Nueva York
Isaac Blanco: «He peinado a casi todas las reinas del mundo»
Peluquero
Por sus manos como alas han pasado los pelos de reinas y princesas de las casas de Suecia, Inglaterra, Mónaco, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Rumanía, Grecia, España, etc.; todo el Gotha europeo y americano ha conocido su prodigiosa manera de esculpir cabezas. Su transición fue clara: de peinar a doña Carmen Polo de Franco y a su hija, a la Reina de España, Doña Sofía, durante 15 años.
–He peinado –me cuenta– a casi todas las reinas del mundo. Me faltó Isabel II. Sí lo hice a la duquesa de Windsor, a la princesa Margarita, pero no coincidí en ninguna boda con la reina de Inglaterra. Porque yo peinaba a las reinas en las bodas. La primera fue la de la reina Fabiola; fui a peinarla a Bélgica porque ella era cliente de todas las semanas en mi peluquería de la calle Almirante. Era difícil aquel trabajo: tenga en cuenta que no podía darse que dos reinas o princesas aparecieran con el mismo peinado en la ceremonia.
–¿Quién le impresionó más?
–La Gran Duquesa de Rusia, que vivió un tiempo en Madrid. Tenía el pelo muy negro y un precioso mechón blanco, natural. Era muy alta y majestuosa.
–¿Y quién era la más sencilla?
–Doña María, la condesa de Barcelona. Era muy amable y cariñosa. Me invitaba a los cumpleaños de Don Juan en Estoril y, de paso, yo la peinaba para la fiesta. Siempre me llevaba a su salita y allí, con unas copas de manzanilla delante, me pedía que le contara lo que pasaba en Madrid. Quería saberlo todo.
–¿Y la que tenía más sentido del humor?
–Margarita Gómez Acebo. La peiné en la boda de Don Juan Carlos. Se fue al baño, se equivocó de grifo y abrió el de la ducha. Se mojó y ahí estaba el rey Simeón de Bulgaria gritando: «¡Ven, Isaac, que se ha mojado toda...!».
En el 59, en Nueva York, ganó la Copa del Mundo y fue proclamado Mejor Peluquero del Año. Vogue y Harper's le consideraron durante años entre los cinco mejores del mundo. Nunca le abroncó ninguna reina o celebridad, pero recuerda el incidente con Jacqueline Kennedy: «Estaba viviendo en la casa de Cayetana; me llamó la duquesa para que peinara a Jacqueline, terminé, me dijo que era maravilloso y me pidió que la peinara al día siguiente para ir a la Feria de Sevilla. Le dije que no podía: tenía que atender a mis clientas en Madrid. Se metió las manos en el pelo, deshizo la maravilla y gritó: ¡que venga otro peluquero a peinarme! Qué cabreo, qué mala leche, cuánta soberbia. Le pedí que me abonara los mil dólares que yo cobraba entonces por peinar, me pagó y me fui».
–¿Cobraba a las reinas?
–Yo siempre cobraba a todo el mundo.
–¿Le dejaban libertad creativa o...?
–Siempre me dejaron hacer. La reina Juliana de Holanda se peinó siempre como yo lo hice la primera vez. Era encantadora, casi demasiado sencilla.
–Creo recordar que Grace Kelly, ya princesa, le enseñó algo...
–La peiné en Atenas, en la boda de nuestros reyes. Me fijé que cada vez que le hacían una foto, ponía el lado izquierdo. Le pregunté por qué. Me explicó que todos tenemos la nariz un poco inclinada hacia un lado, y que el lado bueno era el que no mostraba esa inclinación.
–¿Y qué leen las reinas en la peluquería?
–«Hola» y revistas francesas e inglesas de sociedad. Lo que casi todas.
–Hábleme de Doña Sofía...
–Como dice el Rey, es una gran profesional. No rompía nunca el protocolo. Le costaba hablar. Un día probé a decirle sólo «buenos días, señora» y al final, «adiós, señora» para ver qué pasaba. Ni se inmutó. Parecía que estaba peinando a una muda.
También peinó a la madre de la Reina, la reina Federica, «todo un carácter, tenía que llevar agua destilada para lavarle la cabeza, no quería agua del grifo». De doña Carmen Polo dice que era muy agradable con él, «y muy espléndida; me pagaba el doble de lo que yo cobraba, que entonces eran 200 pesetas el servicio; ella me daba 400».
–¿Y no le cortó el pelo nunca a un rey?
–Sí, una vez a Don Juan Carlos. Me contó un chiste que no he olvidado nunca: «Isaac, dicen que estoy casado con Sofía la mala». «Señor, por favor...». «Lo dicen porque la buena es la otra». Se refería a la Loren, claro.
Cree que envejece bien, «pero hay un contraste entre lo joven que me siento por dentro y lo que veo en el espejo». Escribe versos y pinta. Luis Miguel Dominguín le llevó a casa de Picasso, comieron y don Pablo se empeñó en que se llevara un cuadro. «No quise, pese a lo que me fascina su obra; se extrañó: debo ser el único que rechazó un picasso».
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