadros: «El bautismo de Cristo», de Gianquinto, y «Una mujer y dos niños junto a una fuente», de Goya. Al parecer, adujo, fueron un regalo del barón Thyssen –que reconoció a Borja– cuando era niño. Él los quería y en un gesto inusitado se los quiso llevar. No se los llevó y, además, perdió el juicio. Las obras están valoradas en unos siete millones de euros. Por encima de la dote y la herencia y el dinero... Carmen Thyssen sufre por la pérdida momentánea de un hijo al que estaba muy unida. Una entrevista concedida a «¡Hola!» (4 de noviembre de 2009) anunció una guerra que todavía no ha terminado. Dijo que era copropietario de la colección de arte de su madre.
«Ahora no es el momento de hablar de herencias, sino de cariño y de ideas», dice Carmen Thyssen.
–Por lo menos tendrá claro que no es copropietario de la colección.
–Pues sí.
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