Jesús María Amilibia
Chicho Gordillo: «Yo nunca seré viejo, sólo un tipo usado por la vida»
Entrevista al showman
Cuando aquí llamábamos polifacético al artista que exhibía varias artes en el escenario, él, Chicho Gordillo, le dio sentido a la palabra showman; los más viejos del lugar y los cronistas de la farándula recordamos que imitaba como nadie a Sinatra, Raphael, Julio Iglesias, Cantinflas, Louis Armstrong, Dean Martin, etc., que cantaba muy bien, que bailaba y que aderezaba todo eso con un humor muy personal; tenía el elegante peruano –y tiene, que en las pistas sigue– un swing como importado de Las Vegas, un toque cosmopolita. Empezó en un programa de radio infantil, en Lima, a los 13 años, imitando a Cantinflas.
–Me salían muy bien las célebres peroratas liadas y surrealistas de don Mario Moreno; el problema es que no sabía terminarlas –me comenta–. A los 17 años ya era profesional. Me dije que mi meta era México y para allá me fui. Tardé dos años en llegar. No tenía dinero para el avión y fui parando de pueblo en pueblo, casi andando. Pero llegué.
–Trabajó por toda América con grandes artistas. Yo le suelto los nombres de algunos y usted me dice lo que quiera de cada uno. Marlene Dietrich.
–Tenía unas piernas únicas y valoradas en millones de dólares. No se me iba la mano porque era muy «machona». Salía con un vestido transparente sin ropa interior. Exigía camerinos pintados de rosa.
–Nat King Cole.
–Lo conocí en La Habana. Era muy elegante. Manejaba la media voz como nadie.
–Frank Sinatra.
–Tuve el honor de conocerlo en México. Era muy Sagitario, como yo: te lo daba todo o te lo quitaba todo, te trataba muy bien o con muy mala leche. No tenía término medio.
–Sammy Davis Jr.
–Era el mejor showman del mundo. Una gran persona. Nos hicimos muy amigos.
–Charles Aznavour.
–Tenía muy mal carácter. Muy francés.
–Sara Montiel, que nos acaba de dejar.
–Trabajé muchos meses con ella en el teatro La Latina, en «Saritísima». Luego hicimos ese espectáculo en Buenos Aires. No la podré olvidar. Era muy Piscis. Un día era simpatiquísima y al otro no te hablaba.
Sammy Davis Jr. quiso integrarlo en el famoso clan Sinatra, porque, después de un negro, había hueco para un hispano; pero a Chicho le dio un poco de miedo, «Sinatra era un tipo difícil y aquello podía terminar mal, y además yo bebía lo justo y ellos como locos; el caso es que me salió un contrato y me embarqué para España; vine para quince días y me quede 48 años». En Cuba le llovieron las balas por encima cuando actuaba en el casino del hotel Capri y al poco vio entrar a Fidel Castro en La Habana: «Me fui en cuanto pude, pero tuve que ''donar'' mi apartamento a la Revolución». En otro Casino, el de Estoril, conoció a Don Juan, padre del Rey, y se hicieron amigos: «Me invitó a su casa; era un hombre encantador».
–Creo que conserva la camiseta que le regaló Sinatra...
–Sí, tiene sus tres caras: la de cuando empezaba, la de su éxito arrollador y la de mayor. Me llamaron para un homenaje a Frank en Las Vegas, me nombraron su mejor imitador; pero al productor del show se lo tragó el tsunami de Japón y el show nunca se hizo. El mejor showman que he conocido fue Sammy Davis Jr. Fíjese, un negro bajito con un ojo de cristal imitando a John Wayne, que medía dos metros y era blanco. Bueno, pues veías a John Wayne. Era un genio.
Su vida ha estado y está pegada a una maleta: vive entre Lima y Madrid, conoce 80 países y ha trabajado en 52. Fue candidato a presentar el «Un, dos, tres», pero Kiko Lergard, su gran amigo, que había sufrido un accidente y soñaba con volver al programa, le llamó para decirle: «Chicho, no me traiciones». No le traicionó y el otro Chicho (Ibáñez Serrador) eligió a Mayra. Le gustaría borrar de su pasado a sus dos ex mujeres; se lo llevaron todo: «Me dejaron desnudo, pero volví a vestirme». Ahora le tiene fastidiado un herpes. A sus 77 años prepara un programa de radio que hará en Lima con su mujer, Rosa de Alba, y actuará allá en auditorios.
–¿Se ha convertido en el viejo que siempre quiso ser o...?
–Nunca seré viejo, sólo un tipo usado por la vida. Claro que yo también la he usado a ella hasta casi desgastarla...
–¿Algún artista se enfadó por la imitación que hacía de él?
–En una época, Raphael. Julio Iglesias, nunca, y eso que le decía «el termo» por aquello que cantaba: «Tan dentro de mí conservo el calor»...
Lo peor de envejecer, me dice, no es perder el pelo, sino la cabeza.
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